Exactamente igual que los humanos, los perros pueden tener epilepsia. Se trata de una enfermedad de carácter hereditario, a la que son más propensas determinadas razas, como el Pastor Alemán, el San Bernardo, el Setter, el Beagle, el Canicge, algunos Dachsund y Basset Hound. La epilepsia es una enfermedad que no tiene por qué llevar a la muerte, pero conviene tenerla controlada para evitar problemas mayores en la salud de tu mascota.
Según explican desde Consumer, el primer ataque epiléptico puede manifestarse entre los primeros seis meses y cinco años de vida, y es importante aprender a actuar ante ellos, porque serán recurrentes. Si le ocurre a tu mascota, es importante mantener la calma, tumbarle, no intentar sacarle la lengua y esperar a que pase para poder darle el tratamiento más recomendado, previamente prescrito por tu veterinario. En Yasss te contamos un poco más sobre esta patología.
La epilepsia es una enfermedad cerebral que se manifiesta en perros con una sintomatología parecida a la de los humanos que la sufren, y cuyos brotes comienzan aleatoria e imprevisiblemente. Cuando esto ocurre, se produce una descarga de energía en el cerebro que provoca en el perro movimientos espasmódicos en sus extremidades, mucha saliva, micción y pérdida del conocimiento.
Si eso ocurre, mantén la calma y coloca a tu perro de forma que no se golpee o caiga, si está en una zona elevada. Puedes tumbarle en una superficie mullida, por ejemplo. Ante todo, no intentes sacarle la lengua al perro, porque puede morderte a ti o a sí mismo, produciendo lesiones más graves.
Una vez acabe el ataque, deja que se recupere poco a poco en un sitio tranquilo y llévale, si es la primera vez que ocurre, al veterinario. Si lo considera, su médico le recetará un tratamiento: muchas veces se trata de relajantes musculares que te recomiendan aplicarles después de que sufran un ataque.
Los ataques pueden ser de mayor o menor intensidad, y las convulsiones, generalizadas (con movimientos involuntarios en las cuatro extremidades y pérdida de conciencia, normalmente) o focales (puede involucrar solo un lado del cuerpo, una extremidad o la cara). Aunque puede angustiarnos, lo más importante es saber que tiene tratamiento e incluso cura.
Hay ciertas señales en la manera de comportarse de nuestro perro que pueden indicar que va a sufrir un ataque, como nerviosismo o inquietud. Si tu mascota ya ha sufrido este tipo de ataques antes ye res capaz de anticiparte a ellos, pon en práctica tus conocimientos de primeros auxilios y colócale en un sitio donde no vaya a hacerse daño, tumbado.
Los ataques no suelen durar mucho más de un minuto, aunque pueda parecerte una eternidad. Una vez termina, el perro se queda agotado y desorientado: resulta muy angustiosa, pero no tiene efectos secundarios, a menos que se golpee o se muerda la lengua.
¿La mala noticia? Esta enfermedad no se detecta en análisis ni en radiografías, así que los cuidadores suelen encontrarse con ella de sopetón. ¿La buena? Que no suele necesitar tratamiento de urgencia (a no ser que el perro sufra ataques muy continuados) y que, en ocasiones, puede curarse.
Si el origen de la enfermedad es congénito, es incurable: el animal tendrá que ser tratado durante toda la vida, pero rara vez un ataque es mortal. Y hay que tener en cuenta una cosa: los perros no tienen conciencia de haber sufrido un brote después, por lo que para ellos no resulta traumático y rara vez, ni siquiera mientras lo están pasando, doloroso, según explican los veterinarios.
En los casos en los que la enfermedad está producida por un tumor cerebral o por una disminución del aporte sanguíneo arterial, quizás puedas operarle. Pero, por norma general, es una enfermedad crónica y no hay mucho más que hacer, salvo pasar el brote calmado y asegurando la integridad de tu perro.