A todos gusta gustar, es una necesidad que se consolida desde que somos pequeños. Con 3 años todos queremos ser el ombligo del mundo en nuestra familia y que nuestros padres, tíos o abuelos nos presten atención. A medida que crecemos, aprendemos a gestionar este afán de protagonismo. Nuestras experiencias infantiles (y no tan infantiles) van determinando las diferencias entre una persona y otra, por eso algunas disfrutan más siendo el centro de atención que otros.
Pero, ¿puede volverse perjudicial la necesidad de protagonismo? Si, tanto por exceso como por defecto. Todos conocemos a alguna persona que acapara las conversaciones, siempre tiene una historia más interesante que las tuyas y si no recibe atención en todo momento se enfada. En el lado opuesto, también hay personas que viven su vida como si fuesen un personaje secundario, sometiéndose a las necesidades de los demás e ignorando lo que quieren de verdad. Ni tanto ni tan calvo, en el punto medio está la virtud.
La gran diferencia es que el primer tipo de personas, es decir, las que necesitan atención constantemente, no son conscientes de su problema, aunque incordian al resto del mundo. En cambio, las personas que viven a merced de los demás si saben que algo va mal, pero el resto del mundo parece aprovecharse de su falta de autoestima.
Como decíamos, las personas que siempre necesitan ser el centro de atención a menudo no son conscientes de que tienen un problema. A priori parecen carismáticas y divertidas, ya que siempre tienen historias que contar, pero a la larga provocan rechazo en su grupo de amigos porque son excesivamente demandantes. Por desgracia, es raro que alguien les comunique desde la empatía lo que sucede. La gente simplemente se aleja.
Si cuando conoces a una persona, tras varios meses acaba dándote de lado, hay algunas señales de alarma a las que prestar atención para saber si el problema es tu necesidad de protagonismo.
La necesidad de atención por si sola no es una patología psicológica, aunque haya algunos trastornos en los que el afán de protagonismo destaca (por ejemplo, el trastorno de personalidad histriónica).
Esto no significa que no debas pedir ayuda. Aunque tu problema no sea un trastorno como tal, debes ir al psicólogo si:
Si el problema se está alargando en el tiempo, debes ponerte en manos de un profesional. La expresión “es que yo soy así” es muy socorrida para seguir igual, pero no justifica tu comportamiento. No lo hagas por los demás, hazlo por ti. Aprende, evoluciona y cambia aquello que te está haciendo más mal que bien.