‘Se iluminaba’ fue el temazo del pasado verano, una colaboración entre Ana Mena y Fred de Palma que viene de su versión italiana, ‘Una volta ancora’, también fruto de este tándem que tanto ha gustado en las listas de éxitos. En un verano sin pistas de baile ni meneos en la pista, la canción reventó apps como Spotify o Youtube y ha consolidado a Mena como una de las actrices y cantantes más interesantes y versátiles del panorama actual. Eso hay que agradecérselo: habernos hecho bailar, aunque sea en la intimidad de nuestros salones o los hits que van para el ratito de ducha y vapor caliente.
¿Pero quién es realmente Ana Mena? ¿Qué le mueve? ¿Qué le gusta?
Te arrojamos unas cuantas curiosidades biográficas en Yasss.
Mena es una mocatriz de raza, como decía la canción de Ojete Calor. Modelo, cantante, actriz y lo que le echen. Entre las anécdotas más sonadas de su carrera está su paso por ‘La piel que habito’, una película de Almodóvar en la que interpretaba a la hija de Antonio Banderas. Solo tenía 13 añitos. Ella ha contado en más de una entrevista lo rocambolesco que fue conseguir superar los castings, entrar en el despacho de Almodóvar y verlo comiéndose una piña gigante mientras el director manchego la miraba de arriba abajo y decidía si era apta o no para el papel. Otro de sus momentos estelares lo vivió cuando hizo de Marisol en el biopic de 2009, de nuevo con sus talentos en la bolsa: actuar y cantar, todo a la vez.
De todos modos, es en la música donde Mena parece haber destacado más. Sabe pegar unos buenos berridos melódicos, pero es que además tiene instinto para identificar la energía que mueve nuestros cuerpos y nuestras caderas. No es artista de un solo éxito. O bien te los hace con raperos como De Palma, o ella misma se marca una canción memorable como `D`estate non vale’, que ya lo petó en 2018 y se convirtió en el tema del año en Italia, país donde esta mocatriz a la que adoramos triunfa. Cae siempre de pie.
De su familia, ella se considera la más locuela, pero afirma ser una piscis de lo más responsable que intenta cuidar sus compromisos siempre que puede, sin descuidar a sus amigos y su gente más cercana. También valora sus orígenes, esas canciones de la oreja de Vang Gogh que solía escuchar de niña, cuando tenía seis años y empezó con las primeras clases de canto. Fue uno de los primeros discos que se compró. Es familiar hasta para eso de sentir la música muy a fondo: bailaba esas canciones de La Oreja sentada en las rodillas de su padre.
La primera que cantó de verdad, eso sí, fue una de La niña Pastori, y la que le hubiera gustado escribir (Mena también escribe en sus ratos libres, o bien cocina) es Hotel California. “Es el gran tema de la vida, lo tiene todo”. No se cierra a ningún estilo. Confiesa que algún día le gustaría probar con el trap y con el rock. En una de esas, soltar un italianismo como “amore mío” que termine de levantar el tema hasta los cielos. Como ella opinaría, hay que seguir cantando siempre, y a su yo adolescente, esa Ana que aún no conocía el brillante futuro le diría, según confiesa, que siguiera picando piedra y no se comiera tanto la cabeza con chorradas. Otra curiosidad: Mena toca muy poco la guitarra, eso se lo deja a otr_s.
Gastronómica y celeste, Mena es fan de la comida de su madre, pero no le importa comerse unos buenos tacos si la noche es joven y el tequila empieza a correr. Le rechifla la tarta de queso, sobre todo si es la que sigue la receta de restaurantes como La Viña: los bordes duros y el interior líquido y esponjoso, quesosidad deliciosa. Tan italiana es, en el fondo de su corazón, que la gastronomía del país alpino sería su elección si el mundo se fuera a acabar.
Odia madrugar, y, valga la redundancia, le hace feliz la idea de ser feliz sin necesitar mucho más de lo que consigue. De hecho, en una entrevista con Fred Palma a raíz de su colaboración con ‘Una volta ancora’, ya dijo que, para ella, con toda sinceridad, el mejor éxito es que te dé lo mismo conseguirlo. ‘Lo mejor para triunfar es que no te importe’.
Esta malagueña es también bastante sensata en esto del amor, y cuando le preguntan, cuenta que jamás confesaría un te quiero sin estar segura realmente de qué es lo que siente. Corazón puro, sangre guerrera en las pistas de baile… menos en los ascensores, que le dan miedo. Tiene claustrofobia y no se mete en uno ni loca.