Situémonos a principios de los 2000, con la ropa todavía infame de los noventa campando por las calles, la MTV en su máximo esplendor y el pop revolucionado con dos de sus divas vampiras (por eso de chuparse la sangre la una a la otra).
Media humanidad ya había empezado a bailar con algunos de los hits musicales que definirían la estética de la década. Hablamos, por supuesto, de Christina Aguilera y Britney Spears, dos auténticas diosas de los corsés apretados y el chorro de voz que revolucionaron la educación sentimental de millones de millennials y nos pusieron a forrar carpetas con su rostro (todavía sin operar y sin los estragos de la vida haciendo una carretera).
Su rivalidad fue uno de los salseos que engrandeció sus figuras en una década de música a la que le debemos mucho. ¿Por qué estaban peleadas? ¿De dónde vienen sus desencuentros? Con un poco de historia, te lo contamos.
Para hablar de la rivalidad de las diosas del pop conviene remontarse a la prehistoria. Excluiremos sus apariciones en El Club de Mickey Mouse junto a otro bailongo sexy de la época, un jovencísimo Justin Timberlake que lo mismo fabricaba un jarrón para la audiencia que montaba con saltos de galán un caballo de largas crines blancas, mientras las dos divas ‘suspiraban’ (con muchas comillas) por su amor, en un romance prefabricado para los niños de 13 años de la época.
Hacia 1998 la industria musical necesitaba unos cuantos juguetes rotos para alimentar su estructura colosal, y su búsqueda incesante de princesas del pop que mantuvieran a la audiencia babeando daba con la (doble) gallina de los huevos de oro. Fue justo el año que Britney debutó con su primer single: ‘Give me baby one more time’. Christina lo haría un año después con ‘Genie in a bottle’. El drama y el trampantojo prefabricado estaba servido. ¿Qué mejor jugada que ponerlas en los años venideros a competir por un puesto que podría llevar la etiqueta de “solo puede quedar una”, como en la película de ‘Los inmortales’?
Una vez se sirvió el drama envenenado, bastaba darle un escenario y un espacio para desarrollarse. Sucedió en la gala de los Grammy del año 2000, algo así como la boda roja de las divas del pop. Britney, ataviada con una mezcla de uniforme militar y mono de dominatrix, cantó ‘Give me baby one more time’, y todo parecía indicar que la gala se saldaría con su victoria. Sin embargo, el destino tenía un giro preparado. Fue Cristina Aguilera la que se llevó el gato al agua con la estatuilla del gramófono dorado; sin cantar un solo tema, además.
A partir de aquí, la narrativa se construyó a través de una rivalidad jugosa y magnificada por la prensa. Eran otros tiempos, y los tabloides y no tan tabloides acostumbraban a sexualizar a las cantantes sin que ningún editor pusiera el grito en el cielo. El periodista Juan Sanguino recoge en un artículo de Vanity Fair las 'perlas' que la prensa dedicaba a las dos cantantes.
“Christina Aguilera podrá enseñar el ombligo pero en su música y en sus maneras se nota que está ansiosa por no ofender, es una buena chica fingiendo ser mala. Spears, sin embargo, parece una chica mala haciéndose la buena. La voz de edulcorante artificial de Spears es menos interesante que todo lo que la rodea, pero aun así esa insipidez es un alivio comparada con la gimnasia vocal aturdidora de Aguilera”, llegó a decir Entertaiment Weekly, en uno de los miles de artículos que sacaron tajada de esta rivalidad prefabricada para vender más discos y dividir a los fans de las divas, al más puro estilo Slytherin y Griffindor. La revista Time fue más allá y definió a Aguilera en el videoclip de ‘Dirty’ como “recién llegada de una convención intergaláctica de fulanas”.
Quizá la gala de los MTV Awards de 2003 sea la de la primera antorcha encendida, cuando Britney, como una novia en su noche de bodas (iba con un vestido de cola, literalmente), besó a Madonna, provocando la envidia y el recelo de Aguilera, que no se cortó en criticarla entonces (no existían aún los tweets cargados de veneno o las historias de Instagram con recadito incluido).
Las pullas continuaron durante años entre las dos, cada una con una carrera diseñada por ejércitos de publicistas para hacer destacar rasgos contrarios a los de la otra. Hubo continuos desencuentros públicos en el barro, con las divas hablando de la vida privada de la otra a la menor ocasión. Un día, Britney criticaba un supuesto encuentro con Aguilera en una discoteca: “Hace poco se me acercó en una discoteca, delante de mucha gente, e intentó meterme la lengua en la boca. Le dije 'me alegro de verte' y ella respondió 'no estás siendo auténtica'. ¿Cuál es tu definición de 'auténtica', Christina? ¿Enrollarte con chicas a las que llevas dos años sin ver? Ha sido maleducada conmigo demasiadas veces”.
Semanas, meses o años más tarde, Aguilera se refería al cambio (para mal) de su némesis pop: “No sé si Britney se ha casado para llamar la atención, porque ya no la reconozco. No conozco al hombre con el que se ha casado y no la conozco a ella. Britney no es una choni, pero sin duda se comporta como si lo fuera”.
En Cosmopolitan, cuando este beef llevaba ya mucho tiempo cerrado y las cantantes habían hecho oficialmente las paces, Aguilera explicó cómo se había sentido durante todos los años que la prensa, las cadenas de televisión y sus propias discográficas intentaron enfrentarlas de todas las formas posibles: "Recuerdo sentirme muy dolida por estos anuncios en MTV, enfrentándonos. Retrataban a Britney como la chica buena y a mí como la chica mala".