Tu imagínate que, un día de estos y por lo que sea, el bloque de pisos en el que llevas viviendo toda la vida se pone de moda y no paras de ver cómo, día sí y día también, hay gente subiendo y bajando a todas horas por las escaleras para hacerse fotos en el rellano. Invadiendo así el edificio y, ya de paso, tu intimidad. Pues bueno, esto les ha pasado a los vecinos de la famosa Muralla Roja de Calpe (Alicante), unas viviendas diseñadas por el Taller de Arquitectura de Ricardo Bofill y construidas en 1973 que no falla en ningún ranking de 'sitios más "instagrameables" de España' (y precisamente puede que eso haya provocado esta situación).
Este complejo laberíntico, que parece sacado de un cuadro de ilusiones ópticas de Escher, tiene capacidad para 50 viviendas y fue declarado Bien de Interés Cultural pero sus vecinos están un poco hartos, la verdad: "Es de locos la invasión que sufrimos. De repente, te encuentras a 20 personas subiendo y bajando por dentro de la Muralla Roja", ha explicado molesto Ángel Campillo, propietario de una de estas viviendas al Diario Información. En este sentido, Campillo explicaba a ese periódico que, aunque se han visto forzados a tomar algunas medidas, sigue entrando todo el mundo y que "es esperpéntico que la gente se meta en tu casa para hacerse un selfi o tomar fotos para subirlas a Instagram".
Aunque esto no solo pasa en la Muralla Roja, a unos 500 km de allí, en el edificio Walden 7, diseñado por el mismo taller de arquitectos en Sant Just Desvern en Barcelona, los vecinos también viven una situación parecida todos los días. De hecho, yo misma lo comprobé el año pasado cuando entré en este enorme y maravilloso edificio azul, que es un caramelito para los amantes de la arquitectura, para verlo mejor por dentro y, como no, para llevarme también un recuerdito para mi muro. En este bloque, diseñado también por los mismo arquitectos que la Muralla Roja, los vecinos también piden y que recuerdan a curiosos (como yo) a través de carteles que están en una propiedad privada y que respeten su espacio.
En el caso de la fotogénica Rue Crémieux (París), los vecinos también se han hartado de ver a instagramers todo el rato por sus empedradas calles de coloridos edificios y, a principios de año, pidieron al ayuntamiento que restringiera el acceso en determinados momentos del día instalando una puerta que pudiese cerrarse durante el amanecer y el atardecer. Curiosamente, un vecino quiso usar el poder de Instagram creando la cuenta 'Club Cremieux' (que por favor, qué risa) para denunciar hasta dónde están dispuestos a llegar los 'instagramers' por la foto perfecta abriéndose una cuenta en la que recogía a diferentes personas haciendo poses imposibles (y un poco el ridículo).
La turistificación no algo nada nuevo aunque es verdad que Instagram ha multiplicado su alcance convirtiéndose en una herramienta baratísima de promoción, como hemos visto en el caso de los edificios anteriormente mencionados (donde se han llegado hacer hasta campañas de publicidad) o en el Choi Hung Estate (otras viviendas públicas en Hong Kong).
Claro que, una cosa es acudir masivamente a hacerte la foto y molestar a los vecinos como daño colateral, y otra ya es cargarte el paisaje directamente por hacerte la foto como por ejemplo ocurrió el pasado mes marzo, cuando más de 50.000 personas inundaron la ciudad de Lake Elsione (California), mientras se producía la floración de amapolas, en busca de la foto perfecta. Según informó The Guardian, "los visitantes pisotearon las flores y crearon atascos de una hora que impedían el acceso a la ciudad". Otro lugar que también acabó devastado fue la granja de girasoles Bogle Seeds en Canadá que, durante permitió a la gente que fuese a hacerse fotos entre sus girasoles cobrando 7,50 dólares hasta que tuvo que cerrar sus puertas a los fotógrafos después de que sus campos se volvieran virales, y de comprobar cómo miles de personas se tomaran selfies mientras pisoteaban sus flores.
Claro que, no hay que irse muy lejos tampoco para encontrar su equivalencia en España en estos casos: los campos de lavanda de Brihuega en Castilla La Manda o los cerezos en el flor en el Valle del Jerte también sufren su invasión de influencers una vez al año con la floración.
Con todo esto no queremos decir que no te hagas fotos o que dejes de visitar todos los lugares que te apetezcan después de haberlos visto en Instagram, ¡faltaría más! (yo también lo hago). Lo único que igual sí que merece la pena que reflexionemos un poco y tengamos un poquito más de empatía con el entorno para que no se nos vaya la olla, para ser respetuosos (para que no nos acaben echando o cerrando el acceso a algunos sitios) y para que no convertirnos en todo aquello que odiamos...