Haz una prueba: coge tu móvil, ve a ‘ajustes’ y busca en alguno de los menús el tiempo que has invertido en cada una de las apps. Probablemente Twitter, Instagram y TikTok o Facebook sean las que más horas de tu vida consumen, una cantidad ingente de tiempo del que quizás ni siquiera te des cuenta. Pero no es tu culpa: es su algoritmo el que entra en tu cabeza y trabaja contigo como quiere. Cuanto más tiempo pasas en la app, más sabe de ti y mejor te controla, tal y como explica el ensayista e informático Jaron Lanier, que trabajada desde hace más de una década para el gigante tecnológico Microsoft.
Lanier no es un crítico desinformado: conoce los algoritmos y sabe cómo inciden en las personas que interactúan con ellos. El comportamiento de los usuarios, cuenta el estadounidense, es el producto con el que trabajan las empresas: aunque pueda parecer que inviertes ese tiempo relacionándote con otras personas, las redes sociales te han abducido y hecho perder el control sobre tus datos y tu autonomía. Por eso, en uno de sus libros más recientes, ‘Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato’ (editado por Debate con traducción de Marcos Pérez Sánchez), Lanier propone acabar con la vigilancia de las grandes compañías tecnológicas y borrar todos nuestros perfiles en redes sociales.
Igual piensas que esto es un poco radical, más aún en plena pandemia. ¿Cómo te relacionas con la gente si no? Lanier explica en su libro que, con esta propuesta, “no tienes que renunciar a tus amigos”, si bien “no hay necesidad de que una compañía embaucadora se interponga entre tú y tus amigos”. Para contactar con ellos, puedes escribirles un mail (con una cuenta “cuyos proveedores no lean los mensajes”, como Google, advierte), y para informarte puedes abandonar los titulares de Twitter y suscribirte a un par de medios con buenos trabajos de investigación. “Incluso puedes seguir viendo vídeos en YouTube, al menos de momento, sin una cuenta de Google”, recuerda.
Algoritmos, pantallas a la carta y la necesidad de estar en todas partes: con ese escenario, es normal que te enganches a las redes sociales. En ese sentido, hay algunos síntomas que te pueden indicar que tienes un problema de adicción, por ejemplo:
Todo esto tiene unas secuelas psicológicas, como la soledad, la falta de autoestima y, en los casos más graves, depresión. Si identificas en ti alguno de estos síntomas, lo mejor es que pidas ayuda profesional, para evitar males mayores. E incluso si no los tienes, pero sí acumulas perfiles en redes sociales, Lanier te recomienda que abandones tus cuentas en casi todas ellas. A continuación, te traemos algunos de sus motivos.
Hemos perdido el control sobre lo que somos y hacemos, apunta Lanier. Los smartphones y dispositivos inteligentes, siempre en nuestro bolsillo o cerca de nosotros, “nos siguen el rastro y miden lo que hacemos constantemente, y nos devuelven reacciones prediseñadas todo el tiempo”, apunta el informático. “Poco a poco, unos ingenieros a los que no vemos nos van hipnotizando con intenciones que desconocemos. Somos animales de laboratorio”.
Lanier no pide que renunciemos a todo el mundo digital, solo a la parte que hace dinero a costa de nuestra salud. El problema, apunta, no son ni los smartphones ni Internet, si no quien los usa “para la modificación de conducta en masa”. Para explicarlo, el autor compara las redes sociales con la pintura que contenía plomo.
“Cuando fue innegable que el plomo era nocivo, nadie dijo que las casas no deberían volver a pintarse nunca, sino que, gracias a la presión y a la legislación, la pintura sin plomo se convirtió en la nueva norma”, explica. “Las personas listas simplemente esperaron a que hubiera a la venta una versión inocua para comprar pintura. Análogamente, las personas listas deberían borrar sus cuentas hasta que estén disponibles variedades no tóxicas”.
El autor asegura que todos los que usamos redes sociales somos susceptibles de convertirnos en adictos e idiotas. En su opinión, solo hay dos tipos de usuarios, marcados por la necesidad de validación constante, estímulos y pavoneo: el que se muestra constante y falsamente amable o el que agrede y pelea con asiduidad. “O bien sus usuarios forman una turba virtual de idiotas, o bien todo el mundo es sumamente cuidadoso y artificialmente amable”, asegura en el libro. Y, desde que se popularizaron las redes sociales, “lo que dicen los idiotas tiene más eco en el mundo”, añade.
Para Lanier, las redes sociales han vaciado de contenido todo lo que decimos: ya no importa lo que digamos, lo importante es que produzcamos. En estos espacios hemos renunciado “a nuestra conexión con el contexto y, “sin contexto, lo que decimos carece de sentido”, apunta el autor. Lo que ocurre ahí dentro no es hablar, si no la imposición de tu voz por encima de la del otro, explica.
La reducción de empatía es la otra cara de la moneda del punto anterior: cuando no atendemos a lo que dice el otro, dejamos de entender lo que le pasa. Para Lanier, el origen del problema está precisamente en esos algoritmos, que personalizan la experiencia del usuario hasta el punto de que los demás no sabemos lo que está viendo ni lo que llegará a ver. Esto nos absorbe, y somos incapaces de huir de ahí (cómo hacerlo, si se ha creado para dar forma a nuestros deseos) y, por tanto, de compartir experiencias con otras personas.
“No tengo manera de ver el hilo de contenido que tú ves en tus redes sociales. Lo cual reduce mi capacidad de empatizar con lo que puedas pensar y sentir”, explica, para luego matizar que “no hace falta que todos veamos lo mismo para empatizar los unos con los otros. Solo los anticuados regímenes autoritarios intentan que todo el mundo vea lo mismo. Pero sí necesitamos tener la posibilidad de echar un vistazo a lo que otros ven”. Y la empatía, concluye Lanier, es el combustible de una sociedad decente.