El viaje de Adú no es solo el de un niño y el de un adolescente. No es una única historia. Son tres paralelas que no llegan a cruzarse nunca, pero sí se complementan, aunque el corazón de todo y de todos lo sostiene un niño de seis años que, apenas levanta un palmo del suelo.
'Adú' es una odisea por tierra, mar y aire. Un grito de auxilio. Una sacudida en toda regla para que veamos más allá y volvamos a humanizarnos. Porque sí, de tanto ver noticias hemos terminado por quedarnos solo con los números y lo que es peor de todo: después los hemos acabado olvidando.
En la piel de Adú descubrimos al niño que no puede mirar atrás, que no puede permitirse nada, ni siquiera tiempo, porque precisamente este juega siempre en contra. El suyo es otro de esos caminos a la desesperada. Una más de las muchas tragedias que se viven en el continente y que nos muestran las entrañas de África. Una historia que nos invita a la reflexión y a quitar esas barreras que hemos puesto para que nada nos incomode más de lo necesario. Y 'Adú', duele. Tiene esa capacidad de llegar a doler mucho.
Así se puede definir la última película de Salvador Calvo en la que plantea sin paños calientes el drama de la inmigración, algo de lo que nos habló también el escritor Miguel Gane. La última producción de Telecinco Cinema lo aborda a través de varios relatos, sin florituras recurriendo solo a lo que él mismo tiene en mente y lo que conoció de forma directa en el rodaje de '1898. Los últimos de Filipinas' en Santa Lucía de Tirajana. Allí, en un municipio canario vecindario estaba el CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado) que sin quererlo fue su punto de partida para dar con todo lo que él necesitaba.
Hablar con él sobre 'Adú' es removerle mucho porque recuerda las historias de los dos chicos que conoció en el centro. "Me conmovieron", nos explica al otro lado del teléfono, pero también insiste en que desde que los conoció tuvo ya la necesidad de contarlas. El mundo se tenía que enterar de esto: "Teníamos que aportar nuestro granito de arena para que la gente se diese cuenta de que el tema de la migración no es una cuestión de cifras ni números. Es una cuestión de personas". Fue así como él empezó también su propio viaje y misión: no dejaría que esto cayera en el olvido y contaría sus historias.
El punto de partida lo pone una mujer con sus tres hijos. Ellos recalaron en el centro justo en aquellos días en los que Salvador estaba allí rodando su siguiente película. Lejos de despertar ternura, aquella mujer levantó pronto sospechas. "El centro les daba 180 euros para que se comprasen ropa y ella apareció al segundo día con un iPad", nos cuenta el director, y eso unido a que los propios niños no la llamaban "mamá" aceleró unas pruebas de ADN. El resultado confirmó lo peor. Ella no era su madre y, de hecho, pertenecía a una red europea de tráfico de órganos y solo había utilizado a los niños como mercancía barata.
Descubierto esto, ¿qué pasó con aquellos pequeños? Salvador explica que los mandaron a distintos puntos y ese niño que tanto le tocó la fibra acabó en un orfanato de París. Nunca más le volvió a ver, pero reconoce que su historia no se la quitó de la cabeza.
Con el pequeño Adú empezó todo y lo terminó por rematar la segunda historia: la de Massar. Un narración tremenda en la que se inspira la película para el viaje de estos dos chicos. A partir de aquí (spoiler) ya no solo hablamos de niños engañados por mafias, sino también de niños que se prostituyen para comer o para pagarse un hueco en una patera. Niños que se esconden en el tren de aterrizaje de un avión o que enferman en esta travesía que es una tragedia humana.
Nos gustaría creer que raya la exageración y que todo lo que nos cuenta 'Adú' se mueve más dentro de la ficción que en el mundo real. Que esos personajes no vivieron esa travesía hacia su único futuro y que de la vida real solo se mantiene el nombre de los protagonistas, de Adú y Massar, pero la línea divisoria de este viaje de ida y vuelta casi es imperceptible. No llegamos a saber lo que es licencia del guion o un episodio real y eso también nos remueve en el asiento.
No es algo excepcional, aunque nos cueste digerirlo. "La de 'Adú' no es una historia aislada, son muchas que ocurren desgraciadamente de forma continua", explica Salvador. No busca más que reflejar algo cotidiano que hemos dejado de ver, tal vez porque nos duele y es mucho mejor seguir dentro de nuestra burbuja. Pero tras ver la cinta, sí que hay algo en nosotros que cambia. Ese es su pequeño milagro.
Y es que entre tanto dolor también hay luces y una historia especial entre los dos chicos que protagonizan el viaje. No es solo su huida hacia adelante, sino también una experiencia en la que se harán adultos y descubrirán valores. "El pequeño conocerá lo que es la solidaridad, el amor, la amistad en la compañía de su amigo inseparable", dice Salvador y eso es justo el lado opuesto del odio y racismo que a veces se fomenta en torno a los Menas (Menores Extranjeros No Acompañados). Acerca de esto el director tiene una opinión muy clara: "No hay que juzgar a la ligera a las personas ni criminalizar a estos chicos señalándoles de antemano".
"Ellos tienen cada uno su historia, su necesidad de salir, de no mirar atrás y es muy necesario que abramos los ojos", insiste. Esto no es un capricho, un viaje de placer o por ganar dinero lo que hacen Adam Naourou y Moustapha Oumarou (Massar y sobre todo el pequeño Adú) en una interpretación que funciona muy bien para sacarnos de nuestra pompa, para hacer "que no miremos para otro lado", puntualiza Salvador.
De ahí que una de las reacciones que ha conocido el director tras ver la película le tenga emocionado: un buen amigo suyo la vio y a la salida ya había en él un cambio. Y si hasta la fecha nunca había reparado en un mantero con el que siempre se cruzaba, tras ver 'Adú' sintió la necesidad de conocer su historia. No quería verle ya como un número. "Hablaron y ahora todos los días se saludan", me dice Salvador ilusionado y eso es un buen ejemplo de que podemos empezar a cambiar algo.