Hace unos días, la aplicación Google Maps estrenó la posibilidad para tiendas, restaurantes y negocios en general de indicar que son espacios seguros para las personas LGTBIQ+ (LGTBfriendly), entre otras opciones, como reflejar que las personas encargadas del lugar son mujeres (women-led) o negras (black-led). La iniciativa llega en un momento en el que la tensión racista y cisheteropatriarcal va en aumento en numerosos lugares del mundo. Precisamente en Polonia, donde las personas diversas peligran cada día más, muchos negocios han colocado pegatinas en sus escaparates rechazando toda diversidad sexoafectiva y de género.
En España, país que históricamente ha encabezado las listas de aceptación de la comunidad LGTBIQ+, la implementación de Google Maps ha provocado el debate de si marcar los establecimientos como LGTBfriendly ayuda a la plena inclusión de gays, lesbianas y personas trans y género no binario, o si bien al contrario, la creación de lugares específicos para la población diversa provoca una distancia con el resto de la sociedad.
No es una conversación nueva. Muchos miembros del colectivo hemos tenido nuestras propias dudas respecto a la idoneidad de ‘separarnos’ de las personas cis y heterosexuales. Es habitual, cuando unx sale del armario, pensar que nuestra orientación sexual o nuestra identidad de género no son elementos definitorios de quiénes somos, y que hay cosas más importantes que el género con el que nos identificamos o el de las personas que nos atraen. Hasta la salida del armario, la mayoría de personas LGTBIQ+ solo conocemos espacios cisheteronormativos, y pensar en abandonarlos (por muy hostiles que hayan sido) nos da la sensación de salto al vacío.
Cuando unx crece sin demasiados referentes y percibiendo una imagen estandarizada de cómo es ser gay, cómo es ser lesbiana o cómo es ser una persona trans (esos personajes del cine y la televisión que tenemos grabados a fuego, porque eran los únicos que existían), resulta amenazante pensar que, si me junto solo con personas de mi condición, me voy a convertir en eso: en un gay, lesbiana o personas trans como el resto, unx más de un grupo homogéneo e impersonal definido exclusivamente por su condición sexoafectiva o su identidad de género disidente.
No es hasta que unx conoce a las suficientes personas –personas reales, no personajes de ficción– de su comunidad cuando queda patente que la diversidad no solo cosa de nuestro género y orientación, sino que los gays, lesbianas, bisexuales y personas trans son tan distintos entre sí como cualquier otro grupo de seres humanos unidos por una característica (los rubios, los zurdos, los tímidos). Eso sí, todos tenemos en común la experiencia de haber crecido y de habitar un mundo donde nuestra integridad o bienestar puede verse comprometidos en cualquier momento. Y es ahí donde la iniciativa de Google Maps cobra sentido.
No deja de ser significativo que las críticas a esta nueva opción –que no deja de ser la réplica digital a la clásica banderita arcoíris colocada en la puerta o en el escaparate– vengan de hombres gays cisgénero, blancos y normativos. Es decir, de la parte más privilegiada de la comunidad LGTBIQ+. El mundo es un lugar mucho más peligroso para una persona trans racializada o para una persona de expresión de género no binario que para un gay canónico. Si como persona diversa no necesitas comprobar y rechequear los entornos sociales en los que te mueves para comprobar si no estás delante de una amenaza, considérate afortunadx.
El argumento de que "todos los locales deben ser seguros e inclusivos" suena fenomenal, pero no se corresponde con la realidad. Vivimos en un país que tolera bares fascistas, y en una sociedad –por mucho que lidere encuestas en cuanto a tolerancia– en la que una orientación sexoafectiva o una identidad de género diversa nos pone literalmente en peligro. La mayoría del tiempo no se trata de evitar esa violencia física que, aunque más improbable, también es real; se trata simplemente de comer, tomarte un café u hojear unos libros tranquilamente, con la seguridad de que tu imagen, tu expresión corporal o mostrar afecto a tu pareja no van a ser percibidos como algo extraño, en el mejor de los casos, o condenable, en el peor. Esa tranquilidad bien vale una pegatina.
Los espacios seguros para el colectivo LGTBIQ+ no son un capricho, han sido y son una cuestión de supervivencia. Históricamente, la conquista de esos lugares para el encuentro con semejantes ha estado marcada por la hipervigilancia y la amenaza de la represión policial y social. Las ramblas de Barcelona, el desaparecido cine Carretas de Madrid y docenas de lugares más, a lo largo y ancho del país, han sido testigo de cómo la comunidad LGTBIQ+ iba construyendo y configurando sus propios modelos de socialización.
El Pasaje Begoña de Torremolinos, en la provincia de Málaga, marcó el inicio de una nueva era, en los últimos años del franquismo, en la que la visibilidad empezó a sustituir al oscurantismo. Con la apertura de los primeros bares 'de ambiente' a principios de los 70, comenzaba el titánico esfuerzo que ha supuesto construir y defender espacios seguros, algunos de los cuales perduran desde entonces.
Si estos lugares, que tanto nos ha costado como comunidad generar, son vistos desde fuera –o en algunos casos más desafortunados, desde dentro– como algo parecido a un 'gueto', muy bien, que lo parezcan. Esa percepción vendrá, sin duda, de alguien que nunca se ha visto amenazado simplemente por ser como es. No es un capricho elegir un lugar que te aseguro un pleno reconocimiento de tu identidad, ni es nuestro objetivo levantar barreras con el resto de la sociedad. El objetivo no es aislarse de las personas cis y heterosexuales, pero es muy cansado estar alerta todo el día, todos los días. Y hemos aprendido bien que el peligro existe incluso en los sitios más seguros.
Mientras tengamos que lidiar con gente que nos desprecia por nuestra identidad de género o nuestra orientación sexoafectiva, sea desde las instituciones o mirándote mal desde la mesa de al lado de una cafetería, cualquier iniciativa que nos muestre cuáles son esos espacios donde reina el respeto debería ser celebrada.