Seguro que alguna vez te has planteado si existe una salida al sota, caballo y rey de nuestra cultura romántica: cita, cama y, si nada lo impide, final feliz; la penetración o alguna otra práctica fuertemente codificada en nuestro adn de simios que desean, aman y muerden (con cariño). Eso sí, cuidado con la falta de sexo.
En cuestiones afectivas, nuestra forma de tener sexo con otras personas no está libre de sus propios sótanos y tabúes. Somos hijxs de relatos culturales como el amor romántico y de un buen número de convenciones y normas limitantes. Con el devenir de los siglos, ciertas cadenas nos han atado a determinadas prácticas, muy extendidas, y a visiones estancas del amor y el sexo que se comen buena parte de la libertad de mantener relaciones sexuales sin el peso de nuestra herencia cultural. El coitocentrismo está entre nosotros. Los árboles, como suele decir, no nos dejan ver el bosque.
Te contamos un poco más sobre esta tendencia.
Hay ciertas variables que influyen en nuestra forma de relacionarnos sexualmente con otras personas. Aprendemos de lo que hemos vivido; nos empapamos de una cierta educación y de ciertas normas, de las que el sexo también forma parte. Sí, porque en nuestra forma de amar hay prejuicios y mandatos que seguimos ‘por defecto’. El modelo cultural de referencia es el espejo en el que nos miramos. Bailamos alrededor, aceptando sus normas y convenciones. Salir de Matrix parece más sencillo.
Según cuenta la sexóloga Bárbara García al periódico Clarín, “el coitocentrismo es ir al parque de atracciones y subirse siempre a la misma atracción. Es una práctica social -en este caso, sexual- que se ha convertido en una especie de mandato popular”.
Es fácil darse cuenta de la ‘letra pequeña’ de nuestras relaciones afectivas. Incluso en un entorno social abierto en el que podemos hablar libremente, muchas se miden por la frecuencia y la duración de las relaciones sexuales, siempre con un fin último en el horizonte: el coito y la penetración, tanto en ámbitos heteronormativos como en relaciones dentro del espectro de la disidencia sexual.
Esta forma de relacionarnos romántica y sexualmente se sostiene sobre ideas centrales que permean en la cultura, una especie de ‘por los siglos de los siglos’ que ha dirigido la vida afectiva de muchas generaciones.
Por ejemplo, una de las ideas que lo fundamentan es que el fin último de una relación sexual es la reproducción, algo que, por suerte, desde hace ya muchas décadas ha perdido fuerza. Por otro lado, el sexo ligado a la genitalia excluye espacios donde podamos entender una relación afectiva y carnal sin ellos; sin medir o calibrar el tamaño de un pene, la forma correcta de un pecho o la relación entre potencia e idoneidad de los genitales; sin hombres avergonzados porque el tamaño de su miembro no cumple ciertos estándares culturales, y mujeres, en un porcentaje abrumador, incapaces de llegar al clímax, lo que estas expertas denominan “la brecha orgásmica”.
Dice Andrea Orlandini, sexóloga: “El coitocentrismo es otra de las tendencias, mitos y falsas creencias qué consideran al coito o penetración como la más importante modalidad de relación sexual y erótica”, algo que relaciona ese fin reproductor de antaño con la genitalidad, y pone a la penetración y al coito en el centro del amor y el deseo. “Junto con el falocentrismo y la heteronormatividad”, continúa la experta, “es una de las creencias que debemos modificar con una adecuada educación sexual”.
El ejemplo más ilustrativo lo pone García, cuando afirma que esta visión del sexo se reproduce en la cultura con una facilidad alarmante, por ejemplo, en películas con un guión cuyo mensaje está orientado y codificado con “dos besos, penes adentro de vaginas sin preservativo ni chequeo de lubricación previo, empujes intravaginales sin roces de clítoris externos y una teatralización de gemidos siempre al unísono, en donde parece que ambas personas llegan al orgasmo cronometradamente y coitalmente”.
Hecha la ley, hecha la trampa: ¿cómo escapar o, por lo menos, de qué forma esquivar el peso de esta herencia sexual?
Según García: “Este modelo se derriba, primero, siendo conscientes de que somos usuarios del mismo y, luego, trabajando en modificar ese adoctrinamiento en el que caímos”. Orlandini recalca la importancia de una educación sexual consciente de sus problemas, en la que nuestra anatomía y nuestra fisiología se amplíen y se vean como un mapa erótico con muchos territorios aún por descubrir, fuera de la obsesión por la genitalidad.