Todo el mundo conoce las atrocidades a las que fueron sometidos los prisioneros judíos de los campos de concentración durante la II Guerra Mundial. Los nazis, con Mengele a la cabeza, utilizaron a los semitas para realizar los peores experimentos imaginables, con el fin de apuntarse una medalla en la investigación científica mundial. Sus inhumanas prácticas fueron denunciadas y condenadas pero, desgraciadamente, no fueron las únicas. O, al menos, eso es lo que se cuenta y lo que reproduce la perturbadora @cronopiatw en su hilo de Twitter.
En 1943, la rivalidad de la Guerra Fría ya asomaba la patita y -supuestamente, pues no hay registro conocido - los científicos americanos sintieron envidia de los avances que pudieran haber hecho las SS en los sótanos de Auschwitz. Experimentar con humanos sin la autorización de los organismos médicos era (y es) una práctica ilegal que le daba ventaja a Alemania y, en vez de repudiarla, los americanos decidieron imitar su modus operandi. Pero con el disfraz del voluntariado, para no sentirse tan mal.
En concreto, un científico del Área 51 (una remota base militar que ha suscitado numerosos misterios) llamado Albert Wester, autorizó, al más puro abstract de 'Stranger Things', investigar con su propia hija, Abigail Wester. Se trataba de una bella joven universitaria, con un fuerte sentimiento de nacionalismo y "muchas ganas de ayudar a su papá" y, por tanto, era la voluntaria perfecta.
En principio, Abigail iba a ser estudiada para ver la resistencia humana a estímulos generales y, por eso, en contra de todo lo advertido por Marie Curie, fue sometida a una potente radiación. Entonces, cuando todavía no había explotado el generador de Chernobyl y el mundo no había sido testigo de los efectos de la exposición radioactiva, nadie esperaba que su cambio físico y mental fuera tan brusco y repentino.
Según la leyenda, Abigail se retorcía de dolor y comenzó a expresarse con gemidos en vez de palabras. Su cara sufrió una rápida metamorfosis, pues sus dientes y sus huesos crecieron de forma desorbitada. Su cuerpo se llenó de pelo y arrugas y su aspecto se parecía más al de un monstruo que al de un ser humano. Al ver el resultado y darse cuenta de que no era reversible, el padre de Abigail se quitó la vida.
Antes de hacerlo, pidió a sus compañeros del Área 51 que no mataran a su hija, sino que trataran de curarla. Sin embargo, la única solución a la que llegaron fue a la de matar de hambre a su cobaya humana, dejando de proporcionarle el alimento. Las malas lenguas dicen que Abigail, a base de canibalismo, consiguió sobrevivir y sospechan que, aún, puede seguir viva. Nadie sabe si esta mujer-monstruo existió de verdad o no, pero su perfil encajaría en la ambiciosa locura que los nazis generaron en el marco de la ciencia a mitad del siglo XX...