En algún momento de nuestra vida digital todos hemos tenido la tentación de falsificar nuestra biografía proyectando una imagen que no se corresponde con nuestro yo real para ganar likes: casas que no tenemos, vidas que no son exactamente las nuestras, filtros que nos dejan una piel de smoothie y porcelana china y fotos de aguacates, muchas fotos de aguacates para hacer creer a nuestro entorno que navegamos en una felicidad pringosa.
¿Y el caso contrario? ¿Hay cuentas de Instagram reales y cuentas fake con dos versiones de la misma persona, la real y la ideal? ¿Es que acaso ciertos famosos tienen cuentas ocultas en las que muestran su vida sin ningún maquillaje?
El ‘Finsta’ (Fake Instagram) está entre nosotros, y muchas celebridades ya lo usan para sentirse como los simples mortales durante un rato.
Asumámoslo ya. Muchas personas no quieren ser exactamente ellas en el mundo digital, sino versiones limpias de imperfecciones. Hace tiempo que perdimos la batalla de la autenticidad en las redes sociales. Lo aspiracional se ha instalado en nuestra vida como una enfermedad moral y estética, y hace a buena parte de los millones de usuarios de Instagram esclavos de las imágenes irreales.
Gestos mínimos como usar un filtro determinado ('Orange Teal'), utilizar un símbolo de uso común para aumentar los likes (un gato, una puesta de sol) o diseñar nuestro feed al milímetro son parte del mismo fenómeno. Consumimos ideas, discursos, pero también estética, ideología, modelos de vida que vienen con letra pequeña. ¿Es Instagram una gigantesca disonancia cognitiva? Todo apunta a que sí.
¿Cuál es la contrapartida? La necesidad que tienen muchísimas personas de ser 'reales' en algún momento y mostrarse ante los suyos sin los ropajes del simulacro y la apariencia, sin que su vida parezca, cada minuto que pasa, un desayuno en el Hilton de Nueva York. De ahí surgen fenómenos como los fake Instagram (‘Finsta’) o ‘Ringstagram’, cuentas aspiracionales plagadas de fotos hiperestetizadas y falsas, y cuentas reales que enseñan las vergüenzas: feísmo, borracheras, ropa interior y vidas cargadas de verdad, que no mienten.
Este fenómeno es una plaga entre el público adolescente, ya muy acostumbrado a mantener dos cuentas de Instagram: una con fotografías sin mácula, borrachas de felicidad, y otra cuenta con sus vidas, sus costumbres y su feed limpios de cualquier indicio de feísmo e intimidad real. Lo mismo ocurre con algunos famosos, y las cuentas secretas que crean para subir un tipo de contenido que no pega del todo con su vida de excesos, lujos y éxito.
A continuación, te mostramos a algunos famosos con cuentas secretas:
Un viaje a Japón de la supermodelo fue la excusa para abrirse esta cuenta secreta en la que hablaba de ella misma en tercera persona, sumando una disonancia cognitiva más a su ya de por sí maltrecha psicología. “Rebekka Harajuku y su amiga Jenny Nogizaka han sido vistas en Tokio esta noche”.
La cuenta oficial de la influencer y la cuenta supuestamente destinada a sus miserias provoca otra disonancia cognitiva.
La presentación asegura que es una cuenta ‘sin filtros’ y ‘como la vida misma’, pero las fotos que la influencer postea por ahí desprenden el mismo aire diseñado al milímetro de su cuenta oficial, ya sea con una sonrisa perfecta delante de un campo de girasoles, varios amaneceres de postal y un poquito de posado delante de una bala de heno. Como aquel señoro que preguntaba por la contaminación en un telediario, nosotros nos hacemos la misma pregunta. “A ver, dónde está la Paula Gonu de verdad, que yo la vea, probadme que existe”.
“Me cabreo en sitios”, cuenta en su presentación la cantante, en esta cuenta alternativa en la que da rienda suelta al rugido y al hate: cortes de manga, ojos en blanco, cosas que le molestan profundamente y cara de vinagre perpetua. Larga vida a Zahara más cabreada que una mona.
Se rumorea que el príncipe menos azul de Inglaterra creó este finsta para tirarle fichas a Meghan de incógnito, con un perfil discreto que le permitiera escapar de las miradas de la prensa y el relato oficial de su vida dentro de la familia real británica. De la cuenta ya no queda ni rastro en la red. Eso sí, se sabe que el apodo ‘Spikey’ era un guiño de Harry a su cuenta de Facebook, donde utilizaba otro nombre, y a los servicios secretos británicos. Así le apodaban en sus comunicaciones con Carlos de Inglaterra.
Con motivo del festival Coachella, el cantante creó a su alter ego real y sin filtros cuquis en una cuenta de Instagram alternativa a la que llamó Skylark Tylark, un nombre más propio de algún tirano medieval y que no parece guardar demasiada relación con el enfant terrible de la música estadounidense.