Nos prometió Pedro Sánchez, cuando comenzó la pandemia de coronavirus, que de esta saldríamos juntos y más fuertes. Es cierto que aún no hemos salido, y que todavía queda camino por recorrer para que la covid-19 sea un extraño recuerdo, pero la sensación general es que, como sociedad, estamos polarizados y debilitados. Tras más de un año de restricciones tenemos la fatiga pandémica a flor de piel, y se nos ha olvidado el sentido de esas normas y el poder de lo colectivo, ya solo queremos que nos dejen ir de vacaciones. No nos apetece saber nada de nadie, no sabemos en quién confiar, solo pedimos un descanso de la incertidumbre en la que nos hemos instalado y un alivio de la incredulidad que sentimos cada vez que vemos las noticias. Parece mentira que solo hayan pasado diez años de aquel 15 de mayo de 2011 en el que, por primera vez en nuestras vidas, nos creímos que podíamos cambiar lo que ya no funcionaba.
Si crees que el coronavirus es lo peor porque te ha dejado sin vacaciones y sin festivales podrás entender lo que sentimos aquellas personas que en 2008 teníamos alrededor de veinte años: una crisis económica mundial afectó a varios países con especial fuerza, entre los que se encontraba España, dejándonos a los más jóvenes, básicamente, sin futuro.
Si los millennials somos tan quejicas y nos encanta la bajona y regodearnos en el drama es porque nos educaron prometiéndonos que seríamos la primera generación de la historia que podría conseguir lo que quisiera. Nuestros padres se habían esforzado para ofrecernos la mejor educación y en nuestras manos estaba la oportunidad de triunfar en la vida. Nos lo curramos a muerte y de repente, ¡pam! ¡No hay dinero! ¡Solo hay paro! ¡No hay contratos laborales! ¡Cierran las empresas! ¡No hay acceso a la vivienda! ¡Los únicos que merecen ser salvados son los bancos!
Los jóvenes nos cabreamos y, además, empezamos a ver, gracias al auge de las redes sociales, cómo en otros países comenzaban a surgir movimientos que exigían cambios reales en un sistema político, económico y social que, claramente, estaba fallando.
El 15 de mayo de 2011 se convocaron en muchas ciudades españolas una serie de manifestaciones y sentadas pacíficas para pedir democracia real, al grito de "que no, que no, que no nos representan". La sociedad civil española estaba 'indignada' con los políticos, por cómo habían gestionado la crisis económica, por las pocas expectativas de futuro y porque "siempre mandan los mismos". Los mismos que, poco a poco, se fueron alejando de los problemas reales de los ciudadanos para convertirse en una clase política al servicio de los intereses de unos pocos.
Se estima que en Madrid salieron a las calles unas 100.000 personas, y en Barcelona unas 250.000, según datos aportados por la organización de las mismas. Esa misma noche, unos 100 jóvenes decidieron quedarse a dormir en la Puerta del Sol formando lo que después se conocería como #acampadasol. Otras muchas ciudades de España copiaron esta iniciativa, formándose también #acampadabcn y acampadas en Zaragoza, Valencia, Granada y otras ciudades españolas.
A los jóvenes, en aquel momento, nos llamaban ni-nis, porque ni estudiábamos ni trabajábamos, así que teníamos todo el tiempo del mundo para acampar en medio de nuestra ciudad, ahora que había llegado el buen tiempo, y dedicarnos a revolucionar el mundo para adaptarlo a nuestras nuevas necesidades tras la crisis económica.
El 15 de mayo de 2011 yo estaba en Madrid. Fui a la concentración con varios amigos y después me fui a casa. Al día siguiente tocaba currar, y aunque el trabajo que yo tenía entonces no me gustaba nada (trabajaba sin contrato y me pagaban en negro), ¡había que ir a la ofi! ¡No estaba el panorama para rechazar nada! Recuerdo que al día siguiente mi jefe criticó las manifestaciones, y estoy bastante segura de que, si dejé ese trabajo unas semanas después, que se riera del 15M tuvo algo que ver. Como tuvo que ver que ese mismo jueves 19 de mayo yo me enterase de que se había organizado una acampada en Zamora, mi ciudad natal, y decidiera irme a pasar allí el fin de semana para acampar con mis paisanos.
La acampada de Zamora era pequeña, como la ciudad, pero consiguió convertirse en algo verdaderamente especial. A mí me devolvió la ilusión. Por mi ciudad, a la que subestimé pensando que jamás se metería en estos fregaos, por mi generación, ya que gracias al 15M conocí a mucha gente nueva, y por mi futuro. Me ilusioné tanto pensando que las cosas sí iban a cambiar que, como dije antes, dejé mi trabajo en Madrid porque es que ya no aguantaba más.
