Imagina que tienes cinco años y ya entonces, en el colegio y en casa, te imponen una disciplina militar de estudio. Casi cada tarde, antes incluso de tomar tu primera papilla y escupírsela a tu padre en el traje, tu familia te habla con temor reverencial de una dura prueba solo apta para los elegidos. Imagina que ese test está cada vez más cerca, a medida que pasas de curso. Un examen tan agotador, tan exigente, que se necesita una media de doce años para prepararlo; tú, que ni siquiera sabes qué querrás hacer con tu vida los próximos cinco minutos. Si has conseguido dibujar todo esto en tu mente, entonces estarás preparadx para que te hablemos del 'gaokao', el examen de selectividad más duro del mundo.
Presión insoportable, pisar cabezas sin remordimientos, competitividad feroz entre los más capaces… No te hablamos de la clásica ficción de Battle Royale en la que puedes acabar cortado en dados de carne, sino del proceso que siguen más de diez millones de estudiantes chinos con la llegada del calor de junio, una fecha que recordarán el resto de su vida en sus pesadillas (por suerte, los exámenes españoles son más fáciles, y además puedes prepararte con la técnica pomodoro). El juego del calamar tiene su propia versión en la vida real, solo que con libros, sudores fríos y preguntas de test como “¿Tienen color las alas de la mariposa?”.
Tal y como cuenta la BBC en un reportaje, el Gaokao se vive entre las familias chinas como si fuera una guerra donde no existe la misericordia, la debilidad o la posibilidad de fallar. Las cifras dejan un escenario de caos, lágrimas, crisis nerviosas, y mesado de cabellos como las plañideras en los velatorios. Un porcentaje muy bajo estudiantes consigue pasarlo y entrar en la universidad.
La prueba cuenta con cuatro exámenes, centrados en las materias troncales del currículum escolar del país asiático: Chino, Inglés, Matemáticas y una asignatura optativa de la rama de Ciencias o de Humanidades. Todo, por supuesto, rodeado de un secretismo histérico y unas medidas de seguridad sin precedentes, desde la policía que vigila la entrada de los colegios hasta las cámaras de seguridad en circuito cerrado, colocadas con celo en distintos puntos del áula para impedir que los estudiantes copien. Si fallar en el Gaokao es el camino directo a la picota social, un ahorcamiento laboral en vida, hacer trampas en las pruebas, copiar o ser sospechoso de haber tomado la vía fácil está penado con hasta siete años de cárcel.
A decir de varios educadores como Xueqin Jang, investigador educativo de la universidad de Harvard, esta selectividad china es un asunto de vida o muerte social para los estudiantes, pues su destino en la prueba y su habilidad está amarrado con cadenas, en cierto modo, al de sus padres, los encargados de militarizar a sus hijos desde niños e inculcarles la disciplina necesaria. Fallar en el Gaokao y perder la oportunidad de entrar en una buena universidad es motivo inmediato de desprestigio en la comunidad, en un país donde el honor y el respeto son dos de las vías más importantes para subir de piso en el ascensor social.
La tasa de desempleo entre quienes no consiguen ir a la universidad así lo demuestran. Tal es la presión, que hay otro factor que preocupa a los organismos nacionales y a ciertas instituciones educativas chinas: más del 90% de los suicidios entre estudiantes del país están asociadas al desgaste psicológico y a la tortura mental que provoca el Gaokao, y ni siquiera es un dato que refleje en su totalidad una de las falacias asociadas a la prueba: la de la meritocracia, el sistema de los mejores.
Del Gaokao se ha dicho tradicionalmente que no distingue entre estudiantes ricos y pobres, pero ni siquiera esta creencia es cierta, como han demostrado ya varias investigaciones. En un reportaje publicado en The Economist, citado por Héctor G. Barnés en un artículo de El Confidencial, explican que los niños de entornos más pobres deben competir con candidatos de escuelas de élite, más lujosas, mejor preparadas y con mejores profesores. “Lo único meritocrático es que es igual de malo para todo el mundo”, afirma Trey Menefee, investigador educativo chino.