Saber cuándo pedir perdón es un signo de madurez y de estabilidad psicológica. No siempre es fácil; de hecho, cuanto más cercana sea la persona a la que hemos herido, es probable que nos resulte más complicado pedir disculpas. Por ejemplo, si se trata de una amiga.
Pedir disculpas es todo un arte. Hay gente que se pasa toda la vida repitiendo ‘perdón’ sin conseguir nada más que inseguridad, y hay quien es absolutamente incapaz de unir esas dos sílabas y termina, por no saber disculparse, más solo que la una. La clave está en saber cuándo y cómo hacerlo, no en repetir la palabra hasta vaciarla de significado.
Al hecho de que pedir perdón no es nada fácil se suma otro reto: no todas las disculpas son válidas. Hay que aprender a hacerlo de manera sincera y a tiempo; el resto viene solo. Si se hace adecuadamente, la persona agraviada se sentirá compensada por el daño que le hemos hecho y aceptará las disculpas. Por eso, si queremos que nos perdonen con sinceridad no vale escudarse detrás de un “la culpa es suya por enfadarse”; la verdadera inversión de tiempo, esfuerzo y empatía la tiene que hacer la persona que pide perdón.
¿Has metido la pata con una amiga y no sabes cómo conseguir que te perdone? Hay tres claves: empatizar con la otra persona, dejar a un lado el ego y poner la relación que nos une por encima del “llevar la razón”. Ahora bien, es más fácil leerlas que ponerlas en práctica. En Yasss te contamos otros trucos que te pueden ayudar a salir del paso y recuperar la confianza.
Para pedir perdón, el primer paso es entender por qué nos disculpamos. No podemos ser sinceros si no entendemos qué hemos hecho o los motivos por los que la otra persona está enfadada con nosotros: para comprender la herida del otro hay que preguntar, por más palo o vergüenza que nos de.
Pregunta para entender qué le sucede al otro. Ya solo por hacerlo le estarás dando importancia al dolor de la otra persona y tendrás mucho camino ganado. Ahora bien, para comprender en profundidad tendrás que ser flexible, darle importancia al otro y evitar llevar tus juicios o ideas preconcebidas a la conversación. Solo en un entorno cómodo, la otra persona hablará con sinceridad de lo que le ha dolido.
Cuando nos vemos en el centro de un conflicto, hay quien renuncia a ser el responsable de nada y quien, por el contrario, asume la carga de todos los involucrados en el problema. Lo cierto es que aprender a medir nuestra parte de responsabilidad en estas situaciones no es nada fácil, pero, por norma general, hay que tener en cuenta que la famosa “culpa” siempre es multicausal y compartida.
En el caso de que nos veamos inmersos en una situación de conflicto en la que nos acusan de haber herido a alguien, lo más sano es escuchar al otro y, después, analizar nuestras propias reacciones. ¿Por qué hemos reaccionado de esa forma? Nosotros también tendremos nuestros motivos para responder con un ataque hacia alguien que queremos. La ira, el desprecio o la culpabilización suelen ser la respuesta a una situación en la que nos sentimos vulnerables; explorar por qué hemos respondido de una forma determinada a una situación o persona concretas puede ayudarnos no solo a pedir perdón con sinceridad, sino a evitar conflictos parecidos más adelante.
Nuestra psicóloga de cabecera, Marina Pinilla, ya avanzaba hace unos meses por qué es importante pedir disculpas. Se trata de algo más que una mera convención para evitar quedarnos solos: hacerlo nos permite cambiar el foco de lo negativo a lo positivo, refuerza las relaciones al validar los sentimientos del otro, permite conocer mejor a las personas, favorece la empatía y reduce nuestro malestar. El alivio de conciencia, todo sea dicho, nunca viene mal.
Sea como sea, si eres tú la persona agraviada y esas disculpas no llegan, lo más sano es dejar de esperar y tomar las riendas de la situación. Puede ser un buen momento para confrontar ese dolor y tratar de averiguar por qué la situación te genera tanto malestar. “¿Por qué es tan doloroso para mí esto? ¿Con qué sensaciones antiguas estoy conectando?”. Desde ahí, será más fácil entendernos y empezar a cuidarnos. Una vez nos hacen daño, las heridas son nuestras; ya que la otra persona no va a reparar el daño que nos ha infringido, podemos aprender a tratarnos de esas situaciones que tantos problemas nos provocan.