Enrique, 32 años (Valencia):
La plaza del Ayuntamiento, muy simbólicamente, se convirtió en la Plaza 15 de mayo en Valencia. Yo estaba estudiando periodismo, y todos mis compañeros de clase eran gente con muchas inquietudes políticas, más que yo, con una sensibilidad muy de izquierdas. Yo no me quedaba a dormir en la plaza, pero íbamos mucho y participábamos en las asambleas.
La principal lección que a mí me dio el 15M es que la política también era cosa mía. Que mi sensibilidad también cabía en el discurso político. Porque lo que yo quería no estaba en el Congreso. Estaba Izquierda Unida y yo les votaba, de manera un poco romántica, pero hasta que no surgió Podemos no me sentí representado. Las personas que pensamos que la corrupción no puede pasar impune, que la desigualdad es una de las grandes lacras de este país... tenemos voz, y queríamos ser escuchadas. Creo que sin el 15M la corrupción no se miraría tan con lupa como se mira ahora, ya no se perdona. Nosotros gritamos "no hay pan para tanto chorizo", y creo que eso ya ha quedado en la sociedad, y creo que eso es una proeza para un movimiento como el 15M.
Rocío, 32 años (Madrid):
El 15M me pilló estando de Erasmus en Amberes con 22 años. Como yo, muchos de los españoles que estábamos ahí enseguida conectamos con ese movimiento ciudadano impulsado por jóvenes desencantados con unos políticos que no les representaban y con un sistema y una mala gestión bancaria que nos había llevado a una terrible crisis económica. Recuerdo perfectamente cómo, al principio, los medios de España apenas hablaban de ello y, cuando intentábamos seguir la que se estaba liando en Sol, las páginas de Facebook como ‘Democracia Real Ya’ o Twitter se convirtieron en nuestras mejores fuentes.
En aquel momento me dio un poco de pena no estar en mi ciudad viviéndolo (habría ido a acampar seguro), aunque los españoles que estábamos de Erasmus desperdigados por Bélgica bajamos unos días después a Bruselas para asistir a una marcha juntos en la que gritábamos que estábamos hartos de un sistema precario, de salir al mercado laboral y no tener trabajo, y de ser una de las generaciones mejor preparadas de la historia que iba a vivir peor que nuestros padres. Para mí el 15M fue como vivir una especie de Mayo del 68 francés, y me ilusionó mucho tener la sensación de que, protestando por fin, los jóvenes podíamos cambiar las cosas.
David, 29 años (Salamanca):
El 15M me pilló estudiando en la Universidad de Salamanca. En aquel momento yo trabajaba para una radio autogestionada y me tocó cubrir las asambleas por el día, y buscar contactos en otras asambleas de España. Me acuerdo de que hacíamos conexiones con Madrid, con Granada, con Barcelona... No llegué a dormir en las acampadas porque tenía que ir a clase pero recuerdo con especial cariño el paso de las 12 de la noche de aquel día en el que las concentraciones pasaron a ser ilegales por la jornada de reflexión de las elecciones. Me tocó cubrirlo en el estudio, en directo, e hicimos un maratón que duró cuatro horas y vivimos la incertidumbre de si habría cargas policiales... conectábamos con diferentes puntos de España y guardo un recuerdo especialmente bonito.
Las celebraciones por el décimo aniversario del 15M no podrán llevarse a cabo tal y como nos hubiera gustado, debido a las normas sanitarias para prevenir los contagios de coronavirus. Y a no poder reunirnos en la Puerta del Sol recordando la ilusión de aquel día también habría que sumarle la sensación de incredulidad con la que hemos asistido a los últimos acontecimientos, tan contrarios al espíritu de aquellas acampadas que levantamos nosotros mismos.
Para empezar, Pablo Iglesias se ha cortado la coleta. No hay metáfora más obvia para que aceptemos el fin de esta era.
Resumiendo demasiado, podría decirse que Podemos fue el primer partido que trasladó a la política algunas de las inquietudes de los indignados. Pablo Iglesias, en aquel momento profesor de Ciencia Política de la UCM, lideraba la formación. En 2021, Podemos ya no existe, ahora se llama Unidas Podemos, Pablo Iglesias llegó a vicepresidente segundo del Gobierno, después dimitió, se presentó a las elecciones de la Comunidad de Madrid del 4 de mayo, consiguió 10 escaños y esa misma noche anunció que se retiraba de la política institucional.
En esas mismas elecciones ganó Isabel Díaz Ayuso, candidata del PP, partido que experimentó un crecimiento significativo, rozando la mayoría absoluta, algo que se opone también a las peticiones hechas en el 15M del fin del bipartidismo PP-PSOE para conseguir esa democracia real que hoy ya parece que importa menos. De hecho, el término democracia se ha devaluado tanto que ya hay corrientes de pensamiento que aseguran que vivimos en una dictadura comunista. Además, que la pandemia de coronavirus haya provocado otra crisis económica tampoco nos da buena espina. Nos cuesta un poco creer que estemos, de nuevo, en la casilla de salda.