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Sexo

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El equilibrio justo en el sexo: ¿cuándo lo estamos haciendo mucho y cuándo es muy poco?

La vida erótica admite tantas variantes como escenarios para el deseo: regularidad, ganas, oportunidad, soltería, monogamia, poliamor, polisexualidad, pansexualidad, demisexualidad.

Las ganas de tener sexo y hacer el delicioso (o no) pueden llegar a decir mucho de cómo nos enfrentamos a las relaciones, a nuestra vida en pareja y a esa fuerza elástica y voluble que nunca terminamos de entender. Lo mismo el deseo te pone a cien que te lleva a limpiar el wáter con tal de hacer pereza y no quitarte la ropa.

Te habrá pasado que a veces te preguntas: pero ¿qué me ocurre? ¿Por qué me siento un auténtico dromedario en época de cópula? ¿Es normal tener ganas todo el rato y hacerlo mucho? Y este aburrimiento mortal y falta de apetencia, ¿será que lo hago muy poco y por eso no tengo humor?

Veamos qué dice la ciencia, algunos estudios y el sentido común sobre pasarse de tener sexo o llevar una vida ascética donde casi no hay relaciones sexuales.

Estás teniendo demasiado sexo

Como con el exceso de masturbación, hay una serie de señales en las que deberías fijarte para detectar si tu cuerpo pide salsa, si estás como los bonobos en primavera, no puedes parar de fo*** (estudiar para los exámenes, si eso, para otro rato). Tu salud sexual, en fin, podría correr tiempos mejores, lo que pasa es que aún no te has dado cuenta. Hablamos de red flags, de hacértelo mirar, consulta a un especialista, encomiéndate al tarot, pero para un poquito, que se te va a desgastar. 

  • Inercia. Esto es lo que dice para GQ Jal Ganeshananda, sexólogo y terapeuta. “Cuando tienes sexo y sientes que obedece más a un comportamiento obsesivo compulsivo. Cuando ni por número ni por calidad de encuentros sexuales se obtiene satisfacción física ni mental". En resumen: lo haces muchísimo, pero no lo disfrutas nunca.
  • Compulsión. Sabrás que tienes un problema cuando conviertes el sexo en un acto maquinal, mecánico y repetitivo, sin los rituales que le dan “calidad a la película” (la conversación, las caricias, los prolegómenos y el juego). Si tu necesidad de mantener relaciones sexuales te lleva a descuidar tus relaciones y tu vida personal y profesional probablemente tengas un problema de adicción y no lo sepas

Tienes menos sexo del que deberías

Robert Weiss, un reputado psicoterapeuta estadounidense, nos ofrece una reflexión interesante a la hora de entender nuestra relación con el sexo, muy útil para dejar de culparnos si no encajamos en esa idea de ‘normalidad’, tan peligrosa para entender nuestras emociones y deseos. Según el psicoterapeuta, la falta de sexo solo debería considerarse un trastorno cuando interfiere en nuestro vínculo con nuestra pareja o nos afecta a nivel psicológico con su buena dosis de ansiedad, estrés o autocastigo. 

“Siempre y cuando su actividad sexual (o la falta de ella) no esté causando estrés, ansiedad, disminución de la autoestima, haga daño a otros, viole la ley, cause problemas en la relación (si estás en una) o tenga consecuencias en tu vida, no necesitas preocuparte”.

Si tomamos como como referencia el famoso DSM5 –la biblia de la psiquiatría, muy cuestionada desde ciertos ámbitos de su propia disciplina–, hay una serie de señales a las que deberíamos atender para considerar la falta de sexo como un problema.

  • Pierdes interés en el sexo durante mucho tiempo (más de seis meses)
  • No puedes atribuir tu falta de interés en el sexo a un factor externo: drogas, efectos de la medicación que estés tomando, un problema de salud o un trauma, como estar dentro de una relación tóxica, violenta o de abuso.
  • Ese desinterés, falta de deseo y abulia te pesan cada vez más, hasta el punto de que entras en un periodo de culpa, autocastigo, ansiedad y quizás depresión. El sexo te genera rechazo, y finalmente, miedo y distancia. 

Si detectas estas señales y te preocupa que la falta de sexo afecte directamente a tu vida, quizá lo mejor sea que te pongas en manos de un especialista para explorar más a fondo el origen del problema y las posibles soluciones.

Ni siquiera estas señales de alerta valdrían para todos los casos, porque no existe lo normal o lo anormal, solo la relación que nosotros establecemos con nuestras emociones. Piénsalo. ¿Pasaría algo grave, por ejemplo, si te dieras cuenta de que eres asexual o demisexual?