Hablar de música urbana, de street flow y de alguien que conoce la alquimia de los cuerpos en la pista es hacerlo casi inmediatamente de J Balvin, la estrella latina que nos tiene a todos enamorados con su sinceridad y su dedicación a los fans. Así es él. Franco en sus opiniones sobre temas como la ansiedad o el peso de la fama; siempre dispuesto a compartir un momento de intimidad con todos aquellos que le admiran y bailan sus temas. Pero J Balvin antes de ser J Balvin tiene un pasado escrito en sus tatuajes de Nirvana y esa colección de Fender que debe de tener latiendo en el garaje. Hace años, fue guitarrista en una banda de rock.
Su tatuaje en la rodilla lanza un mensaje clarísimo. El pasado siempre vuelve para tocar un punteo eléctrico. Antes de tener estas maneras sensuales, las pistas incendiadas con el swag y unos estilismos que nos traen la alegría vivir, J Balvin se encamaba con la música de una forma muy distinta a la de ahora. No niega sus influencias ni el lugar desde el que ha crecido como un príncipe urbano que te pone a bailar con los juegos de la lengua. De hecho, las tiene siempre presentes. En 2017 ya le contó a la revista Rolling Stone la brutal inspiración que había supuesto Nirvana para él. En concreto, Kurt Cobain, una figura a la que venera y de la que también quiere desligarse para reafirmar su independencia musical.
A la pregunta de cómo empezó el paisa Balvin en el rock, quién mejor para explicarlo que su padre, Álvaro, un productor musical muy conocido en Colombia.
“Desde niño, él tenía los genes de la música. Mi mamá era cantante, yo cantaba en mi juventud, tuve tíos que cantaban, que eran tenores… él sintió la inclinación desde niño. Lo apoyamos en todo. Le dijimos que, si un día iba a ser artista, tenía que ser el mejor. Él empezó siendo rockero. Tenía su banda de rock, con el actual presidente de Sony, Alejandro Jiménez. Eran dos millennial. Lo mandamos a estudiar inglés a Estados Unidos”, dice, entre risas. “Volvió siendo rapero. Le dije ‘ese no es el negocio, socio’, para que incursionara en el reggaetón y fuera ahí donde metiera sus líricas”.
Balvin ha corroborado este pasado musical en multitud de encuentros con la prensa y diversas entrevistas. Para los fans no resulta sorprendente el carácter tan sincero y abierto del cantante, siempre dispuesto a servirse un tequilita y ‘platicar’ de tus correrías musicales del pasado, como aquella vez que lo secuestraron en Estados Unidos y tuvo que llamar a un amigo para que viniera a rescatarlo de las garras de su madre de acogida, que le había quitado el pasaporte.
Ha llovido mucho en su música y sus temas desde que era casi un adolescente que soñaba con incendiar las pistas a ritmo de bum, bum, “Si tu novio te deja sola / Dímelo y yo paso a buscarte / Sólo me bastaran un par de horas (aja) / Y ese cabrón no va a recuperarte”.
Es lógico que mantenga bien presentes sus influencias y no se olvide de que todos tenemos que venir de algún sitio, crecer y aprender. Su música así lo demuestra: heterogénea, movida, llena de texturas de diferentes géneros. De hecho, si uno escucha con atención, puede rastrearse un poco de ese pasado rockero en su primer trabajo, ‘Colores’, y también en el último bombazo de su discografía, ‘Mi gente’.
“Cantábamos covers y tocábamos, pero yo no era el cantante sino el guitarrista. Mateo Stivel, el hijo de María Cecilia Botero, era el baterista y había otro cantante que se llamaba Gary", dice el colombiano.
Fue por esa época cuando Balvin debía de tocar sin descanso temas de sus viejos ídolos. “El rock me conectó de verdad con la música; le debo muchísimo. Además, ahí fue cuando aprendí a echar mano a la guitarra”. A la influencia de Nirvana hay que sumar la furia de Metallica y la histeria acelerada de Offspring.
El grunge fue su kriptonita. Primero lo adoró y lo mezcló en sus pinitos musicales y después tuvo que abrir nuevas vías y deslindarse por completo del género y así encontrar una nueva forma de expresarse. Su pasión por el reggae (otra influencia conocida) le atravesó cuando recaló en Nueva York una temporada, justo después de salir por los pelos de su secuestro y buscarse la vida en la Gran Manzana paseando perros. De esa etapa, Balvin recuerda con mucho cariño cómo se metió en el mundo del reggaeton de Puerto Rico y cogió todo lo que pudo de esas canciones que ya iban borrando parte de la savia rockera que le había traído a la música.