Cuando Amarna Miller (Madrid, 1990) empezó a detectar que su cuerpo empezaba a desarrollarse en la adolescencia, percibió también que comenzaba a recibir miradas distintas. Miradas de las que se dio cuenta muy pronto que debía protegerse, porque eran las mujeres las responsables de mantenerse a salvo en un sistema que parece que las pone sistemáticamente en peligro. Y las culpables si no lo conseguían. Años después, el chico con el que mantenía una relación la castigaba mandándola a la escalera del edificio cuando se enfadaba con ella. Esa Amarna niña y esa Amarna adulta –pero tratada como una niña– despertaron después al feminismo, hasta ser capaces de poner nombre a lo que habían vivido: miedo, maltrato, discriminación, violencia. Hoy, tras un proceso de terapia y de empoderamiento que continúa, publica el ensayo 'Vírgenes, esposas, amantes y putas', en el que partiendo de sus propias experiencias reflexiona sobre qué significa ser mujer en 2021.
Pregunta: Vírgenes, esposas, amantes y putas. Distintas identidades de las mujeres que se construyen en torno a su relación con los hombres.
Respuesta: El título hace referencia a cuatro categorías que nos vienen impuestas por la sociedad patriarcal, y que por lo tanto tienen como punto de partida nuestra relación con los hombres. Pero el libro trata más de la relación con nosotras mismas, partiendo de esas categorías que nos imponen, haciendo un llamamiento para romperlas y para apropiárnoslas. No hay nada malo en ser virgen ni en ser puta, siempre que sea bajo nuestros propios términos y no respecto a códigos ajenos, que son los que nos han impuesto durante siglos.
Las mujeres han sido percibidas históricamente como complemento, como otredad. ¿Cuándo empezaste a construir tu identidad por ti misma?
No hay un momento concreto, una epifanía que te hace cambiar. Es un proceso muy gradual. Poco a poco me he ido dando cuenta de ciertas cuestiones, no tanto porque yo quisiera sino por lo que iba pasando a mi alrededor. Por ejemplo, cuando me empecé a desarrollar físicamente y notaba que despertaba miradas que ya eran de otra naturaleza. Cuando empiezas a llevar parte de arriba del bikini, cuando empiezas a llevar sujetador por casa… Notas cómo tu presencia cambia, cómo tu cuerpo provoca otras interacciones. Y ya más mayor, cuando empiezas a preguntarte por qué hay que esconder que tienes la regla, porque te ves obligada a pedir tampones en voz baja. Todo eso va haciendo que tomes consciencia.
Esos cambios que comentas tienen mucho que ver con la sexualización del cuerpo femenino. Y la sexualización conlleva peligro.
El miedo a la violencia sexual nos lo inculcan desde muy pequeñas; ese miedo forma parte de nuestra identidad. Nos condiciona. A las mujeres se nos percibe como personas vulnerables, con necesidad de protección. Y eso conlleva culpabilidad, ansiedad, vergüenza. Características que tradicionalmente se han asociado a la identidad femenina.
¿Cuándo entraste en contacto con el feminismo?
El feminismo lo descubrí siendo bastante mayor, con 18 o 19 años. Antes de eso ni siquiera me lo planteaba, aunque es un movimiento que pone nombre a cosas que ya me pasaban. Recuerdo incluso responder negativamente cuando me preguntaban si era feminista, por pura ignorancia, porque me sonaba a otra época. Ahora, afortunadamente, es un movimiento muy potente gracias a la lucha de muchas compañeras. Entre ellas, amigas mías que supieron inculcarme los conceptos y lecturas que me han formado.
¿Cómo ha marcado el feminismo tu vida?
En mi caso, ha servido sobre todo para no sentirme sola, para tener la certeza de que mis experiencias no son individuales sino colectivas, de que nos atraviesan a todas. Sobre todo la violencia sexual y el maltrato. Lo que antes era un hecho personal, algo que te pasaba a ti porque tenías mala suerte, es algo que nos ha atravesado a muchas mujeres. El feminismo me ha enseñado que no soy culpable de mis experiencias, sino que hay un condicionante de género.
