Uno abre Googlemaps por pura rutina, por ejemplo. Busca una dirección, selecciona el itinerario más óptimo para llegar a un punto de interés o consulta el horario y las reseñas de un restaurante, no sea que nos sirvan un brunch radiactivo y no estemos de humor para entregar nuestro riñón. Todo es ‘oficial’, frío, distante y muy práctico. Satisfacemos la necesidad de información y nos ahorramos algo de tiempo.
Luego está la versión gamberra de esta forma de localizar puntos urbanos, y ahí es donde entra Hoodmaps, un mapa colaborativo que se ha convertido en una de las grandes sensaciones de Internet, la mezcla perfecta entre un meme perpetuo, el diván del psicólogo y la masa informe de prejuicios que somos los seres humanos.
Abandona toda esperanza. Hoodmaps no te cuenta lo que quieres saber de un barrio cualquiera, sino lo que otros (turistas y locales) opinan de verdad (o de mentira) sobre esa zona específica. ¿Los resultados? Un sueño para cualquiera que ame Internet y quiera reírse solo y que lo miren como si acabara de salir del psiquiátrico. También una iglesia llena de prejuicios racistas, sexistas y homófobos (‘Gitanos’, ‘Inmigrantes que empujan sillas’), que no le quitan del todo la gracia si uno hace de tripas corazón, se tapa la nariz y se sumerge en este lodo de la psique humana.
La gracia de esta red de comentarios en torno a distintas zonas de cualquier ciudad está en que la información que ofrece no pasa por ningún tipo de filtro ni necesita ser verificada. Cualquiera puede opinar sobre un barrio o un punto del mapa sin haberlo pisado, arrojar una intuición no contrastada o proponer una combinación semántica que se lleve el premio gordo. La paradoja es evidente: la aplicación es mucho más divertida cuando los comentarios de los usuarios se agrupan en combinaciones semánticas sorprendentes y uno se fija en el barrio donde han sido publicados.
Si es la Moraleja o Sarriá, zonas oficialmente prósperas de Madrid o Barcelona, muchos comentarios predicarán su particular ‘eat the rich’ y se entretendrán destacando las ridiculeces de los niños de papá. Si la gentrificación ya está diciéndole “hola, quiero ser tu amiga” a los habitantes del barrio o la zona tiene mala fama, el mapa se llenará de comentarios de gente neurótica y miedosa que sospecha hasta de su propia sombra (‘Pickpocket paradise’, ‘Mordor’, ‘Tu cartera ya no está’, ‘Estuve a punto de que me violaran, pero la zona me gustó’)
Muchos de los apuntes provienen de turistas y visitantes, por lo que buena parte están en inglés y de ellos emanan algunos de los prejuicios más divertidos y locos.
Están los taxativos y directos, con un punto misterioso (¿Qué es ese “and more” del comentario que dice ‘Gays and more’ en la zona de Chueca?). Otros predicen un apocalipsis de locales de brunch, turistas que arrastran trolleys a horas que no son de recibo (“El próximo en ser gentrificado’, “Ya no son magdalenas, son cupcakes’). Los hay que enseñan las garras ante los prósperos (‘El padel les hace sentirse ricos’) o nos regalan un poco de poesía (‘Perros en remojo’; ‘Botellón y percusión’; “Gipsy Kings”, ‘Manolito Gafotas’, ‘Becario`s Valley’, ‘Aquí los jóvenes van al mismo peluquero’; ‘Discotecas en el desierto’)
La batería de comentarios entre lo sórdido y sexual de este mapa colaborativo merece capítulo aparte. Así, por ejemplo, en el Poble Sec (Barcelona) podemos encontrar ‘Better bring a condom”, “Cruising hotspot” y otras tantas apreciaciones.