Vayamos con la verdad por delante: la Superpop era un horror de categoría premium. Una revista rancia y normativa que condicionó la manera en que muchas padolescentes en los 80, 90 y la primera década de los 2.000 codificábamos nuestras relaciones. Una máquina de fabricar ídolos que fundaron en 1977 Mariano Nadal (que también editaba Pronto) y Jordi Sierra i Fabra, antes de dedicarse a la escritura por completo. Dos hombres manejando la forma en que las jovencitas debían comportarse durante más de tres décadas, ¿qué puede salir mal?
La revista (que en su mejor época llegó a vender un millón de ejemplares) nos dio pósters que tapaban de arriba a abajo el gotelé de nuestros cuartos, “los secretos mejor guardados de George Michael/Backstreet Boys/Jonas Brothers” (que cada cual escoja su década) y anillos que cambiaban de color según tu estado de ánimo. Spoiler: solo sufrías y ese anillo decía que estabas contentísima. Evidentemente, acabó en la basura.
La Superpop en clase era la materialización de la pubertad. Y si bien es cierto que nos metió mucha basura en la cabeza, hay otras tantas cosas que no habríamos descubierto tan fácilmente sin ella. Y no, no hablamos de mirar los morros del crush, bajar la mirada dos segundos y volver a fijarte en sus labios para que te coma la boca, esa especie de código morse al que te aferrabas como un clavo ardiendo porque te garantizaba el morreo de tu vida. Hablamos del petting, esa práctica sexual que entraba en nuestro imaginario directamente del inglés y a la que la Superpop le dedicaba varias secciones.
Una de las cosas más características de la Superpop (y, por lo tanto, de la adolescencia) era entender todo en clave de listas y fases. Hazte la lista de tíos con los que irías a un baile del instituto (daba igual que estudiases en Orcasitas y nunca fueses a ver un Prom fuera de High School Musical) o el grado de petting hasta el que estabas dispuesta a llegar con el chaval que te gustaba. Efectivamente, esta era una de esas cosas que funcionaban por bases.
¿Y por qué tanta obsesión con el petting? Se trata de una práctica sexual de la que se podía hablar desde la prensa adolescente (más o menos, que tampoco íbamos sobrados de educación sexual) porque, a priori, no existe riesgo de contraer una ETS. Porque al petting lo puedes llamar con el anglicismo que quieras, pero en Tenerife, Toledo y Huesca, es un magreo de toda la vida.
La base de esta práctica es tener relaciones con otra persona que no incluyan penetración; esto lo abarca todo, desde las caricias y los besos con el abrigo y la bufanda puestos hasta el sexo oral o la masturbación mutua. Lógicamente, en este último punto (sobra decir que era el tercer grado de petting, el punto más alto al que aspirar) sí existe riesgo de transmisión de enfermedades sexuales. Determinadas infecciones solo se evitan con el preservativo.
No decimos que fuese efectiva, pero la idea de estas revistas estaba clara: si hablamos a los adolescentes de una práctica sexual segura, alejada de las ITS y los embarazos no deseados, no tendrán necesidad de probar la penetración hasta que no sean mayores. Un plan con lagunas, desde luego, pero que también podía traer beneficios si se integraba como una práctica sexual más.
Con el petting hay menos riesgo de contraer ITS que con otras prácticas, si bien la falta de educación sexual nos puede llevar al desastre de muchas formas. Fuera del ámbito adolescente, el petting se recomienda a parejas que tengan determinados problemas en sus relaciones. En estas terapias, se les prohíbe la penetración y se les anima a redescubrir sensaciones y jugar sin la ansiedad o la presión por llevar a cabo relaciones sexuales que acaben sí o sí en orgasmo.
Dicho esto, acabo de descubrir que la página web de la Superpop lleva sin actualizar su contenido desde 2012. Un minuto de silencio para el espacio de referencia del petting durante el antiguo milenio.