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Viruela del mono: que los logos arcoíris no nos distraigan de la LGTBIfobia de los medios

  • Con los primeros contagios de la viruela del mono, los medios no tardaron en señalar a hombres que mantenían relaciones sexuales con otros hombres

  • Como ha ocurrido otras veces en el pasado, habrá quien vea una enfermedad como el castigo divino por un comportamiento sexual inadecuado

  • Hace 40 años, la pandemia del VIH/SIDA ya dejó un testimonio claro de qué pasa cuando una enfermedad es vinculada tan directamente a un gripo oprimido

Arranca un nuevo mes del orgullo LGTBIQ+ y empresas, tiendas e instituciones se lanzan a teñir sus logos y balcones con los colores de la bandera arcoíris. Durante los 30 días de junio, los medios de comunicación se suben al carro y muchas páginas de periódicos y revistas, así como muchas horas de televisión y en internet, se llenan con contenido relacionado con el colectivo. Pero escasamente ese contenido se pregunta sobre cómo los mismos medios tratan a las personas no cisheterosexuales el resto del año.

En las últimas semanas, dos hechos de actualidad han demostrado que la homofobia y la transfobia no están solo en las agresiones a personas diversas (que se han duplicado respecto a 2021), sino que el tratamiento que se hace de nuestras realidades en los medios de masas tiene mucho que ver con la percepción que sobre nosotres tiene la sociedad.

Con los primeros contagios de la viruela del mono en nuestro país, no tardaron los medios en señalar que parte de los contagiados eran hombres que mantenían relaciones sexuales con otros hombres. Aunque el virus puede transmitirse por contactos estrechos que nada tienen que ver con el sexo (tos, lesiones cutáneas, objetos contagiados), el debate en seguida viró hacia el hecho de que uno de los brotes más importantes se dio en una sauna gay, un espacio para el contacto sexual entre desconocidos. De hecho, la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid obligó a cerrar la sauna donde se había producido el contagio.

Con su señalamiento, los medios generaron la sensación de que la viruela del mono es una infección principalmente de hombres homosexuales. Como si el virus decidiera a quién contagiar basándose en su identidad sexoafectiva, la constante asociación marcada por algunos medios provocó que la viruela del mono se empezara a percibir como una enfermedad provocada por el sexo gay, y que por lo tanto no iba a llegar a la población heterosexual.

Como el virus tiene menos prejuicios que algunos tertulianos, la transmisión del virus ha seguido más allá del brote de la sauna. Y aunque hoy haya mujeres y hombres heterosexuales infectados, el daño ya está hecho. Para mucha gente, este virus es y será un peligro del sexo descontrolado con desconocidos, de esa promiscuidad que se asocia a los hombres homosexuales. Como ha ocurrido otras veces en el pasado, habrá quien vea una enfermedad como el castigo divino por un comportamiento sexual inadecuado.

Y, en mitad de todo esto, Salvador Ramos asesinó a 19 niños y dos maestras en una escuela de Texas. Poco después del brutal atentado, y supuestamente a partir de un hilo en la plataforma Reddit, empezaron a circular unas fotografías que pretendían demostrar que Ramos era una persona trans. Aunque al instante se demostró que era un bulo sin ninguna base, en España varias televisiones nacionales emitieron las fotos y dieron por buenas las teorías a pesar de que no había ninguna prueba. Simplemente porque les sonaba factible que ser una persona trans provocara la inadaptación necesaria para cometer un crimen así.

Mirando al pasado

Si los medios de comunicación son los encargados de explicar la realidad a la población, deberían ser los primeros en tener conciencia de que difundir bulos y asociar determinadas noticias a un grupo concreto de la población tiene consecuencias en la percepción social de ese grupo y de esas realidades.

Hace 40 años, la pandemia del VIH/SIDA ya dejó un testimonio claro de qué pasa cuando una enfermedad es vinculada tan directamente a un gripo oprimido: el SIDA empezó siendo conocido como “cáncer gay”, muchas instituciones religiosas lo describieron como una forma de castigo por los pecados cometidos por los hombres gays y bisexuales, y los gobiernos –formados en un 99% por hombres cisheterosexuales– tardaron unos años interminables en financiar investigaciones y tratamientos porque, simplemente, les parecía que la plaga no les afectaba demasiado.

Si se hubiera usado el mismo baremo con la viruela del mono y con el covid, se hubiera cerrado cada negocio donde se produjeron brotes. Y hubiéramos hablado del coronavirus como “una infección prominentemente heterosexual”. Suena ridículo porque el estigma no funciona cuando se usa con los grupos privilegiados por el sistema, e igualmente ridículo nos tendría que sonar que se asocie un virus a una orientación sexoafectiva o un tiroteo a la identidad de género del criminal.

Pero seguimos viviendo en un sistema que alimenta la estigmatización de los colectivos desfavorecidos, porque esos sentimientos negativos que provocan las mentiras y el señalamiento interesado son un sólido pegamiento para mantener el status quo. La próxima ver que veamos un logo con la bandera de la diversidad en un periódico o una cadena televisiva, no estará demás rascar un poco para ver qué hay debajo de los seis colores arcoíris.

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