Lingüistas desmayados aparte, no pasa un solo día sin que nos desayunemos con algún neologismo de nuevo cuño para hablar de nuestra vida amorosa en la era digital, más accidentada que una cita de Tinder con un apretón intestinal inesperado.
Lo único cierto es que casi todos estos términos suelen referirse a dinámicas relacionales más tóxicas que alguien que te dice “No me quiero atar, soy un espíritu libre”. En Yasss ya te hemos hablado en detalle de algunos de estos comportamientos, red flags de manual como el ‘Benching’, ‘pocketing’, ‘spectatoring’ o ‘negging’.
Hoy te traemos uno nuevo, el ‘paper clipping’, para que tu diccionario de la desgracia amorosa no descanse y puedas irte a la cama pensando. ¿Seré yo la próxima víctima? ¿Hay vida inteligente en el corazón ajeno?
No hace falta irse muy lejos para encontrar una frase que resuma a la perfección la esencia de este palabro que nos viene actualizado con los ropajes de la lengua de Shakespeare. El refranero español cuenta con un buen número de sentencias y admoniciones extraídas directamente de la sabiduría popular y el instinto (de los que han sobrevivido a la vida amorosa y sus miserias sin seguir la línea de puntos que los suicidas se dibujan en la muñeca). Ah, ahí siempre abunda la sabiduría, el eterno consejo acertado que ni se crea ni se destruye, solo se transforma. ¿Adivinas cuál es?
El neologismo del ‘paper clipping’ proviene directamente de una frase repetida desde los tiempos de las chanzas amorosas de Lope y los enredos de los amantes en las alcobas a oscuras. Ni más ni menos que esta: “Es como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer al amo”.
El término ha vuelto a popularizarse a raíz de una ilustración de Samantha Rothenberg en la que aparecía Clippy, el famoso personaje (y bastante insoportable) del clip que nos daba instrucciones en Microsoft Word.
Por lo general, el papper clipping suele darse con las exparejas y los exrollos de cierto peso en nuestro historial. Aparece en relaciones terminadas que, oh, sorpresa, uno de los dos no ha superado ni de lejos. Hecho el neologismo amoroso, hecha la trampa. Sí, claro, es una red flag como tantas otras. Hay comportamiento tóxico en sus engranajes; hay (seguramente) que hacer la señal de la cruz y alejarse lo antes posible de esa persona que ha empezado a comportarse con nosotr_s como un ávido conspirador palaciego, entretejiendo y maquinando para que dejemos caer otra vez las barreras.
Las señales aparecerán de muchas formas, tal y como reza la ilustración de Rossebberg. El paper clipping solo sigue la lógica de la posesión y la tortura sentimental, a la medida de las nuevas tecnologías: desde un Whatsapp de madrugada con aspecto inofensivo a una storie de Instagram en la que sabemos que tenemos ahí a esa garrapata espectadora.
Esa persona con la que estuviste a punto de tener gatitos aparecerá sin que haya ninguna razón que lo motive, aún tendrá un poco torcido el corazón, y así se lo cobrará: rodeándote, y en estado gaseoso permanente. Además, no tendrá particular interés en que volváis, solo querrá seguir removiendo con un palo las cenizas que aún queden para satisfacer una pequeña parte de su egoísmo (insaciable). Sentirá la necesidad siniestra de seguir estando presente en tu vida. Bien lo dice la ilustración de Rossenberg. “No quiero que te olvides de que existo”.
Es conveniente sacar la artillería (puede que estemos con las defensas bajas) y tener muy claros qué sentimientos pueden golpearnos cuando este tipo de personas deciden exhumar sus propias cenizas, regresar a nuestro entorno y avisarnos de que ‘Tkm aún y eso, ¿no te apetecerá venir a ver una película a mi sofá?’. En cierto modo, remover esa herida es abrirla otra vez, y por eso será común sentirnos desorientad_s, enfadad_s por motivos evidentes, y hasta con una cierta ansiedad y estrés.
Cuidado. Conocer cómo actúan estos perros del hortelano es imprescindible para saber cómo poner límites, y así dejar de contestar a sus morritos de mascota atropellada y abandonada en una gasolinera. Ignorar a tiempo ese sendero es la mayor de las victorias. Recuerda que estos cuentos siempre acaban con un lobo disfrazado de una adorable anciana de 85 años.