2021 está siendo un año excelente en la vida y la carrera de J Balvin, al que la revista Time eligió el año pasado como una de las personalidades más influyentes del planeta (en asuntos de tatuajes también es una auténtica referencia). Hay que sumar a ese palmarés de gloria su decena de nominaciones en los Grammy Latinos y otros tantos éxitos que no hacen más que engordar la fortuna del reguetonero.
Y bien, ¿qué hace J Balvin con todo ese dinero? ¿Es sobrio como un monje o tiene la mano floja y la tarjeta de crédito siempre a mano para pagar esa vida de abundancia varios peldaños por encima de la nuestra? Te contamos en qué se gasta su dinero.
Un fanático de las suelas de goma, podría decirse. Es bien conocido el amor lúbrico que J Balvin le profesa a uno de los elementos distintivos en su estética y forma de vestir: las sneakers. Su colección abarca más de un centenar, incluidos los modelos exclusivos y en edición limitada de los grandes hitos del calzado deportivo. Nike, Adidas, Louis Vuitton... Nombra una de ellas y seguro que está en su poder.
En cuanto a los relojes, tiene una buena colección de modelos míticos. La cifra que se ha gastado en sus Rollex y sus Tag Heuer es absolutamente mareante. Según afirma, ‘es como ponerse un Casio’. Su Rainbow Tourbillon, una de las joyas de sus medidores de tiempo, está valorado en más de 300.000 dólares.
Casi parece una obviedad llamar la atención sobre uno de los típicos fetiches de las superestrellas y las celebrities: los coches de alta gama, el brilli brilli de la conducción, que además es marca distintiva en sus videoclips. Como Harry Styles o su colega de gremio, Maluma, el niño de Medellín mantiene bien abrillantada y engrasada en los varios garajes a su disposición su colección de Land Rovers, Lambos, Mercedes y hasta su Dodge Challenger.
Así deben de llamarle las azafatas de su jet privado mientras le sirven champán frío. Su ‘avioncito’ es Dassault Falcon de 22 millones de euros con capacidad para diez personas. Nos imaginamos a Balvin poniendo cara de chiquillo y pidiendo que le dejen ir a sentarse en la cabina del piloto para mirar mejor las turbulencias, en un avión, por cierto, que es una versión mejorada del anterior. Tuvo antes otro jet en su poder, y se lo vendió a Karol G, como quien cambia cromos en el patio del colegio.
A veces, en las entrevistas, este dios del género urbano recuerda con nostalgia los tiempos en los que tenía que ir a los sitios “caminando, con buses nocturnos o pedir carros prestados o alquilados…”
Según cuentan los que la han visto, y como puede apreciarse en todas las fotografías que Balvin ha colgado en redes sociales, su mansión es una suerte de paraíso zen hecho a la medida del artista: materiales de aire escandinavo, espacios despejados y sobrios para favorecer la meditación, piscina climatizada y unos cuantos bonsáis para terminar de encontrar la paz (es otra de sus colecciones de cosas queridas, y no precisamente barata). Está en Llanogrande, a solo 20 km de Medellín. Allí, el cantante también posee otro penthouse lujoso, suponemos que para esas noches de farra en las que da pereza volver a la mansión oficial.
Si es habitual que un niño se muera de vergüenza cuando le ajustan y le ponen el aparato de los dientes, no pasa lo mismo con J Balvin y su grillz, el elemento estético más excéntrico en la cuenta de gastos de los reguetoneros y estrellas del rap: una especie de dentadura metálica, normalmente engastada con materiales preciosos como el oro y diamantes tamaño pedrusco.
No es la única cosa bañada en metales preciosos que se ha metido en la boca el reguetonero. Para celebrar su 34 cumpleaños le prepararon una carne bañada en oro de 24 quilates.