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El pomelo, la técnica de sexo oral que están descubriendo miles de parejas gracias a Internet

En asuntos de técnicas sexuales novedosas como el mindfull sex nunca es tarde para aprender más de lo que sabes y aventurarte en territorios nuevos que tengan que ver con el uso de la lengua (salvo que intentes lamer un enchufe para practicar, si eres de esas personas con mucho tiempo libre que quiere conocer ese invento llamado electricidad de primera a mano). 

El sexo con tu pareja puede ser lo que tú quieres que sea; picos y valles adormecedores (la batería de prácticas clásicas del coitocentrismo, que las más de las veces tiende a ser algo aburrido y limitante) o bailes y zapateos nuevos. ¿Qué pasa si apetece cambiar porque sientes que lo de siempre está cadáver? (No, tu pareja no, por Dios, ¿qué clase de persona serías si hicieras eso?) 

Hoy venimos a contarte la revolucionaria técnica del pomelo; una práctica que pondrá tus felaciones al nivel de la Capilla Sixtina. 

La punta de la lengua 

Esta técnica es muy adecuada para esas personas que quieren mejorar sus técnicas de sexo oral y esas otras que, aún haciéndolo con cierta soltura y destreza, pretendan añadir un grado más de afinación a ese arreón de placer que da tanto gusto cuando alguien desciende a la laguna de la carne y hace el clásico momento “ojos de cocodrilo” (utilizaré metáforas espantosas hasta que tires el móvil al suelo y te tapes la cara abochornadx). 

Afortunadamente, Barrio Sésamo, los Lunnis y Bricomanía nos enseñaron que no hace falta tener una retroexavadora para hacer del sexo un lugar mejor. Se pueden aprender los más variados lifehacks con objetos comunes y corrientes que tengamos en casa; concretamente, frutas. “Niños y niñas, hoy aprenderemos a quemar el cadáver de nuestros enemigos sin manchar nada”… No, eso no era. 

Frutas, decíamos. Una menos común de lo habitual, pero que puedes encontrar en cualquier frutería: un buen pomelo, un pomelo gordo, un jugoso y húmedo pomelo… perdón otra vez. Quienes se han vuelto adeptos la técnica saben que, cuando la cosa se enciende, ya no hay vuelta atrás. No lo decimos nosotrxs, sino el actor Will Smith, quien aseguró en una entrevista que ha dedicado largos ratos a enseñarle a su mujer cómo practicarla correctamente. 

La sensación, según describen quienes la han probado, es doblemente gustosa: el placer de la penetración y el de la felación, combinados.

Practicar bien la técnica 

No necesitas disfrazarte de nada ni utilizar el dirty talk, aunque si lo deseas puedes iniciar alguna narrativa especial con tu pareja en la que ella o él ejerce de agricultor o agricultora disfrazado y tú eres una variedad hortofrutícola hecha a la medida de sus necesidades. La imaginación es el límite.

  1. Escoge preferiblemente un buen pomelo (ahora sí) o una toronja, que es un poco más pequeña. Déjalo fuera de la nevera hasta que esté a temperatura ambiente. Meterlo en el microondas o pasarlo por el fuego no es muy buena idea. Ya no sería un rato de sexo sino un pene abrasado y unos cuantos alaridos (de él). La pasión y la llama de la pareja es más difícil encontrarla en el servicio de Urgencias.
  2. Corta el pomelo (no el pene de tu pareja, aunque se parezca un poco; ponte las gafas). Tienes que conseguir una rodaja unifome, de buen tamaño.
  3. Ahora tienes que abrir un agujero en el centro (somos conscientes del desastre; cualquiera de estás frases está ya cargada de dobles sentidos). El boquetito debe ser más o menos del tamaño del pene de tu pareja, incluso algo más pequeño, para que se dé de sí.
  4. Coloca la rodaja en el pene de tu chico lo más abajo que puedas. Ahora, practícale sexo oral como harías normalmente, pero no te olvides de subir y bajar la fruta mientras lo haces. Sería bonito añadir “como si tocaras la flauta travesera o algún instrumento de viento”, pero lo vamos a dejar ahí.
  5. Disfruta con sus caras y muecas (si le has abrasado el miembro calentando el pomelo, pídele perdón)

Se recomienda emplear una toalla para que los jugos de la fruta no manchen las sábanas. No hay nada que dé más bajona que lavar un nórdico después de haber recogido la cosecha.