Vivimos en un planeta en el que más de un tercio del suelo está degradado por la erosión. Y según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la situación no va a mejorar: en 2050 se perderá un 10% del rendimiento agrícola por ello, lo que exige que cambiemos nuestro modelo productivo. Los consumidores tenemos que ser responsables: no podemos sustentar toda nuestra alimentación en un solo suelo, para abandonarlo cuando ya no sea útil.
Alrededor de esa idea nació Achipámpanos, una empresa que hace de cualquier pared un huerto para productos frescos. Sus fundadoras son dos primas: Inés, economista, y Ana, ingeniera agrónoma. Ellas son dos de las precursoras de los huertos verticales urbanos en España, una técnica de alta tecnología, responsable con el medio ambiente y con la vista puesta en el futuro. “El sistema actual de producción agrícola no es sostenible, no funciona. Ahí es donde entran los más jóvenes, que traen ideas frescas. Son nuestros aliados, como consumidores y futuros compañeros de trabajo”, explica Inés en una charla con Yasss.
Para ella, el futuro pasa por la agricultura vertical urbana. Un sector que no solo se nutre de ingenieros agrónomos: también necesitan chefs, comunicadores, biólogos o economistas, entre otras muchas profesiones. ¿Quieres saber más del tema?
Coge una pared, colócale un par de torres alrededor y riega tus lechugas. Algo así son los huertos verticales: paredes en las que, gracias a la tecnología agrónoma más puntera, podemos cultivar hortalizas de hoja, hierbas aromáticas y flores comestibles. Después, solo necesitas agua, luz, nutrientes y mucho cariño. “Los huertos verticales son instalaciones de alta tecnología, pero el producto final es muy natural”, cuenta Inés.
¿Cuáles son los beneficios de la agricultura vertical urbana? Principalmente, la reducción de la huella de carbono: se necesita menos combustible para acercar el producto a su destino. “No tienes que viajar tantos kilómetros”, añade. “Por ejemplo, la mayoría de los productos frescos que llegan a Madrid vienen de la costa, que no son tantos kilómetros, pero en Estados Unidos, donde los huertos verticales son más habituales, estamos hablando de miles y miles de kilómetros que recorrer”.
Los huertos verticales también son una oportunidad para reducir el uso de plástico, tan habitual en las fruterías y supermercados cuando se trata de embalar productos frescos. Si no tienes que transportar nada (de la pared va directo al cuenco) tampoco necesitarás ningún tipo de envoltorio.
Achipámpanos, que cumple ahora cuatro años, se encargaba de llevar esos huertos a los restaurantes, para que los chefs tuviesen el mejor producto a mano, siempre fresco. “Colocamos muchas torres en restaurantes, centros culturales e incluso alguna oficina. Al principio todo iba bien: era novedoso. El problema es que esta tecnología es cara y la gente lo tenía más bien de decoración, pero al final es un huerto y, si no lo recoges a tiempo, el producto se estropea”, describe la economista, que considera que “aun faltan unos años” para que esta tecnología se implante en nuestro país.
“En España faltan un par de años para que nos concienciemos de la necesidad del producto fresco”, explica Inés. “Por un lado, en nuestro país se desperdicia mucha comida, y tenemos que ser conscientes de que si compramos mucho y muy barato también afectamos a los agricultores. Ellos producen mucho y no tienen casi beneficios. Ese sistema no es sostenible y hay que trabajar por cambiarlo. Por eso necesitamos gente joven y concienciada aquí, en este lado”.
“Nuestros abuelos eran agricultores y dejaron el campo para poder dar a nuestros padres una formación universitaria y un nivel de vida mejor”, cuenta Inés. Por su parte, ellas querían trabajar en la agricultura, pero no irse de la ciudad. “La agricultura vertical te permite dedicarte a algo muy importante para la sociedad, pero sin tener que sacrificar todo lo que te gusta de la ciudad. Puedes dedicarte a algo que te motive sin renunciar a muchas cosas”, añade.
Achipámpanos comenzó hace cinco años en un viaje por Chile y Estados Unidos, donde Inés conoció por primera vez la tecnología que ahora usan en sus huertos. Investigando, se dio cuenta de que eran muy habituales en Estados Unidos, Noruega o Suecia, pero no en España, así que llamó a su prima Ana, ingeniera agrónoma especializada en agricultura ecológica, y juntas se pusieron manos a la obra.
Pero los huertos urbanos no funcionaron como ellas esperaban: se entendían como algo decorativo, y no como una tecnología cara que favorecía el consumo de producto fresco en las ciudades. El año pasado, buscando alternativas más rentables llegaron a las mini huertas, pequeñas bandejas hechas de material compostable que se entregan a los clientes con una planta rodeada de sulfato. Bajo el nombre de Ekonoke, su nueva empresa entrega estas bandejitas cuando están listas para cultivar, para que a los dos o tres días de comprarla tengamos el producto a punto para consumirlo.