Lo vintage arrasa en Instagram: una experta nos cuenta lo mejor de esta tendencia económica y sostenible
La moda ‘vintage’ es ecológica, exclusiva y de calidad. Una alternativa más sostenible a la industria textil o ‘fast-fashion’, una de las más contaminantes del planeta.
Para entender en qué consiste este “estilo de vida”, en Yasss hablamos con la dueña de la marca @desupadreydesumadre, que vende piezas únicas por Instagram. Muchas veces, sus prendas se agotan en menos de un minuto.
Lo vintage está de moda. Cada vez son más las personas que dejan de consumir ‘fast-fashion’, una industria que produce mucho textil a costes bajos, con un precio altísimo para el medio ambiente y los trabajadores de sus fábricas, y optan por comprar prendas y accesorios con cierta edad, pero de buena calidad. El término, de hecho, surge de la analogía con los vinos de crianza, que mejoran y se revalorizan con el paso del tiempo.
Uno de los nombres de referencia de lo vintage en nuestro país es el de Cristina Pato, la dueña, modelo y community manager de @desupadreydesumadre. El concepto detrás de esta marca, que no tiene tienda física, sino que vende todos sus productos en Instagram, se entiende al poner juntos el nombre y el feed de la marca en la red social: lo que Cristina ofrece son “prendas diferentes que salen de un armario o una situación diferente”, explica. Por eso eligió ese nombre, porque “va acorde tanto a la marca” como a su manera de entender la vida, que es, como decían nuestras abuelas, que “cada uno es de su padre y de su madre”. La diferencia, entonces, no solo está justificada, sino que es necesaria.
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“Quería transmitir una forma de consumo más tranquila, donde haya un trabajo de fondo. De esa forma, el consumidor se lleve la calidad y la esencia, no el postureo de la marca y el ego, que parece que es lo que funciona hoy en día”, añade la empresaria. Y parece que lo ha conseguido. Pasear por su cuenta en la red social, donde acumula más de 17.000 seguidores, es como abrir un álbum de recuerdos familiar: está el vestido que llevaba tu abuela en aquella comida familiar, con veinte años, y la chupa de cuero que sale en todas las fotos de juventud de tu padre. También encontramos blusas coloridas y jerseys de lana que recuerdan mucho a los que se exponen en los escaparates de cualquier centro comercial, aunque las que vende Cristina prometen no hacer bolitas a los dos minutos de estrenarla.
Lo vintage parte de casa
Hablamos con Cristina por mensaje directo de Instagram, que es también como conecta con sus compradores. De hecho, sus MD echan fuego: reconoce que, en ocasiones, la blusa, el abrigo o la chaqueta que ha subido a las stories se venden en menos de un minuto. “Cuando la prenda gusta, va muy rápido. La gente se activa las notificaciones”, explica. Ella misma parece sorprendida por esa urgencia, aunque tiene muy claros cuáles son los atractivos del producto que ofrece: “Funciona porque la gente se siente identificada y la ropa les gusta. Yo intento que la selección sea lo mejor posible, pero también creo que la gente está cansada del modo de consumo impuesto y buscan otras alternativas. Creo que marcas como esta son muy necesarias”.
En su opinión, el atractivo de la ropa vintage se sostiene sobre dos pilares: por un lado, la sostenibilidad (“creo que la gente se está poniendo las pilas y se está dando cuenta de lo que sufre el planeta por nuestra culpa”, cuenta), y por otro la exclusividad. Cristina considera que “estamos cansados de vestir igual”, y cree que “buscamos recuperar la personalidad que hemos perdido estos años a través de la ropa”. Si a todo ello le sumas el ahorro que supone comprar una prenda para tres temporadas, en lugar de adquirir algo nuevo cada tres semanas, las ventajas de consumir ropa vintage parecen más que claras.
El fenómeno @desupadreydesumadre, al que también se han sumado influencers, periodistas y prescriptoras de moda, empezó hace cuatro años, cuando fundó la marca. “Para mí (lo vintage) era una forma de vida, una búsqueda de prendas diferentes, y me pareció muy interesante para emprender un negocio. En ese momento no había tantas opciones como ahora, pero utilicé los recursos que tenía y empecé la cuenta de Instagram. Todo fue muy rápido”, asegura la empresaria, quien reconoce haber tenido “un vínculo muy especial desde siempre” con las prendas vintage. “Me encantaba buscar en el armario de mi abuela y de mi madre”, cuenta. “A día de hoy, mis prendas favoritas las he heredado de ellas. Cuando veo una prenda antigua, siento una conexión y un amor por ella”, explica. “Para mí, lo vintage es una forma y un estilo de vida. Vamos muy rápido y hay cosas del pasado que nos transmiten una paz y una armonía que no consiguen transmitir las prendas que se hacen ahora”.
La selección es fundamental
En el caso de las tiendas de ropa vintage, los consumidores se encuentran con una selección textil cuidada y de calidad. Cuando le preguntamos cómo selecciona la ropa que después vende, Cristina reconoce que “la busca por todas partes”. “Tengo proveedores que conocen lo que me gusta: ellos van a comprar y yo hago luego una selección”. Pero la cosa no acaba ahí: “Siempre estoy atenta a lo que puedo encontrar, incluso una tienda antigua. En cualquier sitio se puede recuperar una prenda antigua que esté en buen estado”.
De ahí que recomiende a quien quiera iniciarse en la ropa vintage que coja su propio armario y lo ponga patas arriba. “Lo primero es ver lo que nos gusta y nos ponemos y lo que no, y después hacer una limpieza. Luego, ir a casa de nuestras madres y abuelas y buscar esas prendas que podemos volver a usar: llevarlas a la tintorería, cambiarles los botones y, a partir de ahí, empezar con la experiencia”, enumera. La satisfacción que genera usar una prenda antigua, asegura, resulta adictiva.
Ahora bien, eso no significa que tengas que dejar de comprar prendas nuevas de la noche a la mañana. Para Cristina, lo vintage “es un complemento”: “Nada en exceso es positivo. Creo que lo vintage se puede complementar con marcas sostenibles, o incluso marcas que nos facilitan de una manera rápida de consumo”, añade. Al final, la idea es consumir las “toneladas de ropa perfectas que podemos volver a usar”, para no tener que “fabricar tanto”, concluye Cristina.