La llegada de la regla es una de esas anécdotas de la que te ríes con los años, pero que en el momento llega como un shock: en mal momento, con toda la desinformación del mundo y sin que aún sepas muy bien si referirte a ella como menstruación, periodo u otro de los veinticinco nombres que nos habían dado. En mi entorno, de la regla se sabía más bien poquito: tenía que ver con sangrar cada mes, con los paquetes de compresas que habitaban nuestro cuarto de baño y con el tema de conocimiento del medio en el que se hablaba de reproducción sexual. Hasta ahí.
Precisamente por el desconocimiento, “la primera vez que me vino la regla” agrupa una serie de historias entre divertidas y traumáticas. En mi grupo de amigas, la pionera es la que mejor identifica el pánico que nos producía la menstruación. Era verano, teníamos diez años y habíamos quedado para ir a la piscina, pero en el último momento, una de nuestras amigas dijo que estaba castigada: su madre le había pillado viendo ‘El internado’ mientras hacía los deberes. Fue una excusa tan terrible que solo consiguió más preguntas, comentarios envenenados y la propuesta de plantarnos en su casa hasta que su madre le levantase el castigo. Al final, cedió a la presión y reconoció que le había bajado la regla, entre lágrimas.
Era la primera del curso con el periodo. A todas nos sentó como un jarro de agua fría: a partir de ese momento, era cuestión de tiempo que nos pasase al resto. Las amenazas silenciosas de nuestras madres, tías y peluqueras se habían cumplido sin que nos diésemos cuenta: nos estábamos “convirtiendo en mujercitas” (Lo que proponía otras preguntas, como qué éramos antes o qué pasa entonces con las mujeres sin regla, pero ese es otro tema).
No había vuelta atrás. Las imágenes se repetían en nuestras cabezas: a partir de ese momento, todo serían tardes de toalla en vez de en la piscina, la posibilidad de tener hijos y los muy temidos tampones. Por suerte, todavía no habíamos visto ‘Carrie’, pero esa es otra imagen traumática muy distinta.
Teníamos nuestra propia cinta de terror en la cabeza. Revisándolo ahora, todo habría sido menos duro si hubiésemos tenido más información sobre la regla, un tema que todavía es tabú y en el que muchas veces se instruye con el susto y la primera mancha de sangre.
La menstruación es una cuestión biológica, pero también tiene mucho de estigma y construcción social. Lo explicó muy bien la poeta nicaragüense Gioconda Belli, que le dedicó los siguientes versos: “Tengo/ la ‘enfermedad’ de las mujeres. / Mis hormonas/ están alborotadas, / me siento parte/ de la naturaleza”. Las corrientes feministas también han dedicado textos y estudios a la regla, y poco a poco se le va dando visibilidad, aunque todavía se mantiene en el ámbito personal, de lo privado.
Históricamente, la menstruación está asociada a lo impuro, a la mala suerte. Se cree que ya en la Prehistoria los hombres cazadores tenían miedo de que la sangre menstrual atrajese a depredadores peligrosos. En el Antiguo Testamento se habla de la regla como signo de impureza y hasta hace no mucho estaba prohibido que las mujeres menstruantes recibieran la comunión. En cualquier caso, hay pruebas de ritos purificantes en todas partes del mundo, en todas las creencias.
Lo cierto es que aún quedan muchos mitos y secretos sobre la regla, y que lo que se entiende como menstruación (una cuestión definida y regular) no se corresponde con lo que le ocurre en la mayoría de los úteros. Cada regla, como cada cuerpo, es única: ni siquiera hay dos ciclos idénticos. Lo mejor es formarse, con amigas, libros y buenas webs y entender que, aunque manche, no es nada sucio.
Cuando hablamos de la regla, nos referimos al sangrado vaginal. Básicamente, el ovario libera un óvulo que se desplaza hacia el útero: si este es fecundado, se adhiere a la pared y comienza el proceso de gestación, pero si no, el útero elimina el tejido de su interior y sangra. Para estos días, conviene saber que la sangre sale de la ropa frotando con agua oxigenada: salva más de una prenda.
El sangrado suele durar de dos a siete días, pero la regla dura mucho más. Es un ciclo que, pese a lo que se diga, no siempre dura 28 días (el número mágico, que coincide con los ciclos lunares): a veces es más breve y en ocasiones más largo. Lo mejor es llevar un registro, en un cuaderno o por una app, para entender los patrones de nuestro propio ciclo: sus texturas, frecuencias, los cambios de ánimo.
Un ciclo tiene distintas partes que conviene conocer, pero a grandes rasgos se divide en dos, de quince días cada uno. La primera mitad del ciclo, del día 1 al 14 (en un ciclo menstrual de manual), comienza con el primer día de sangrado. Más o menos hasta un par de semanas después, el cuerpo queda inundado de estrógenos. La primera semana suele ser más cansada, mientras que en la segunda suele mejorar la piel, el cabello y el rendimiento. Durante estos días, la lívido tiende a estar más alta.
La segunda parte del ciclo es más estable: se produce progesterona, lo que suele alimentar el nerviosismo. En los primeros días se suele producir la ovulación, y ahí están los días más fértiles, en los que suele ser más probable quedarse embarazada. Sin embargo, la cuarta semana se acumulan líquidos, y el síndrome premenstrual puede provocar angustia y agotamiento.