Naces, aprendes a hablar, juegas con tu Tamagotchi y te viene la regla. Aún existe un tabú alrededor de la menstruación, así que nuestra relación con el sangrado no es muy distinta de la que tenían nuestras madres. La mayoría aprendemos de qué va la historia a base de prueba y error, en una sucesión de paracetamoles, pijamas manchados de sangre (el agua oxigenada es mano de santo) y una progresión de herramientas: empezamos con las compresas, probamos los tampones y a veces llegamos a la copa menstrual.
Los primeros datos apuntan a que ya existían versiones muy rudimentarias de esta copa a finales del siglo XIX, un recipiente de caucho vulcanizado que apareció casi a la vez que la famosa empresa del doctor Earle Haas, Tampax. Sin embargo, la copa dejó de fabricarse en los 60, ya que no era un invento rentable y resultaba muy incómoda: rígida, pesada e invasiva. A finales de los ochenta apreció la versión de látex, reutilizable y en dos tamaños, y a principios de los 2.000 se empezó a comercializar la primera copa menstrual de silicona, hoy disponible en casi todas partes.
Por su larga vida, su bajo coste y su menor impacto en el cuerpo, la copa se postula estos días de cuarentena como la forma más sostenible y barata de gestionar tu menstruación. En Yasss te lo contamos todo sobre este producto, por si te queda alguna duda sobre ella.
Es cierto que la copa menstrual es la manera más sostenible de llevar tu regla, tanto en términos económicos como ecológicos. Si calculas los residuos que generarás aproximadamente hasta la menopausia (ojito a la cantidad de marcas de higiene íntima que tienen su propia calculadora), seguramente te asustes. Yo he hecho la prueba con la mía: con casi 23 años, sangraré unos 110.000 litros antes de cortar con mi ciclo, gastaré 1.823 euros (que no sé de dónde voy a sacar) en tampones y afectaré directamente a unas 8.000 tortuguitas. En el caso de que decida usar compresas, reduciré el gasto hasta unos 1270 euros, pero mi sangrado atacará a unas 17.400 tortugas, y no estoy muy por la labor.
Visto así, la copa menstrual parece la forma más sana de llevar mi ciclo menstrual hasta la menopausia. Por unos veinte euros, esta copita de silicona se inserta a la entrada de la vagina y acumula toda la sangre que produzcas durante unas doce horas. Después, la limpias y vuelves a introducírtela. A su favor está que ni se coloca tan arriba como los tampones ni tienes que quitártela para dormir, lo que viene muy bien si pasas mucho tiempo fuera de casa.
El año pasado, un estudio de la revista Lancet Public Health determinó que la copa menstrual es el método más seguro y eficaz en los días de sangrado menstrual: es más efectiva contra las pérdidas menstruales y acarrea menos problemas que otros métodos, además de ser más respetuosa con el medio ambiente. Para llevar a cabo esta afirmación consultaron a más de 3.300 mujeres y comprobaron 43 investigaciones anteriores.
En mi caso, y pese a las 8.000 tortuguitas, la copa y yo no nos llevamos muy allá. Su existencia se me dio a conocer por ese proceso de timo piramidal que acompaña a este producto: tu amiga tiene una amiga que le monta un Prezi para exponer los beneficios de la copa y ella, después de probarla, tiene la necesidad imperiosa de compartir con todas las personas de su entorno que la copa menstrual es lo mejor que le ha pasado en la vida. Instagram, Twitter, cada cerveza con ella... toda vía era buena para contar el descubrimiento de su vida.
Hice mis búsquedas y me animé a probarla. Efectivamente, parecía la opción más ecológica (de la huella de carbono que generaban los aviones que cogía y las camisas que compraba en Zara, ya hablamos otro día) y más respetuosa por mi cuerpo. Además, por probar no perdía nada, así que bajé a la farmacia y pregunté por la copa. La dependienta, una mujer encantadora que ha visto mi paso del Dalsy a las pastillas de ibuprofeno, me preguntó entonces por el tamaño de mi vagina. Me explicó que, si tienes menos de 30 años y nunca has dado a luz, usas el modelo 1, y el resto deben usar el tamaño 2. Respondí con mucha naturalidad, compré la copa y pagué los 20 euros (tres meses de tampones, más o menos). La farmacéutica me juró que, si la trataba bien, la copa duraría unos cinco años. Algunas marcas dicen que su vida se alarga hasta una década.
Subí a casa, abrí la caja y leí cuarenta veces las instrucciones, para no saltarme ningún paso. El mecanismo parecía sencillo: empujar uno de los laterales de la copa contra el otro, doblándola, introducirla en la entrada de la vagina y dejarla ahí, a ver qué tal. La verdad es que la primera toma de contacto fue buena. En mi caso, el problema no era ponérsela, sino quitársela.
Intenté con muchas ganas llevarme bien con la copa, pero me pudo el drama. A lo largo del día, la copa y yo nos llevábamos bien: casi no la notaba, se hacía bien a mi cuerpo y toda la sangre iba a parar al recipiente. El problema llegaba a la hora de quitarla. El papelito de las instrucciones decía que relajase los músculos pélvicos, que tirase del rabito del final de la copa y, a la vez, fuese doblando un poco la copa para acabar con el ‘efecto ventosa’ que la copa hace contra las paredes de la vagina.
Os ahorraré los detalles, pero os puedo asegurar que me desesperé hasta el borde de las lágrimas. Cuando por fin conseguí quitármela me sentí tan aliviada como el último día de selectividad. Lo intenté un par de días más, pero no fue mejor, así que lavé la copa, la guardé en su bolsita y ahí la dejé, guardando polvo.
Aunque acabásemos mal, estos años he pensado en volver varias veces, y durante la cuarentena he vuelto a la idea casi todos los días. A fin de cuentas, fue una sola ocasión, hace ya tiempo, y sus ventajas siguen estando ahí: son reutilizables y mucho más económicas que cualquier otro producto, está demostrado que son más respetuosas con el cuerpo y no generan residuos. Algo que se agradece especialmente estos días de confinamiento. Además, parece un buen momento para probarla e irte haciendo a ella, ahora que no hay problemas de tener que cambiarte en un baño público y liarla en los lavabos. Quizás nos demos otra oportunidad estos días, quién sabe.