Los productos financieros son un mundo en sí mismo: bonos, acciones, cuentas… conceptos en los que invertimos nuestro dinero, pero que nos traen constantemente de cabeza. La mitad de las veces no sabemos ni qué son ni qué significan, y tampoco nos preocupamos mucho por averiguarlo.
De entre todos los productos, hay uno que merece la pena destacar, sobre todo para los más jóvenes: las cuentas de ahorro. A grandes rasgos, son una cuenta bancaria en la que metemos nuestros ahorros y los vemos crecer (el banco nos ofrece un tipo de interés, un tanto por ciento que ellos se comprometen a ingresar dependiendo de la cantidad de dinero que pongamos), aunque podemos retirarlos en el momento en que lo necesitemos. En Yasss te contamos todo sobre este producto.
Quizás te estés preguntando qué gana un banco si te da dinero; la verdad es que los bancos siempre ganan, pero ese es otro tema. A grandes rasgos, existen dos tipos de dinero: el de la banca central, que es quien dirige el dinero físico en curso (monedas y billetes), y el de la banca comercial, que no es otra cosa que el número que aparece cuando entras en tu cuenta del banco. Ese dinero se basa en la confianza, no en la liquidez: tú no dispones de ese dinero en la cartera, pero confías en que, si vas al banco y se lo pides, tengan suficientes monedas para devolvértelo.
Precisamente por si necesitas ir y pedírselo en efectivo, la banca comercial está obligada a tener un porcentaje del dinero que se deposita en sus cuentas en dinero líquido. Es lo que se llama el coeficiente de caja y es una imposición de la banca central: en el caso de España, quien decide qué porcentaje del total deben guardar es el Banco Central Europeo (BCE), que es la organización que determina todo sobre el euro.
El banco coge tu dinero, lo guarda y se lo da al siguiente que va a pedir una hipoteca o le pide mil euros en el cajero, y por eso quiere que mantengas tus ahorros con ellos el mayor tiempo posible. Gracias a tu dinero, ellos siguen funcionando como intermediarios y generando riqueza. Para conseguir que te quedes y evitar que, en un arrebato, metas tu dinero contante y sonante debajo del colchón, ellos te ingresan un interés en tu cuenta de ahorro cada cierto tiempo.
Una vez dicho esto, pasamos a las cuentas de ahorro. Son un depósito pasivo similar a los depósitos: permite generar intereses a cambio de depositar nuestros ahorros en la cuenta, aunque no limita tu acceso al dinero rentabilizado. Es cierto que, por norma general, los intereses suelen ser inferiores a los que obtendrías en un producto con plazo fijo (por ejemplo, una cuenta ahorro de jubilación que solo te permita acceder al dinero cuando acabe tu vida laboral), pero aún así es un compromiso que a la banca le interesa que sus clientes asuman.
La idea de este producto era que la banca ‘premiase’ tu permanencia en su entidad: una forma fácil de captar fondos para que ellos mantuviesen su actividad comercial y siguiesen concediendo préstamos, líneas de crédito e hipotecas, entre otros. Lo cierto es que ahora que el BCE vigila los tipos de interés, este producto está más dirigido a captar nuevos clientes.
Las condiciones de una cuenta de ahorro son claras y no dejan espacio a la imaginación: dejas que el dinero repose en una cuenta a cambio de una rentabilidad previamente acordada, sin un plazo determinado (salvo que el contrato diga lo contrario, no tienes por qué dejar ese dinero ahí más tiempo del que te apetezca) y con una disponibilidad de los ahorros inmediata. Los requisitos suelen ser pocos: muchas veces, que seas nuevo cliente de la entidad, mayor de edad y que presentes los documentos que te identifiquen como contratante.