Querido compañero,
Esta semana te ha tocado ser el centro de la diana, el cuerpo al que otros han dirigido su odio. Era tu cumpleaños (muchas felicidades), y los niños con los que compartes campamento se han atrevido a organizar y ejecutar una humillación que ha reverberado en miles de otros cuerpos como el mío. En tu parálisis, tu silencio y tu cabeza gacha nos hemos reconocido muchas personas.
Quiero pedirte perdón por haber compartido el vídeo, en un momento de indignación y rabia, porque, aunque sea con la mejor de las intenciones, no se me ocurre nada peor que revivir un momento así al poner la tele o encender el móvil. Se puede hablar de lo que te ha pasado, de lo que nos sigue pasando, sin necesidad de explotar esas imágenes terroríficas ni de exponerte.
No tienes ninguna culpa de lo que te ha pasado. Nadie debería ser tratado de esa manera, y menos en un día especial que pretendías celebrar con tus compañeros. Lo que ha ocurrido es una pesadilla con la que tendrás que lidiar, quizás durante mucho tiempo, pero quiero que entiendas que no te ha pasado por ser tú, que no has sido escogido como blanco de esos ataques porque haya algo malo o defectuoso en quien eres.
Las palabras con las que tus compañeros te han atacado son producto de una estructura social muy compleja que es la gordofobia. Durante toda tu vida habrá mucha gente que ponga en duda que los cuerpos gordos recibimos mensajes constantes que nos hacen creer que no valemos, que somos un error de la naturaleza o el producto de una vida equivocada.
Te lo dirán a veces con una sonrisa, a veces con desprecio y otras veces con una preocupación que sonará sincera. Asegurarán que tienes que adelgazar por tu bien, porque es lo correcto, porque no te queda otra si quieres compartir el mundo con los demás. Probablemente te lo creas. ¿Por qué querrían engañarte tus amigos y familiares? ¿Cómo no hacer caso de algo que todo el mundo parece tener tan claro?
Ser gordo ya atraviesa tu vida, y siento decirte que lo va a seguir haciendo. Aunque trabajes con ayuda profesional la imagen que tienes de ti mismo, aunque superes todos los retos que habitar fuera de la norma ponga a tu autoestima, seguirás fantaseando con estar delgado, con abandonar la diana, con modificar tu cuerpo para que deje de ser un problema para los demás.
Ojalá me equivoque. Ojalá tu generación logre abrir los debates y cerrar las heridas. La mía, de la que te separan un par de décadas, ha logrado otros objetivos, pero no este. Te pido también perdón por esto, a ti y a tantos otros cuerpos que siguen en el disparadero. Te pido perdón por no haberlo logrado.
Llevo toda la vida siendo gordo, y solo unos pocos años sin que ser gordo eclipse todo lo demás que también soy. Durante mucho tiempo pensé que no merecía el amor de los demás porque la forma y tamaño de mi cuerpo estaban mal, y porque no me estaba esforzando lo suficiente para arreglarlo.
He tenido que hacer mucha terapia para estar en paz con mi cuerpo, y aún así pagaría mucho dinero o daría uno de los dedos de mis manos para despertarme mañana en un cuerpo delgado, normativo; un cuerpo que atraviese la mirada de los demás sin generar incomodidad, desprecio o lástima.
Enfrentarme a la gordofobia de los otros –la que me colocó algunas veces en el lugar en el que tú has estado esta semana– y la mía propia –la que sigue haciendo que me culpabilice por comer algo que me gusta o que sienta una punzada de vergüenza al verme en algunas fotos– es una batalla que probablemente dure toda la vida.
Nada deseo más en el mundo que tú, y las personas de tu edad con cuerpos diversos, cambiéis las cosas lo suficiente para romper esa maldición heredada. Y que nos enseñéis, a quienes no hemos tenido los conocimientos o la resistencia suficientes, cómo es la vida sin la culpa y la vergüenza de ser como somos.
Un abrazo muy grande.