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Basta de lágrimas: se puede evitar llorar cuando se corta cebolla

  • Cuando cortamos una cebolla, unimos dos sustancias que normalmente están separadas. Se trata de un mecanismo evolutivo: las cebollas contra nosotros.

Si ya nos cuesta entender por qué reímos, lloramos o nos enfadamos cuando hay situaciones más o menos relacionadas (que si un beso, que si una decepción, que si una separación), imagínate lo frustrante que puede resultar no tener ningún desencadenante. Piensa, ¿te pasa a menudo? No me refiero a llorar, si no a hacerlo sin saber por qué. Si eres un cocinillas, seguro que sí.

Porque en toda cocina hay cebollas, y prácticamente cada plato lleva integrado este producto para dar sabor. Que si los sofritos, que si las salsas, que si para acompañar… la cebolla es un alimento básico en la dieta mediterránea. Tan esencial como complicado de manipular sin acabar llorando: hay quien le pone fin bajo el grifo de agua caliente, quien trocea con las gafas de natación puestas… en cada cocina hay un truco, y seguro que en tu casa también tenéis el vuestro.

Pero, ¿por qué la cebolla nos hace llorar exactamente, y cómo podemos evitarlo? Te lo contamos en Yasss.

Lagrimitas en la cocina

Llega la hora, round 13094. Te preparas: cuchillo en mano y tabla de picar, la cebolla pelada y cruda frente a ti, quieta, avisándote de la que se viene. Abres el alimento a la mitad (todo bien, por ahora) y sigues troceando, con el cuello lo más estirado que puedes, para evitar que te alcancen los famosos vapores. Pero no hay nada que hacer, compruebas mientras sigues picando: empiezas a llorar y los ojos se enrojecen e irritan como si te hubiesen rociado con spray pimienta. Corres al grifo y te enjuagas las manos entre lágrimas para después, con los dedos limpios, lavarte los ojos con agua, pero lejos de frenar el llanto, el lagrimeo se multiplica.

Un problema cotidiano que tiene una explicación muy sencilla: las cebollas provocan esa reacción porque, cuando las partimos (por pelarlas no pasa nada) liberan un químico lacrimatorio que irrita nuestros ojos. La cebolla se abre y dos sustancias que suelen estar separadas se juntan, convirtiéndose en una bomba para nuestros ojos que alcanza, en forma gaseosa, nuestras pupilas y nervios sensoriales, haciéndonos lagrimear. Así lo explicaba el estudiando de la Universidad Case Western Josie Silvaroli en un ensayo que publicó en la revista ACS Chemical Biology: “Es similar al gas lacrimógeno”, aseguraba.

Según explicaba, esta respuesta de las cebollas es un mecanismo de defensa evolutivo, que las protege contra microbios y animales como nosotros. La historia es que dentro de las células hay una molécula que se llama precursor de ácido sulfénico, y que flota alrededor de ese agüita que suelen tener las cebollas. En este citoplasma también hay unos pequeños sacos conocidos como vacuolas, que tienen una proteína que se conoce como alinasa. Y aunque todo esto nos suene a hebreo antiguo, una cosa está clara: cuando la cebolla está tranquila, esas dos sustancias están separadas, pero si alguien la abre con la intención de hacerse unos aritos, la parte, la alinasa y el ácido sulfénico se unen. Adiós a la tranquilidad, buenas tardes al gas lacrimógeno.

¿Cómo evitarlo?

Sabiendo esto, en Japón unos científicos diseñaron una cebolla a prueba de lágrimas, aunque, según parece, no sabe exactamente igual, así que tampoco nos interesa. Pero, si no tenemos acceso al invento, ¿podemos dejar de llorar antes de hacer un sofrito?

Cada casa tiene su truco, pero los más habituales son usar agua antes o mientras cortas la cebolla. Al reducir la temperatura, la teoría dice que reduces la reacción, aunque también el sabor. También hay quien enciende el extractor de humos, para que la campana se coma los gases que nosotros no queremos tragarnos. Otro truquillo es untar el filo de cuchillo con vinagre, aunque metes ese sabor en el alimento.

Al final, el mejor truco es aprender a picar cebolla bien, con un cuchillo bien afilado y un corte limpio: pasar por el trámite rapidito y apartarnos todo lo que podamos sin rebanarnos el dedo. Alguna lagrimita caerá, seguro: por amor a la cebolla, hay que llorar.