¿Alguna vez has soñado que te ahogabas en arenas movedizas? Si no, seguro que lo has visto en el cine: un hombre desesperado grita en medio del desierto, suplicando que le ayuden, pero cuanto más se remueve para escapar, más rápido se hunde en la arena. La agonía sigue durante algunos segundos, hasta que la cabeza se hunde: poco a poco, vemos como el brazo estirado, lo único que sobresale y se retuerce, va integrándose en la tierra hasta desaparecer.
La escena concluye: la arena se extiende, como si no acabase de tragarse a un hombre, esperando a su próxima víctima. Pero, ¿realmente uno puede sufrir esa muerte tan terrorífica o es un producto más de Hollywood? Te lo contamos en Yasss.
En la última película de Indiana Jones (hasta la fecha), ‘El reino de la calavera de cristal’ (2008), Indiana Jones está a punto de ser despedido de la universidad cuando conoce a Mutt, un joven rebelde que le propone colaborar para encontrar la Calavera de Cristal de Akator, en Perú. Y allá van el profesor, el chaval y su madre, Marion.
Total, que Indiana y a Marian acaban en unas arenas movedizas y, poco a poco, se van hundiendo. Hay un intercambio de reproches: el profesor le pide a Marian que no se mueve, porque “creas espacio y te hundes”. “¡Cálmate!”, grita. Angustiado, Mutt pregunta si son arenas movedizas: no lo son, explica el personaje de Harrison Ford. “Es un pozo de arena. Las arenas movedizas son mezcla de arena, barrio y agua, y dependiendo de la viscosidad no son tan peligrosas como un pozo de arena…”.
Al profesor Jones no le falta razón, y conviene aclararlo, porque muchas de las ‘arenas movedizas’ que hemos visto en el cine actuaban, en realidad, como pozos de arena. Como explica en su inoportuna clase, las primeras son una combinación traicionera de agua, barro y lodo que se produce por filtración de agua desde el subsuelo a las capas superiores y que luego se saturan hasta dar lugar a una suspensión de arena en agua con muy poquitos granos, por lo que su capacidad para soportar un cuerpo se ve comprometida.
Dicho así, quizás queda un poco frío, pero hay que entender la diferencia entre ambos fenómenos y su peligrosidad, porque es abismal.
Suponemos que nunca has paseado por arenas movedizas, así que vamos a los ejemplos prácticos. Casi seguro que has paseado por una playa o intentado trepar una duna y has comprobado que la arena seca es muy firme: forma estructuras compactas que soportan pesos bastante grandes casi sin moverse. Los granos son muy compactos y se pegan mucho los unos a los otros.
El problema con las arenas movedizas llega cuando aparece el agua, separando los granitos y haciendo de la estructura algo mucho más blando y traicionero. Eso puede estar ahí mucho tiempo, hasta que llega algo de peso y la mezcla se vuelve más fluida, por lo que te vas hundiendo. Necesitas mucha fuerza para huir (mucha) si lo haces andando hacia arriba, así que, si te ves envuelta en una de esas, lo mejor es impulsarse con los brazos hacia arriba y hacia atrás y repartir el peso del cuerpo echándote de espaldas, para flotar. Después, poquito a poco, empiezas a reptar y a arrastrarte lentamente de espaldas hacia afuera.
Si, por el contrario, te encuentras en la tesitura del profesor Jones y Marina, la situación puede ser más complicada. Los pozos de arena se forman sin agua: aparecen cuando una masa se satura de aire, generando una estructura ordenada, pero muy frágil, en la que los granos están separados y las fuerzas de fricción se reducen mucho. Entre los granos ya no hay ni siquiera agua, sino aire, y eso lo complica mogollón. Cuando una estructura de preso quebranta su superficie, se produce el colapso: es como abrir una trampilla que acaba a metros de profundidad.
Lo curioso de esto es que, aunque siempre se han oído historias de individuos e incluso vehículos tragados por la arena, de repente, no fue hasta 2004 cuando físicos de la universidad de Twente (Holanda) consiguieron reproducir en un laboratorio el efecto y las condiciones de este fenómeno.