Estamos tan acostumbrados a llevar prendas que se han codificado culturalmente de cierta forma que no nos sorprendemos lo más mínimo los con pequeños detalles que las adornan. Están ahí, a plena vista, pero ya los has mirado tantas veces que has dejado de verlos.
De hecho, podrías probar con un pequeño experimento. Ve a tu armario, abre el cajón de las bragas y échales un vistazo a fondo. Enseguida te habrá golpeado la pregunta: ¿Qué narices hace ahí un lazo? ¿Los tengo en toda mi ropa interior?
La respuesta es afirmativa. Raro sería que, en tu batallón de bragas y sujetadores, un alto porcentaje no lo llevara (si te cansas de ellas, siempre puedes venderlas por internet). Hoy toca examinar con lupa y conocimiento la ropa interior femenina y explicar el origen de este curioso elemento distintivo.
Lo más extraño del lazo de tela es que solo lo lleva cosido la ropa interior femenina (por lo que una primera hipótesis podría ser para diferenciarlas de la ropa interior masculina). En el firmamento de prendas masculinas no encontramos ni rastro de este pequeño ribete, con un uso que va mucho más allá de la simple estética. Boxers, calzoncillo-pañal-indigno, slip ajustado; todo es funcional, práctico, sin ornamento.
Con la ropa interior de mujer, la cosa cambia radicalmente. ¿Por qué el lazo ha acabado delante y a veces hasta detrás de toda esa lencería? ¿Qué sentido tiene ese pequeño elemento preñado de cursilería, que remite a esa mujer aniñada, infantil y desprovista de autonomía, en marcas obsesionadas con ahorrar costes de producción? ¿Es acaso la invasión de los ultracuerpos de tela?
Ya en 2017, la ilustradora Julie Guillot se entregaba a un lamento muy comprensible en una serie de tiras cómicas y ponía en la diana el problema cultural que subyacía detrás de este detalle, en apariencia inofensivo. “Estás condenada a llevar las mismas bragas que cuando tenías cuatro años”. Se refería, cómo no, al lazo.
Para encontrar una explicación convincente, tenemos que remontarnos al siglo XIX y a la revolución silenciosa que empezó a llegar a los hogares y a seducir a las mujeres por su pragmatismo. Si hasta ese momento la confección de bragas y calzoncillos era escasa, con la industrialización se dota a los pequeños talleres de la infraestructura necesaria para doblar la producción de ropa interior.
En cuanto a esas bragas originales, esas bragas primigenias de antaño, eran muy diferentes a las de ahora. No tenían elástico, de modo que la única forma de mantenerlas en su sitio era atándolas a la cintura con una cuerda; una ‘hilazón’ que, efectivamente, tenía que pasar por algún lugar para dar estructura al asunto; y ese punto de anclaje era el lazo.
Hecho el uso práctico (atarse la braga y el calzoncillo para que no caiga y deje a la vista el trasero), dado el significado y el adorno. El uso más extendido de las bragas era a modo de corsé, imitando los corsés y los corpiños de las mujeres de clase alta, y para esa función había que atarlas. Por lo que cuentan los historiadores, el lazo terminó por convertirse en pura cuestión de caché. Fue así como se estandarizó, se adornó y se transformó. Pasó de ser simple punto de enganche a un elemento erótico de primer orden que subía la temperatura de las parejas.
"Se utilizaba para embellecer el objeto”, comenta para Buzz Feed Denis Bruna, conservador en el Museo de Artes Decorativas de París. “Decir que la ropa interior solo se hacía para la persona que la llevaba no es muy exacto. La ropa interior a menudo tenía un aspecto decorativo porque también se usaba para mostrarse a la pareja”.
Cuanto más bonito era el lazo por el que pasaba la cuerda, mayor estatus adquiría la mujer que llevaba esa braga bien prieta. Generalmente, eran las damas con buena posición económica las que podían permitirse el armazón completo, ya que el uso más admirado de la braga se daba cuando, al atarlas, se imitaba la forma de un corsé.
El hecho es que el lazo perdura hasta nuestros días, y mucha ropa interior femenina lo sigue llevando, desde la braga de algodón más rasa hasta el sujetador de encaje más elaborado. No importa que el elástico haya llegado a la ropa interior, puesto que son los propios responsables de las marcas de ropa interior y sus intereses mercadotécnicos los que se han encargado de recodificarlo culturalmente y mantenerlo en la ropa interior femenina por motivos puramente comerciales.
“Nos permite decorar productos sencillos hechos de algodón básico, dándoles un valor añadido, sin dejar de ser baratos para las marcas y, en última instancia, para los consumidores. Si es cierto que uno puede cuestionar su necesidad en el momento de una reflexión global sobre la tendencia del "no-género", el lazo no parece ser síntoma de una feminización excesiva, sino más bien un valor añadido a productos sencillos” (Pascale Brian, Directora de Tendencias en Carlin Creative Trend Bureau).
“Este lazo estándar, a menudo hecho en Asia, está ahí para justificar el precio y añadir valor a los productos del supermercado. Además, los lazos presentan otra ventaja, la de esconder costuras mal acabadas" (Faustine Baranowski)