En una sociedad con una educación sexual muy deficiente, la pornografía es el gran referente. Cuando somos adolescentes, nuestra curiosidad se combina con el despertar sexual y comenzamos a hacer preguntas: a nuestros padres, a nuestros amigos y a internet, encontrando en este último la respuesta en la pornografía. Desgraciadamente, esta respuesta no es realista.
La pornografía está plagada de mitos falsos que influyen en nuestra concepción del sexo y es que, aunque hasta los propios actores y actrices lo reconozcan abiertamente, los consumidores olvidamos que lo que estamos viendo es ficción. ¿El resultado? Unas expectativas inalcanzables.
Para ajustar estas expectativas, un primer paso es conocer las mentiras del sexo que el porno nos ha hecho creer.
En prácticamente todos los vídeos pornográficos convencionales la escena final es idéntica: el hombre eyaculando. Después un fundido en negro y cada uno a su casa. Esto es –o, mejor dicho, debería ser– completamente falso en el sexo “real”, y es que la consecución del orgasmo masculino no marca el final del acto sexual. Además, esta creencia puede dar lugar a un placer unilateral, ya que sólo el hombre disfruta y si la mujer todavía no ha alcanzado el orgasmo, se queda con las ganas.
La siguiente gran mentira es que para que una mujer tenga un orgasmo basta con decirle “guarra” mientras la penetran, le azotan el culo y tocan de soslayo su clítoris. Hay mujeres que con esta estimulación logran el orgasmo, por supuesto que sí, pero no es lo habitual.
El orgasmo femenino requiere de una estimulación que en el porno o bien no existe, o bien es muy breve.
De media, el orgasmo masculino tarda en llegar entre 5 y 6 minutos con una estimulación constante y adecuada. Sin embargo, muchos hombres creen que deben aguantar horas para que la chica disfrute y que sea “un buen polvo”.
Lo cierto es que después de tanto tiempo, la fricción puede resultar molesta, sobre todo cuando el sexo se centra en la penetración. Además, volvemos al primer punto, ya que este mito se asocia a la creencia de que cuando el hombre eyacula, se acaba el sexo.
No tienes que aguantar eternamente para cumplir, pero sí asegurarte de que ambas partes disfrutáis incorporando otras prácticas si ya has eyaculado y no te apetece seguir con la penetración. Por ejemplo, masturbación, sexo oral, juguetes, etc.
En la pornografía prima la inmediatez, pero en la vida real la excitación puede tardar en aparecer. En otras palabras, conseguir una erección no es cuestión de desearlo con mucha fuerza. A veces puedes tener un “gatillazo” y eso no significa que tu pareja no te excite. Lo mismo ocurre con la lubricación vaginal. Por eso es importante evitar la presión hacia uno mismo y hacia la otra persona.
La mayoría de vídeos pornográficos se centran en la penetración aunque incluyan otro tipo de prácticas sexuales. Esta visión se debe a que, históricamente, el porno ha sido creado para el consumo y el placer masculino, relegando a un segundo lugar otras prácticas igual o más placenteras tanto para la mujer como para el hombre.
El sexo oral, la masturbación e incluso las caricias o los besos no son preliminares. Es decir, no son algo que deba ocurrir antes del “sexo de verdad”. Son parte del sexo.
Otro ejemplo de que la pornografía ha sido creada para el placer del hombre es la tendencia a eyacular (sin previo consentimiento) en la cara de la mujer mientras la actriz pone cara de estar disfrutando como nunca. Error. Falso. No lo hagáis en vuestras casas, niños.
Sí, hay mujeres que disfrutan con esta práctica, pero antes debe haberse consensuado. No eyacules sin avisar en la cara, en el cuerpo o en la boca de tu pareja sexual. Pregúntale si le gusta y apetece en ese momento, y asegúrate de que no está cediendo por presión (para complacerte o para que no te enfades).
El último mito es que la estimulación anal solo está pensada o bien para la mujer, siendo ésta quien la recibe, o bien para los hombres homosexuales.
Para los hombres heterosexuales, que estimulen su ano es un tabú, algo prohibido, el anticristo, una práctica más horrible que comer pan con moho…. ¡Qué pereza y qué anticuado! Y sí, habrá chicos a los que no les guste para nada, pero el miedo a probarlo surge de una visión homófoba y sexista de la sexualidad, visión perpetuada por la pornografía.