Los juguetes sexuales nunca han estado tan a la vista como en los últimos años. Aunque su origen se remonta un puñado de siglos atrás, la irrupción arrolladora del Satisfyer llevó a las cenas de Navidad de muchas casas una conversación que no siempre era fácil de tener, esa que gira alrededor de la sexualidad femenina. Desde aquel diciembre en el que el succionador de clítoris fue el regalo más habitual bajo el árbol, cada vez más personas incluyen en sus relaciones sexuales juguetes nuevos. Algunas, incluso, se animan con los piercings en el clítoris.
Añadir joyería en un órgano que tiene más de 8.000 terminaciones nerviosas, y que a priori está ahí para hacer sentir placer, podría tener muchos beneficios. De hecho, “son una tradición que data de las tribus primitivas”, según explican las Doctoras Bárbara Fernández del Bas y Natalia Gennaro della Rosa, co-fundadoras del centro de ginecología anti-edad Forever Young. Con ellas hablamos para que nos resuelvan todas las dudas sobre los piercings en el clítoris.
Antes de seguir, calma: la mayoría de los piercings no se hacen directamente sobre él, sino en un pequeño pliegue de piel que lo cubre, el prepucio del clítoris. Estas perforaciones, que se pueden realizar tanto en vertical como en horizontal, son más populares que los que se realizan directamente sobre el órgano, que pueden aumentar excesivamente la sensibilidad y causar daños irreversibles. Quienes saben de esto son algunas tribus de etnia Dayak, en Borneo y Filipinas, que habitualmente perforaban sus genitales en esa zona para aumentar el placer.
Fuera de la región, los piercings y tatuajes no eran muy conocidos. Si llegaron a Europa, por ejemplo, fue gracias a los informes etnográficos de los exploradores del siglo XIX: en el caso del piercing genital, el alemán Anton Willem Nieuwenhuis los describió en una publicación llamada ‘Borneo central: viajes de Pontianak hasta Samarinda’. Sin embargo, las perforaciones con barras de metal ahí abajo no se popularizaron hasta mucho después, en la pasada década de los 70, en Los Ángeles. Los responsables de esto fueron Jim Ward y Doug Malloy, famosos por su actividad en la escena gay BDSM de la ciudad estadounidense. Fue en estos círculos, todavía clandestinos, en los que se popularizó el piercing en el pene.
Sin embargo, la perforación del clítoris no se dio a conocer. Malloy, conocido por fundar leyendas urbanas sobre piercings (él mismo llamó Príncipe Alberto al piercing genital más común, dando pie a la leyenda de que el esposo de la Reina Victoria de Inglaterra, famoso por su descomunal miembro, se perforó el pene y le añadió un arito para poder colocarlo por dentro del pantalón), declaró haber hecho muy poquitos en el clítoris. Sin embargo, desde entonces varias mujeres muy populares han reconocido llevar uno consigo, alabando sus beneficios en la cama. Lady Gaga, sin ir más lejos, se lo enseñó a los paparazis neoyorquinos hace casi una década.
Los piercings genitales se pueden realizar en el clítoris, en los labios o en la entrada de la vagina, tal y como explican desde el centro Atómica Tatoo (Fuenlabrada). En el caso de los que se hacen en el pubis, entre la vulva, los labios mayores y el monte de venus, se conocen como piercing Christina y “no representan ninguna elevación de la excitación durante el acto sexual”, según aseguran los responsables.
En lo que respecta a los piercings de los labios, “suelen cumplir una función estética”, pero si nos referimos al clítoris, la cosa cambia. El que se ubica en el prepucio, “es uno de los más extendidos suele utilizarse con fines estéticos”, aseguran los responsables. También advierten de los peligros de perforar directamente el clítoris: “Debe ser realizado por auténticos profesionales de las perforaciones, ya que si se realiza de una forma inadecuada podrá provocar graves daños en el clítoris de la mujer”.
Desde el punto de vista médico, las Doctoras Fernández y Gennaro también reconocen que el piercing del clítoris puede resultar peligroso: “Puede afectar a las terminaciones nerviosas y terminar en una desensibilización del clítoris”, advierten. En lo que respecta a otros piercings genitales, explican que “pueden ser más o menos dolorosos en función del área a perforar, y de si antes nos han aplicado o no una crema anestésica”. Añaden que tener un elemento extraño en una zona erógena “puede afectar a nuestra sexualidad, aumentándola (hay dispositivos con vibración incorporada, por ejemplo) o disminuyéndola, como consecuencia de una alteración en las terminaciones nerviosas”.
Las complicaciones más habituales de los piercings de clítoris son el rechazo, la inflamación, las molestias, la infección y, a largo plazo, la elongación y deformación de los tejidos, explican las Doctoras. “Nuestra recomendación es acudir a un centro ginecológico especializado donde puedan dar solución a todos estos problemas”, concluyen.