"No es puro", "no es auténtico", "eso no es música de verdad". Estas frases y otras tantas parecidas han sobrevolado nuestras cabecitas de adictos de Internet en las últimas semanas, con la última polémica autoral del Benidorm Fest y la renuncia de Luna Ki, que se retiró del festival cuando no le dejaron utilizar el autotune en su intervención.
La rasgadita de vestiduras estaba servida. Las redes intentaban explotarse ese grano cultural dividiendo a la audiencia y a los críticos, entre los que apoyaban la decisión de la cantante al no querer plegarse a las normas difusas del festival, y una turba de guardianes de las esencias surgidos al calor de Twitter, que proferían juramentos en arameo negando al autotune y a todos sus hijos. Al hilo de este mar de opiniones contrarias, claro, el debate de fondo. ¿Es el autotune para los malos cantantes? ¿El comodín de la llamada de los menos dotados de la música? ¿Está internet sacándose los ojos en modo ok Boomer con una técnica tan válida como cualquier otra?
La discusión sobre el autotune sería interesante si no fuera porque tiene ya dos décadas y presenta casi los mismos argumentos que entonces. Autotune sí, autotune no. Música de verdad vs 'esa marranadae, que dirían sus odiadores profesionales.
Estamos hablando de una técnica inventada por accidente hace más de veinte años por Andy Hildebrand, un ingeniero estadounidense especializado en localizar yacimientos de petróleo que se dio cuenta de algo: con las ondas sonoras podía localizar una reserva escondida de crudo y, de paso, modificar el tono de ciertos sonidos para afinarlos.
En poco más de una década este descubrimiento azaroso se convirtió en una gallina de los huevos de oro para la industria musical, que lo adoptó como norma para modificarlo y darle la presencia que conocemos hoy: timbres vocales que se alteran para rozar lo robótico y computacional; casi un estándar en ciertos géneros como la música urbana y el trap antes que una excepción feliz.
Se lo hemos visto usar a Rosalía, C Tangana, Bad Gyal y Yung Beef, y antes que ellos, a Cher, a Daft Punk, a … la lista es larga, no tenemos todo el día y la conclusión es palmaria. ¿Cómo invalidamos el autotune si ya no es una técnica sino una estética adoptada por ciertos géneros musicales?
La realidad se impone: una marea aplastante de canciones que lo llevan en sus arreglos, con un enmascaramiento de la voz que va de lo sutil (Becky G) a lo medular (Daft Punk). La pregunta entonces no es si algo es legítimo o es falso y la verdadera música se esconde agazapada en algún reino mágico de nuestra imaginación.
Evidentemente, existen opiniones furibundas, contrarias y fundamentadas contra el autotune, desde el grito de guerra de grupos como Death Cab For Cutie, que años atrás clamó a cara de perro contra su popularización, hasta la revista TIME, que ya lo incluyó en su lista de los 50 peores inventos de la historia. Clamar contra una técnica no la hace peor, ni más legítima, y esos gritos de auxilio o de protesta acaban por parecerse a la foto del abuelo Simpson gritándole encolerizado a una nube para que no sea… ¿nube? La vieja historia. Lo viejo encerrado, pequeño y solo, frente a lo nuevo, que dicho sea de paso, ya no es nuevo, ni novedoso.
Como explica Javier Silvestre en Popelera: "El Auto-Tune es una herramienta que permite incluir novedad donde una guitarra y una batería no pueden. Cuando la voz no puede hacer más esfuerzos, cuando los instrumentos orgánicos no pueden traer nada nuevo, viene la tecnología a rescatarnos y a darnos sonidos que solo podríamos crear de manera artificial. Y ahí está la magia de verdad, al menos la magia de este milenio. No hace falta dejar una voz irreconocible, fea o robotizada para crear un efecto curioso y efectista. No obstante, si se desea, tampoco veo nada de malo en ello".
La cuestión importante es si podemos permitirnos ser tan ingenuos, y pensar que existe algo así como música buena y música mala en función de sus arreglos o formas de falsear lo que hay bajo la superficie (un cantante dotado o un auténtico manta). Como explica Victor Partido para 'El periódico de España': "Mucha gente no es consciente de que al menos un 80% de la música que oímos se ha grabado con un procesador de efectos para la voz".