Da una patada en el suelo y verás como brotan tres o cuatro cucarachas negacionistas con un leve aire a Donald Trump y su peluquín, que mueven el cuello y niegan de plano cuando les recitas de corrido los efectos del cambio climático: destrucción de biomas, terremotos, inundaciones e incendios salvajes, aumento de la temperatura de la tierra, desertización, desaparición de especies o incremento del nivel del mar.
La crisis medioambiental que vivimos no se matiza. Se debe hablar de ella sin paños calientes, también de su daño al patrimonio arquitectónico y paisajístico. Hace poco lo hizo Mechtild Rössler, la directora del Centro del Patrimonio Mundial, quien dijo que nuestros monumentos viven amenazados por un mal ‘sin precedentes’. En palabras de la experta, hay aproximadamente 1120 lugares en la tierra de un valor incalculable que se están deteriorando a una velocidad tal que, en pocos años, desaparecerán de la faz de la Tierra. Nuestras retinas ya no podrán alimentarse de ellos.
Rössler no es la única activista del clima con autoridad suficiente que ha alertado de la transformación agresiva y la pérdida de biodiversidad que los humanos le hemos infligido a nuestro propio planeta.
Para la experta, el deshielo de los glaciares y el aumento de las temperaturas no solo está condenando al Everest a desaparecer, también amenaza el modus vivendi de sus poblaciones, tradiciones orales y artísticas. Con el clima muere el lugar, se sepulta la vida y también la cultura y el patrimonio de sus pueblos.
‘Es una pérdida de patrimonio irreparable, un empobrecimiento de la herencia de las naciones que nuestros hijos y nietos no podrán disfrutar’.aun
El caso de Venecia es especialmente alarmante, aunque no es el único lugar de la Tierra bajo la amenaza de la agresividad humana y su parasitismo con el clima, el medio ambiente y la biodiversidad. Se calcula que gracias al fenómeno de la ‘acqua alta’, las mareas crecientes, esta emblemática ciudad italiana quedará sumergida del todo en pocas décadas. No más barquitas, gondoleros y selfies con filtros para enmascarar la extinción de la ciudad.
La famosa Estatua de la Libertad podría seguir el mismo camino si las autoridades competentes no actúan. Se considera que está en riesgo por la subida del nivel del mar en la costa Atlántica de Estados Unidos y los cambios climáticos derivados de los huracanes que azotan su territorio cada año.
Hay más: Bangkok también tiene un problema similar con el nivel de sus aguas. Ciudad de México se hunde de 8 a 12 cm cada año. El Himalaya se derrite entre pestañeo y pestañeo. Ciudad del Cabo será la primera ciudad del mundo en quedarse sin agua. Las Galapagos se han calentado varios grados en los últimos tiempos y han matado el fitoplancton que regula la población de pingüinos, tortugas y leones marinos. Hay que sumar la pesca ilegal y la introducción de especies invasoras. Los números los trae la muerte. Las especies autóctonas mueren a razón del 50% de cada especie. 90% en el caso de las iguanas.
Los activistas del clima, las naciones y los gobiernos que todavía se preocupan por tener el enemigo a las puertas de la ciudad ya lo dan por hecho: el cambio climático lo amenaza todo. Desde la muerte de los corales en la Gran Barrera australiana hasta la desaparición de las estatuas moáis de la Isla de Pascua bajo la erosión costera y el nivel de las aguas.
Ningún monumento importante escapa a las agresiones. Stonehenge, quizá el megalito más famoso de todos los que conocemos, está deteriorándose a marchas forzadas por la contaminación del sur de Inglaterra y las hordas de turistas depredadores que mancillan su entorno. 5000 años de antigüedad van a dar paso a una destrucción que no tardará mucho tiempo en acabar con estas piedras milenarias que han parido tantas leyendas y películas. El futuro aumento de la temperatura llamará a los topos y los conejos, que con sus madrigueras pueden hacer peligrar la estructura y el equilibrio de las inmensas rocas.
Nuestro sur, en España, también está condenado a achicharrarse en las próximas décadas por el aumento de las temperaturas. La desertización y las olas de calor serán cada vez más comunes en esos noticiarios chabacanos de agosto que cada día repiten la evidencia. ¿Dirán ‘alerta roja por calor’ cuando las temperaturas superen los 50 grados con facilidad o pasarán a expresiones más fiables como ‘vamos a morir todos’? No hace mucho, la organización Climate Central creó un mapa interactivo en el que muestran cómo quedarán nuestras costas con la subida de las aguas del mar: Almería, inundada. Santander perderá parte de su centro histórico, incluido su barrio pesquero o el Centro Botín. Santa Pola ya no existirá y Huelva tendrá que invertir miles de millones para modificar el trazado de sus costas y adaptarlas al mordisco de los elementos.
El informe ‘El patrimonio mundial y el turismo en un clima cambiante’, de la ONU, lo pone blanco y en botella: nuestros tesoros culturales peligran por los factores de riesgo que hemos dejado de vigilar en pro de una producción y consumo de recursos cada vez más salvaje: aumento del nivel de las aguas, de la temperatura, de los fenómenos meteorológicos extremos. Para la ONU, todo esto amenaza y degrada ‘las cualidades que han hecho de los sitios del patrimonio mundial destinos turísticos populares’.
Según este organismo, es ‘urgente actuar’