Dos chicos se conocen en un bar. Se gustan, toman algo, bailan y terminan en el baño del local. Se besan, se quedan sin camiseta y se masturban. Después de unos minutos, alguien llama a la puerta y pide que le dejen entrar a hacer pis; los dos salen, se reúnen con sus respectivos amigos. Uno le dice a los suyos: “Acabamos de follar en el baño”. El otro le quita hierro al asunto: “Nos hemos liado, poco más".
He ahí la cuestión. ¿Qué es el sexo y qué no lo es? ¿Estar desnudos? ¿La penetración? ¿La masturbación? ¿Es necesario el orgasmo? Hoy por hoy, a muchas personas les surgen dudas sobre lo que implica mantener relaciones sexuales. Es normal: hemos pasado mucho tiempo escuchando que el sexo es entre un hombre y una mujer, que la penetración es obligatoria, que el orgasmo es el fin al que hay que llegar. Pero, ¿es así para todos?
Durante siglos, se consideraba que el sexo entre mujeres no era tal cosa. En un artículo de hace unos años, la revista Pikara se hace eco de un juicio contra dos mujeres “acusadas de comportamientos inmorales” en Escocia, en 1811. Las dos acusadas fueron exculpadas por el juez, que alegó: “No existe la más mínima posibilidad de que una mujer en la cama con otra mujer mantengan comportamiento inmoral. Si una mujer abraza a otra, no quiere decir nada”.
Aunque la situación pueda parecer anacrónica, es un debate que nos abarca a todos y todas, incluso entre lesbianas. Es el caso de Ana (24 años), que recuerda entre risas una conversación con una pareja, en la que se preguntaron con cuántas personas se habían acostado antes de conocerse. “Para mí, las caricias y las masturbaciones son sexo, pero para ella no. Ella siempre decía que estar desnudas, besándonos y tocándonos no era acostarnos”, explica a Yasss. “Yo creo que el sexo es mucho más que correrse, pero es muy difícil de definir”.
El modelo sexual predominante ha reducido el sexo a dos puntos: penetración y preliminares, una especie de segundo plato que abarca todo lo que no sea mete-saca. Prácticas de segunda categoría, paradas en boxes antes de alcanzar el destino final, la penetración. Este modelo, conocido como ‘falocéntrico’, asegura casi al 100% el disfrute del hombre, pero no estimula directamente el clítoris ni a sus 8.000 terminaciones nerviosas, con todas las implicaciones que eso tiene.
Entradas en faena, la historia es simple: si el orgasmo es el fin del sexo, tan solo entendemos penetración por sexo, y la penetración solo asegura el orgasmo a la persona con pene… ¿Qué pasa con el resto? Varios estudios muestran que muchas mujeres son capaces de llegar al orgasmo recibiendo caricias en los pechos, siempre y cuando se haga de manera adecuada. Es decir, la versión más light de los considerados preliminares puede tener la misma reacción que la penetración. Ahí es nada.
La propuesta es clara, y pasa por dejar de entender los preliminares como segundo plato y empezar a plantearlos como principal, lo más currado de toda la comida. Hace ya tiempo que las sexólogas abogan por ello; solo así las mujeres podrán relacionarse mejor con su cuerpo y su placer. Cuanto más tiempo y ganas se le dedique a ello, mejor para todos los involucrados.
Los especialistas reconocen que puede existir cierta problemática a la hora de diferenciar entre los preliminares y la preparación para el sexo. Lo primero es el nombre de una serie de prácticas sexuales que forman parte de la relación, y lo segundo es la fase de preparación para el acto en sí, una forma de aumentar el deseo y favorecer la excitación. Ahí entran las caricias, los susurros o los besos.
Por ejemplo, los sexólogos recuerdan que, con el tiempo, algunas parejas dejan de besarse con la pasión del principio; volver a los inicios de la relación, a esos morreos que incomodan a la gente por la calle, también puede resultar bastante estimulante. Los susurros o los masajes con aceite o lubricantes también suelen surtir efecto, y los mordiscos o los baños.
Lo más importante es poder comunicar a la otra persona lo que te está gustando y lo que no te hace tanta gracia. La intimidad, confianza y seguridad son fundamentales; evita la pasivo-agresividad y opta por la empatía.
Nada de empezar las relaciones en el dormitorio; que todo sea adelantarse a ellas. Con eso no hablamos necesariamente de sexo en lugares públicos, sino de usar todas las herramientas a mano para aumentar el deseo. El sexting, por ejemplo, es uno de los juegos más efectivos y sencillos.
Un masaje lento, un baño caliente… el truco está en disfrutar de los movimientos y darles valor por si mismos, no como anticipo de la penetración; ayudarán a entenderse mejor y a comprender lo que le gusta a cada uno. Además, mejoran la lubricación, fomentan la intimidad y la confianza, dan pie a cumplir fantasías y evitan caer en la rutina.