Acaba de llegar a Disney+ una serie que aborda, desde el humor y la ternura, temas como la eutanasia, el VIH, el acoso a las mujeres, la adicción a los calmantes, la vida sexual en la tercera edad, la menopausia, el alzhéimer o el matrimonio igualitario. En 2022 ya sería encomiable que una comedia se detenga en temas tan de actualidad, pero lo impresionante es que ‘Las chicas de oro’ se emitió originalmente entre 1985 y 1992. En Yasss hemos analizado el impacto que tuvo en su época y por qué merece la pena volver a verla en la era del ‘streaming’.
Disney+ se apunta el tanto de ofrecer, por primera vez en streaming, esta icónica serie que ha marcado a varias generaciones y que, desde hace un tiempo, se ha releído desde las conciencias feminista y queer.
Creada por Susan Harris, guionista curtida en exitosas sitcoms anteriores, ‘Las chicas de oro’ nacía como una apuesta inaudita: ser la primera serie para el gran público (su primer episodio fue seguido por 25 millones de personas en Estados Unidos) protagonizada por mujeres mayores. Mayores para la época, claro, si se tiene en cuenta que las edades de sus protagonistas (Bea Arthur tenía 62 años cuando arrancó la serie, pero su personaje Dorothy tiene 55) son menores a las de ‘And Just Like That’, la nueva secuela de 'Sexo en Nueva York' (Sarah Jessica Parker cumple 57 en marzo).
Si uno piensa en las grandes comedias televisivas de los 80, los personajes femeninos casi siempre son esposas, madres o hijas del protagonista. En ese contexto (e incluso en el actual), ‘Las chicas de oro’ ofreció un punto de partida adelantado a su tiempo: cuatro señoras –Dorothy y su madre Sophia, Rosa y Blanche– comparten casa en Miami y forman una unidad familiar en la que las parejas y los amantes no están por encima del compromiso con las amigas. Porque las cuatro son mujeres con una vida sentimental y sexual activa y tienen relaciones efímeras o duraderas, pero sin que estas sean la trama principal de la historia.
Aún hoy no es habitual que una serie dedique tiempo a las aficiones, actividades e inquietudes de las mujeres jubiladas, y menos que ese sea el relato principal. En sus 177 capítulos, las protagonistas viven aventuras más o menos creíbles (como en toda comedia, a veces el chiste está por encima del retrato realista) y, a pesar de que el humor ácido y la sátira son sus ingredientes principales, las tramas se detienen en asuntos importantes y en realidades que muchas veces no entraban en el horario de máxima audiencia.
El ejemplo más reconocido es ’72 horas’, el capítulo de la quinta temporada (1990) en el que Rose, interpretada por la recientemente fallecida Betty White, se sometía a un test del VIH por una transfusión de sangre que había recibido años atrás. En el episodio, Blanche le confiesa que ella también se ha hecho la prueba por responsabilidad, ya que mantiene una vida sexual muy activa.
Es un momento en que la información sobre el virus era todavía confusa (la serie muestra cómo Sophia no quiere compartir baño o taza con Rose y cómo acaba entendiendo que eso no supone un peligro), y en el que mucha gente consideraba la dolencia como un castigo para la comunidad gay o las personas que consumían drogas. ‘Las chicas de oro’ fue en ese sentido muy valiente –se dice que el sida no es un “castigo divino” y se pone atención a su prevención– y constituye un documento único de cómo la televisión generalista podía abordar temas conflictivos desde el respeto y la empatía.
Y como enumerábamos al principio, no es un caso único. A lo largo de las temporadas, las protagonistas se enfrentarán al deseo del hermano de Blanche de casarse con otro hombre –25 años antes de la legalización del matrimonio igualitario en Estados Unidos–; a la decisión de una anciana de quitarse la vida ante su sufrimiento por una enfermedad; al enfrentamiento con un neurólogo que considera que Dorothy exagera al hablar de sus síntomas; el duelo de Sophia por la muerte de su hijo y la vergüenza de que este soliera usar ropa femenina; la situación de calle del exmarido de Dorothy (una persona sin hogar)…
La lista continúa. Temas sociales, raciales, de diversidad sexoafectiva, capacitismo… ‘Las chicas de oro’ supone uno de los raros ejemplos en que la televisión de los ochenta y noventa no solo supera una relectura desde el pensamiento actual, sino que sigue sorprendiendo su apertura de miras. Probablemente se debe al liderazgo de Susan Harris, mujer comprometida que quiso hacer de su creación un espacio para hablar de la realidad de las mujeres de su edad y mayores.
Y todo ello, por supuesto, sin dejar de ser una comedia divertidísima. La cascarrabias Dorothy, la inocente Rose, la descarada Blanche y la mordaz Sophia siguen siendo unos personajes descacharrantes, interpretados por mujeres que no tienen miedo a hacer humor con su edad, con su cuerpo y con los arquetipos que representan. La visión de la vida y las frases icónicas de 'Las chicas de oro' han sido todo un referente para las cómicas de las nuevas generaciones y para la comunidad LGTBIQ+, que encontró en la serie originalmente emitida por la NBC un espacio seguro donde su realidad era retratada con respeto.
Volver casi 40 años después a la serie es una delicia para quienes la recuerdan vagamente en su más tierna infancia. Descubrir que la actriz que hacía de la octogenaria Sophia era interpretada por una actriz más joven que la que encarna a su hija, contar los cameos de gente ultrafamosa (¡Julio Iglesias!) o de intérpretes que después lo serían, como George Clooney, revivir el momento de Blanche convertido en un mítico GIF… Regresar a ese salón en Miami Beach donde en cualquier momento aparecen estas mujeres tras la puerta taza en mano es como volver a casa. Thank you for being a friend.