En el libro cuentas una experiencia muy chocante con una relación de maltrato, en la que te costó verbalizar lo que ocurría.
Es bastante frecuente en una relación de maltrato no ser consciente de lo que estás sufriendo. Estás tan imbuida en la relación que eres incapaz de ver lo que te están haciendo. Mi caso fue de manual. Cuando logré salir de esa relación, ni mucho menos tenía ganas de hablar de ello, de compartirlo. Te sientes tan mal contigo misma y tan culpable que solo dan ganas de olvidarlo y de guardarlo todo debajo de la cama. El feminismo me ayudó a encontrar una red que me permitió hablar de ello, entender que es positivo compartir nuestras experiencias para ayudarnos entre todas. De hecho, decidí hablar de ello públicamente a través de un vídeo de YouTube y el impacto fue enorme, es de las cosas que más respuestas me han generado. Me escribieron muchas chicas que habían pasado por lo mismo y, más importante si cabe, muchas otras a las que el vídeo ayudó a detectar relaciones de maltrato antes de que fueran a peor.
Dices que nuestra relación con estos casos es que siempre les pasan a otras personas, que “si pasaran cerca nos daríamos cuenta”, pero muchas veces no es así.
Antes de sufrir maltrato, yo estaba convencida de que a mí no me iba a pasar. Pensaba: yo soy una tía fuerte, una tía con carácter, tengo las cosas claras. Normalmente asociamos el maltrato a mujeres débiles, a mujeres más dóciles. Pero es un mito. Cualquier mujer, cualquier persona puede sufrirlo. Del mismo modo, cuando pensaba en maltrato me venía la típica imagen de una mujer con un ojo morado. Y el maltrato se puede manifestar de infinitas formas, o incluso no manifestarse a simple vista. La figura del maltratador tampoco corresponde muchas veces a la de un hombre fracasado, o con problemas con el alcohol… Los maltratadores pueden ser personas muy sociables, muy carismáticas, muy exitosas en sus trabajos.
Cuentas también que cuando fuiste capaz de poner nombre a tu relación abusiva, muchas personas pensaban que era mentira o que exagerabas.
Sí. Gracias al feminismo por fin estamos empezando a creer a las mujeres. Hasta ahora, la primera reacción ante una mujer maltratada era la duda. Un ejemplo muy claro es Rihanna. El mundo entero tuvo que ver una foto de su cara destrozada para creerla, para entender que un productor de éxito y un hombre que lo tiene todo podía ser también un maltratador.
Este proceso de toma de conciencia ha ido acompañado de un trabajo a nivel psicológico.
Lo único bueno que me trajo aquella relación es que comencé a ir a terapia, empecé a ir al psicólogo. Algo que antes menospreciaba, por la educación que había recibido. Me parecía que era algo para gente loca, para personas con muchos más problemas de los que yo tenía. Cuando me di cuenta de lo que tremendamente necesario que es cuidar tu mente y entenderla, fui consciente de que es algo en lo que tengo que trabajar activamente para ser la persona que quiero ser. Hasta entonces me iba adaptando a lo que me pasaba en la vida, pero no reflexionaba sobre lo que me pasaba. Poco a poco, porque esto es una carrera de fondo, voy cambiando y decidiendo quién quiero ser. Me parece muy importante que perdamos el miedo a la terapia psicológica, que perdamos el miedo a mirar hacia dentro. Alucino cuando la gente me dice que no va al psicólogo porque le da miedo lo que pueda salir. Si te da miedo, es la alarma más clara de que lo necesitas. Tenemos que enfrentarnos a nuestros demonios porque, si no lo hacemos, vivimos la vida que ellos deciden por nosotros.
Esa Amarna adolescente de la que hablábamos al principio, ¿estaría orgullosa de la mujer en la que se ha convertido?
Sí, definitivamente. He cambiado mucho, y me alegro infinitamente. La terapia me ha cambiado la vida: tenía muchos miedos, una presión horrible. Y he conseguido una cierta autonomía, la capacidad de tomar decisiones que yo considere oportunas, y no que me vengan dadas desde fuera. Eso es liberador, porque si te equivocas, te has equivocado tú, pero no han decidido por ti.