Al escritor Gabriel García Márquez se le atribuye una famosa frase que explica exactamente cómo funciona nuestro pensamiento cuando recordamos los momentos más importantes que hemos experimentado. En su biografía, Vivir para contarlo, el autor colombiano dejó escrito: “La vida no es la que uno vivió sino la que uno recuerda y como la recuerda para contarla”
Recordar también implica bucear en nuestros momentos de goce, y en eso los seres humanos, máquinas de neurosis o criaturas libres, somos auténticos expertos. Nos encanta disfrutar del amor cuando es puro como la sustancia de los Dioses, de la comida, de la amistad verdadera, de la soledad y de tantas y tantas especies exóticas de goce. Hay quien no se permite ninguno, y así le va.
Hoy te sugerimos nueve placeres que deberías experimentar antes de morir. Porque sí, la muerte llega, como el desamor o los impuestos, y mejor estar preparado y haberle arrancado a la existencia un pedazo de alegría.
Tantas horas de terapia, si pudiste pagarla, para aprender por las malas uno de los grandes gestos de libertad que todos deberíamos experimentar alguna vez.
¿Te importaría quedarte hoy un poquito más, fuera de tu horario laboral?
No.
Te encargas tú, ¿verdad?
No.
¿Puedo decirte algo sin que te moleste?
No, no puedes.
Me gustaría que te implicaras más y pusieras un poquito más de tu parte, todos tenemos que remar en la misma dirección.
No, alimaña corrupta, no y mil veces NO.
Joie de vivre, petit mort, climax, correrse, dejarse ir, explotar. Dicen que hay varios tipos, aunque no hace falta que los experimentes todos. Con una sola vez es suficiente.
¿No está la vida para cogerla por las riendas y, por una vez, por una sola vez, cumplir aquello con lo que fantaseas en secreto? Hasta el asesinato, pero no te lo recomendamos. Mucho texto.
De acuerdo, es posible que te suene contraintuitivo, pero este consejo es un auténtico entrenamiento para combatir uno de los pensamientos más limitantes del ser humano: el miedo a la incertidumbre y la búsqueda de seguridad por encima de nuestro propio bienestar mental.
Dejar un trabajo implica necesariamente un acto de libertad y una reflexión previas; también valentía y determinación para tomar la decisión. Tu jefx te dirá cuando recojas tus cosas en una caja. ‘Recuerda que ahí fuera hace mucho frío’, y tú le responderás: (inserte frase levemente heroica sobre la alienación en tiempos de turbocapitalismo y explotación)
Pensar en que tienes que llegar a la jubilación para, por fin, recuperar el tiempo perdido, es una auténtica bajona. ¿No sería maravilloso apartar cualquier tipo de obligación laboral o económica, erradicar compromisos, proyectos extenuantes, gente plasta, y agendar un espacio en blanco donde nuestra única tarea es darnos a nosotros mismos tiempo?
Tiempo para pensar, para aprender algo nuevo, para leer, pasear, hacerle un muñeco vudú a nuestros enemigos, y tantos subplaceres para los que no encuentras tiempo con tus jornadas de 10 horas.
Alguien dirá que es una especie de fiebre y enajenación donde se pierde el sentido de la realidad, y algún psiconalista lo estropeará diciéndonos que nos hemos enamorado de nuestra madre. Entretanto, vivir la sensación de querer y que nos quieran puede acentuar la realidad hasta límites que solo conocen quienes han logrado experimentarlo, con su contraparte trágica o no, cuando el desamor llega. Quien ha estado enamorado, sabe exactamente de lo que hablamos.
Deja que se haga de noche, abre los brazos y corre hasta la orilla en culos como el personaje de Sin Chan. Añádele una pandilla de amigxs que te rodee. Todas las películas de fin de fiesta, adolescencias que terminan, coming of age cuentan con alguna escena así, de modo que, ¿por qué ibas tú a ser menos que lo que Hollywood te ha prometido?
Depender de unx mismo, y a poder ser, con una ruta lo menos fijada posible. Abrirnos a a la posibilidad de experimentar otra cultura y otros modos de vida. Tener tiempo para nosotros. Aprender a dominar la soledad, a pasar tiempo con nosotrxs mismos, a entender nuestro pensamiento. Escoge un destino y una ruta, compra un billete de avión, toma un tren o alquila un coche, y pruébalo. ¿Qué pierdes, si siempre puedes volver a casa?
Y ya que estás, dejar de culpabilizarte por las calorías, por la cantidad de comida que te llevas a la boca, por la cantidad de grasa, por las 10 horas de clases de zumba que tendrás que hacer para quemarlo. Y ya que estás y tienes tiempo, coger la comida con las manos, devorarla, chuparte los dedos y hasta eructar. Comer como un hombre o una mujer de las caveras, ferozmente, dejando que eso chorree por la ropa. Sentirte un auténtico cerdo o cerda en estos breves minutos en los que te has entregado a la gula.
Porque solo lo vas a hacer una vez, ¿verdad?