Cuando Olatz Rodríguez se subía al pódium tras ganar una competición, su rostro no reflejaba felicidad. La sonrisa de aquella niña era fingida, impostada, artificial. A ella no le gustaba competir. Su placer era disfrutar de la gimnasia rítmica pero sin la presión de la competición. Para ella, la meta no eran las medallas ni los sueños de grandeza. Tampoco los Juegos Olímpicos, pese a que Rodríguez formó parte de la selección española de gimnasia rítmica individual y fue finalista en el Campeonato de Europa júnior en 2018. "A mí no me gustaba competir y, cuando lo decía, mis entrenadoras me regañaban", admite.
Pero todo a su alrededor estaba preparado para dirigirla hacia el alto rendimiento, el esfuerzo, la pelea, la rivalidad y los sueños por triunfar. Y ella se encerró en aquello en lo que se veía una verdadera campeona: perder peso.
Olatz decidió a los 17 años dejar la gimnasia. Lo hizo sumida en la desesperación. Hacía unos meses que se había dado cuenta de que esa obsesión por bajar de kilos no era normal, que padecía anorexia nerviosa restrictiva y que necesitaba ayuda. "Empecé a rechazar el entorno del gimnasio. No quería seguir cuando veía que podían estar haciendo daño a otras personas y me parecía hipócrita seguir en ese sitio. Había comentarios o situaciones que veía y que me afectaban. Eso me hizo incapaz de volver a ese entorno", cuenta en una entrevista a Yasss.
Dos años después de abandonar el deporte al máximo nivel, Olatz estudia medicina y su medalla será ahora aprobar el examen de biología y citología que acaba de hacer. "Creo que me ha salido bien", dice con una sonrisa nerviosa. En unos días, sabrá la nota.
Tras el infierno vivido, Olatz dice sentirse mejor en cuanto a la alimentación que lleva. "Incluso hay días que no me siento culpable, algo que pensaba que no iba a ocurrir nunca. Y quiero transmitir a la gente que algún día te puedes sentir libre", asegura. Con ese mismo objetivo, ha publicado un libro titulado "Vivir del aire" (Planeta, 2020) donde cuenta cómo vivió en la espiral destructiva de la anorexia y cómo está logrando salir de ella.
Olatz comenzó a hacer danza a los seis años, pero pronto descubrió que lo que le apasionaba era la gimnasia. "Mis padres me apuntaron al gimnasio y me pareció muy divertido. Era más movido", cuenta. Al principio era un mero hobbie que disfrutaba junto a las otras niñas. Pero ya por entonces comenzó a percibir en las gimnastas mayores una clara obsesión por la alimentación y la pérdida de peso. "Yo solía mantener relación con las compañeras de más edad y los temas de conversación giraban en torno a esos temas", cuenta.
A los doce años, empezaron a pesarla dos o tres veces por semana. "Al principio me daba igual, porque siempre me decían que comiera más. No entendía el objetivo de pesarnos. Me parecía hasta algo divertido. Conforme íbamos creciendo, ya empezaron a llegarnos los mensajes de que nos íbamos a desarrollar y que teníamos que tener cuidado con la alimentación. Tal vez eso pudo influir en mi conducta posterior", explica.
Con 15 años, Olatz empieza a sufrir anorexia. Entonces, pesaba 35 kilos. "No lograba expresarme bien y eso me generaba sentimientos de frustración o incapacidad que me hacían afrontarlos mediante otras conductas que me generaran satisfacción. Y encontré en el peso esa satisfacción. Si bajaba de peso, tenía la enhorabuena de mis entrenadoras y de mí misma. Sin darme cuenta del peligro que estaba corriendo", explica.
Olatz comenzó a comer poco y a engañar a con la alimentación. "Mi día a día se resumía en la cantidad de calorías que había ingerido", explica. "A mis padres les decía que me dolía el estómago. La verdad es que los dos se vieron en una situación muy compleja e hicieron lo que pudieron. No les puedo reprochar nada", admite.
La adolescente comenzó a sentirse cautiva de sus propias emociones y la ansiedad por bajar de peso concentraba todos sus pensamientos. Aguantó unos dos años, hasta que la asfixia fue tan grande que decidió apartarse de la gimnasia. Parcialmente recuperada, Olatz no busca ahora culpables. "Ha habido diversos factores que me han llevado a ello. Las entrenadoras han podido tener su implicación, pero no son culpables de todo lo que ha pasado. Yo creo que ellas no querían hacernos daño, pero la falta de información que tenían les pudo haber llevado a ello", relata.
Dos años después de abandonar la gimnasia, Olatz no echa de menos su vida de deportista de alto rendimiento aunque sigue ejercitándose puntualmente. Ha olvidado los malos momentos y se queda con lo bueno que vivió en aquel tiempo. Aunque avisa: "Hay muchas personas que han pasado o están pasando por lo mismo que yo, pero no lo quieren admitir o creen que es lo correcto. Y no solo en el ámbito del deporte, sino en el día a día de cualquier persona. Sólo hay que ver ciertos comentarios en cualquier red social. Son comportamientos que se hacen de forma cotidiana pero pueden llevar a muchas personas a la anorexia. Especialmente en los adolescentes, que no tienen la madurez suficiente para darse cuenta de lo peligrosos que son ciertos mensajes", explica.
¿Y qué consejo le daría Olatz a una chica que quiere ser gimnasta? La joven es clara: "Le diría que disfrutara y que no dé importancia a temas relacionados con la alimentación o la imagen corporal. Pero yo dirigiría sobre todo el mensaje a sus padres o entrenadores: cualquier comentario en personas tan pequeñas puede influir de manera directa. Que se informen de lo que pueden provocar sus palabras en la mente de una persona tan joven", concluye.