Vivimos en la era de los plásticos. Desde que se inventase este material, hace poco más de 100 años, los seres humanos nos hemos convertido en personas totalmente dependientes de él; casi todo lo que se consume o produce en el mundo lleva estampado el sellito del plástico encima. Eso incluye, desde luego, el sector textil, uno de los más contaminantes del planeta.
Si dejamos a un lado el modelo productivo, ya de por sí bastante nocivo, y nos centramos exclusivamente en la composición de los tejidos, veremos que muchas de nuestras prendas están hechas con plásticos camuflados. Es decir, materiales que no se biodegradan y que, poco a poco, contaminan los espacios. Y no, no hace falta tirar una falda al océano para degradar el medio; basta con poner una colada para aumentar la contaminación plástica de ríos y mares. Este dato, con el que no cuenta todo el mundo, se traduce en toneladas de microplásticos (piezas muy pequeñas de este material) que contaminan el medio.
Ni botellas, ni bolsas: precisamente por su tamaño (la mayoría son imperceptibles al ojo humano), las microfibras son la basura plástica más abundante del planeta. Lo explicaba en unas declaraciones para El País el director del programa de basura marina de Ocean Conservacy, Nicholas Mallos, quien aseguraba, ya en 2015, que “cerca del 85% de los materiales de origen humano que encontramos en las costas son microfibras”. Se trata, aseguran los expertos, de la forma de basura plástica más abundante del planeta.
Y, ¿de dónde vienen esos residuos? Las investigaciones apuntan a que las montañas de polyester y nylon que pueblan las aguas proceden, sobre todo, del uso de lavadoras. El ciclo de estos aparatos recoge los microplásticos que se desprenden de la ropa durante el lavado, y acaba con su vómito en mares y océanos. En los últimos 50 años, el volumen de microfibras (muy habituales en las prendas deportivas, aunque no resulta extraño encontrarlas en cualquier otro estilo textil) vertido al medio ambiente ha aumentado un 450%.
Estas fibras causan un gran daño a la composición de las aguas, pero de una forma aún más dramática, acaban siendo ingeridos por la fauna marina. Estas sustancias pueden, entre otras, causar alteraciones en las hormonas sexuales de los peces, llegando a provocarles infertilidad. Se sabe que tienen mayor impacto en las especies que se alimentan en la superficie, ya que estos microplásticos suelen frotar en los primeros metros de agua, y que el Mediterráneo es uno de los espacios más afectados por esta problemática. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) estima que entre el 20 y el 54% de los microrresiduos del planeta se acumulan en este mar, la mayoría volcados por Turquía y España.
Escapar de los microplásticos es tarea prácticamente imposible hoy en día. Se encuentran en todas partes, y resulta complicado hallar alternativas viables. Sin embargo, en el caso de las coladas, bastan un par de gestos para reducir el impacto de estas fibras. Algunas de ellas son:
Aunque los efectos de los microplásticos todavía se están acotando, conviene tomar conciencia cuanto antes de una de las problemáticas más serias a las que se enfrenta el medio ambiente. Reducir el uso de este material es una tarea de todos.