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No somos tan listos: por qué siempre creemos que podemos ganar los concursos de la tele

  • Los sesgos cognitivos son la razón por la que te crees mejor que los concursantes de la televisión

  • Un poco de optimismo es necesario, pero cuando nos pasamos las consecuencias son desastrosas

No falla. Estás viendo tu concurso favorito de la tele y en la última pregunta, el concursante falla. Tú te vienes arriba y empiezas a gritar a la pantalla: "¿Cómo no lo sabes? ¡Si es muy obvio!". Cambias de canal con la certeza de que tú lo habrías hecho mejor, que tú habrías sabido esa enrevesada pregunta, que tú habrías mantenido los nervios a raya. Pero, ¿es eso cierto?

Da igual si es un concurso de cocina y no hemos cogido una sartén en nuestra vida o si es un concurso de cantar y nuestra voz es confundible con la de un gato en celo. Siempre sucede lo mismo: creemos que somos mejores que los concursantes y, desde la comodidad de nuestro sofá no sólo opinamos, sino que juzgamos desde una superioridad moral de dudosa validez. Y no es porque seamos malas personas, soberbios o poco empáticos. Es porque somos humanos y cometemos ciertos errores o sesgos cognitivos.

¿Qué son los sesgos cognitivos?

A la hora de entender el mundo, tenemos dos opciones:

  • Procesar la información de manera lenta, pero precisa
  • Utilizar atajos mentales para ahorrar tiempo

La mayor parte del tiempo utilizamos la segunda opción, dejando el procesamiento minucioso para aquellas situaciones nuevas o en las que no sabemos muy bien cómo actuar.

Por ejemplo, el primer día de clase en la universidad le damos mil vueltas a todo lo que vamos a decir o a hacer porque queremos causar buena impresión. Si alguien nos saluda, analizamos al detalle cada palabra. Nos convertimos en auténticos detectives sociales. Sin embargo, en el segundo cuatrimestre que ya hay más confianza, vamos a clase con el piloto automático activado. Decimos lo primero que se nos viene a la cabeza, y no nos comemos la cabeza con lo que dicen o dejan de decir los demás.

Este es un claro ejemplo de cuándo procesamos la información de manera más activa, lenta y precisa, y cuando no nos sale rentable.

Si bien los atajos mentales nos permiten ahorrar tiempo y quebraderos de cabeza, tienen una gran desventaja: no son cien por cien fiables, y en ocasiones nos pueden hacer cometer errores o sesgos cognitivos.

Distorsionar la realidad para mantener nuestra autoestima

“Si los sesgos cognitivos nos hacen equivocarnos, ¿por qué seguimos utilizándolos?”, cabría preguntarse.

En primer lugar, porque son algo automático. No podemos pararnos a razonar absolutamente todo lo que pensamos, y mucho menos cuando estamos relajados en casa viendo un concurso de la televisión. En ese momento lo último que nos apetece es deconstruirnos, reflexionar sobre nuestras capacidades y empatizar con el concursante en cuestión. Podríamos hacerlo, pero no es lo habitual.

En segundo lugar, porque los sesgos cognitivos suelen ser beneficiosos para nuestra autoestima. Implican autoengañarnos de alguna forma para creernos más listos, más guapos, más graciosos o más importantes que el resto. Esto sucede sólo en condiciones normales, siendo la gran excepción las personas que padecen un trastorno depresivo, ya que suelen experimentar sesgos cognitivos que implican autoevaluaciones muy negativas o despectivas.

¿Por qué nos creemos más listos que los concursantes de la televisión?

Volviendo a la gran pregunta de "¿Por qué nos creemos más listos que los concursantes de la televisión?", no hay una sola respuesta, sino una combinación de sesgos cognitivos que nos hacen distorsionar la realidad.

  • Sesgo egocéntrico o de autofoco

Se trata de la tendencia a considerar que nuestra opinión, capacidades, habilidades o intereses son mejores que los de los demás, cuando en realidad no son para tanto.

Este sesgo es el responsable de que cuando realizamos actividades grupales, por ejemplo, un trabajo para la universidad, valoremos nuestra contribución más que la de los demás.

También es el error cognitivo que nos lleva a menospreciar a los concursantes de los concursos de la tele porque estamos seguros de que nosotros somos más cultos e inteligentes. Spoiler: no es así.

  • Sesgo autosirviente

Es la creencia de que los éxitos que cometemos se deben a disposiciones internas (nuestra habilidad, inteligencia, capacidad…) y los fracasos a disposiciones externas (la suerte, tener un mal día, que el profesor te tenga manía…). Por ejemplo, pensando que si concursas en 'Saber y Ganar' y ganas es porque eres muy listo, pero si pierdes es porque las preguntas eran muy difíciles.

En otras palabras, la típica dicotomía entre "he aprobado" y "me han suspendido".

  • Sesgo de correspondencia

Se asemeja mucho al sesgo autosirviente, pero aplicado a los demás. Se trata de la tendencia a sobreestimar la influencia de las causas disposicionales en los demás.

Siguiendo el ejemplo de antes, este sesgo nos haría pensar que el concursante que falla lo hace porque es torpe o tonto, ignorando que pudo ponerse nervioso al estar en la televisión, que tuvo un lapsus de memoria momentáneo o que el hecho de no saberse esa pregunta no le convierte en alguien poco inteligente.

  • Defensa del estatus

Cuando nos sentimos amenazados, aunque no tengamos razones para ello, es habitual que reaccionemos de manera irracional a causa del sesgo de defensa del estatus.

No nos paramos a analizar o razonar lo que la otra persona nos está diciendo, y es muy raro que reconozcamos nuestros errores o imperfecciones. Lo que hacemos es negar sistemáticamente cualquier ataque y defendernos utilizando el autoengaño si es necesario.

Esto es muy perjudicial para nuestra autoestima, porque nos impide aprender de nuestros errores y mejorar.

De alguna forma, preferimos mantener la creencia de que somos perfectos, que es el mundo el que está en nuestra contra, y que nada nos puede salir mal. Un poco de optimismo es necesario, pero cuando nos pasamos las consecuencias son desastrosas.

Por otro lado, no podemos confundir una autoestima sólida y sana, con una personalidad narcisista. No somos perfectos, aunque los sesgos cognitivos se empeñen en convencernos de que sí.