Las millones de toneladas de plásticos que acumulamos a lo largo del año no desaparecen por combustión espontánea. La mayoría terminan en mares y océanos, donde se acumulan en forma de islas flotantes; se estima que hay casi una decena de ellas, repartidas a kilómetros de nuestras costas.
Todo esto tiene un efecto en la flora y la fauna de nuestro planeta, que, entre otras cosas, no encuentra la forma de deshacerse de este material. Pueden pasar siglos hasta que el plástico desaparezca, y para entonces ya habrá acabado con la vida de muchas especies. Una simple bolsa de plástico, por ejemplo, tarda más de 150 años en descomponerse.
Si contamos con un sustitutivo biodegradable del plástico no tendremos problemas a la hora de deshacernos de él y, por lo tanto, no se acumulará indiscriminadamente en todos los rincones del planeta. Según los datos aportados por la ONG ecologista Green Peace, cada año llegan a los mares y los océanos hasta 1.2000 veces el peso de la torre Eiffel. En España, tan solo se reciclan un 30% de los plásticos producidos.
En ese contexto es en el que nacen los materiales biodegradables, aquellos desarrollados para que se descompongan de manera natural y ecológica en un plazo de tiempo relativamente corto. En Yasss te contamos más sobre ellos.
Materiales útiles para el ser humano que, a su vez, no arrasen con el planeta. Esa es la idea detrás de los materiales biodegradables: conseguir productos que se adapten a nuestras necesidades y que, simultáneamente, no se carguen el medio. La idea detrás de todo esto es acabar con el plástico, que supone más del 80% de la basura hallada en el mar, según la Comisión Europea.
De hecho, la propia Unión Europea ha impulsado una serie de normativas para acabar con este material. El embalaje de productos, las bolsas de la compra, las botellas de agua… el plástico está en todas partes y lo inunda todo, convirtiéndose en un serio problema medioambiental. Por eso, investigadores y empresas se han puesto manos a la obra para desarrollar materiales alternativos, habitualmente fabricados a base de productos orgánicos, que se degradan o reciclan sin necesidad de la intervención humana. El calor del sol, la humedad o las bacterias del entorno pueden acabar con ellos de forma natural.
Si volvemos a las clases de conocimiento del medio de primaria, recordaremos que el proceso de descomposición de un residuo es parte del ciclo de vida. Cuando la materia orgánica se descompone, genera energía y nuevos materiales: puede convertirse en abono para los árboles, o alimento para otros animales.
Muchos de los productos que hemos usado durante toda la vida no son biodegradables, es decir, no se descomponen así como así en la naturaleza. Ni el sol ni el agua o los hongos tienen mucho que hacer contra el plástico, los metales o las pinturas, por lo que estos se acumulan en la naturaleza unos sobre otros, contaminando indiscriminadamente.
Por su parte, los materiales biodegradables sí desaparecen, sin ningún efecto demasiado nocivo, en un plazo corto de tiempo. Algunos de los que podemos ver ya en tiendas son los bioplásticos, que imitan al plástico en cuanto a textura, forma y durabilidad, pero en lugar de estar hecho a partir de petróleo se crea con materiales orgánicos; en consecuencia, también es biodegradable.
Algunos de los materiales empleados son los ácidos polilácticos, que se encuentran en plantas como el maíz o la caña de azúcar, o los polihidroxialcanoatos. Cada uno tiene un uso: según la revista National Geographic, los primeros suelen emplearse en envases de alimentos, mientras que los segundos son especialmente efectivos en suturas, parches y otros productos médicos. Su uso está cada vez más extendido.
Ahora bien, cuando hablamos de materiales biodegradables, no nos referimos solo a los bioplásticos. Algunos de los productos que usamos desde niños también pueden desaparecer fácilmente en la naturaleza, como por ejemplo la madera, los tejidos naturales, la cera de abeja o la cerámica o el barro. Puedes apostar por ellos como sustitutos de aquellos que no lo son.