Hace unos días, el suplemento dominical del diario El país llevaba en portada una foto en la que se veía a dos chicos a punto de darse un beso en la boca. La imagen, firmada por Pablo Zamora, ilustra el reportaje del periodista Tom Avendaño que, bajo el título ‘Contra la homofobia’, recorre las impresiones de personas LGTBIQ+ de distintas generaciones tras el asesinato homófobo de Samuel Luiz. Si hubieran seleccionado una foto grupal o un retrato de los entrevistados, es probable que la portada no hubiera levantado ampollas. Pero, aunque parezca mentira, una fotografía de un beso entre dos chicos en 2021 ha generado polémica.
Quienes se han molestado en redes sociales con la imagen usan argumentos que las personas diversas llevamos toda la vida escuchando. En primer lugar, hablan de sexualización, de una imagen que se acerca a la pornografía. Sin embargo, muy difícilmente un beso heterosexual recibiría la misma crítica. Podríamos remontarnos hasta 1939 para observar el cartel del clásico 'Lo que el viento se llevó' y comprobar cómo, si se trata de un hombre y una mujer, ese amago de beso resulta romántico, emocionante y estético. Pero si son dos chicos o dos chicas, "hay quien lo ve sucio y sexual".
Es más, sin tener que movernos del mismo quiosco de prensa, durante años la revista Interviú llevó en su portada a mujeres semidesnudas. Frente a las imágenes de la revista (que en la mayoría de quiscos se exhibían sin reparos al alcance de todo el mundo, niños incluidos), la portada de El país semanal es muchísimo más recatada. Y, de nuevo, no existen quejas cuando el cuerpo de las mujeres es explotado por la mirada heterosexual en esa y otras publicaciones.
Del mismo modo, quienes critican al suplemento hablan de “pudor” y “mal gusto”, argumentos que para ellos nada tienen que ver con la homofobia. Es curioso que el mal gusto entre en el debate ante una fotografía que sin duda es estética y cuidada. La posición de los chicos, su ropa colorida, el ángulo de la cámara y el tratamiento de la imagen están trabajados, haciendo de la portada no solo la imagen de un beso, sino una obra artística.
Pensemos, por otro lado, en el icónico beso entre Iker Casillas y Sara Carbonero tras ganar el mundial de fútbol. Aquel fue un beso mucho más apasionado, espontáneo e imprevisto. Si tuviéramos que valorar el buen gusto, la imagen del portero y la periodista es mucho más “vulgar”. Pero aquel beso fue celebrado, vitoreado y reproducido hasta el infinito. Porque, claro, eran un hombre y una mujer.
Si una imagen de dos chicos besándose, incluso cuando está tan cuidada y es tan artística como esta, despierta los comentarios negativos de alguien, eso no es otra cosa que no sea homofobia. No hay nada en este beso que pueda generar esos sentimientos más que el rechazo a que lo protagonicen dos chicos. Ni el pudor, ni el buen gusto ni las acusaciones de sexualización entrarían en debate si fueran un hombre y una mujer. Porque además, si fuera así, cada día tendríamos que escandalizarnos antes los miles de besos heterosexuales que vemos en el cine, en la televisión, en la publicidad y en todas partes.
La homofobia no es solo un rechazo violento a la diversidad sexoafectiva. Las actitudes homófobas pueden adoptar infinitas formas, algunas muy sutiles. Quienes han puesto el grito en el cielo con la portada de El país semanal creen que no son homófobos, están convencidos de no tener un problema con los homosexuales. Piensan que están en su derecho de opinar porque la portada les resulta desagradable, y no se dan cuenta de que en su mirada existe el odio, aunque se disfrace con excusas.
Se consideran tolerantes porque no quieren apalearnos ni encarcelarnos. Les parece que el respeto es simplemente no usar la violencia con nosotros. Pero les incomoda vernos, les saltan las alarmas cuando comparten espacio con nosotros. Cualquier pareja gay que muestre su amor en público se expone a esa homofobia sutil: a las miradas, a los gestos de asco, a padres que tapan los ojos a sus hijos para que no vean algo que consideran vergonzoso.
La lucha de la comunidad LGTBIQ+ no es solo que no nos peguen y no nos maten, aunque recientemente hemos comprobado que sigue pasando. Nuestra visibilidad tiene como objetivo hacer cotidiana nuestra presencia en todos los espacios. Nadie tendría que pasar miedo o vergüenza por demostrar su amor en público, nadie tendría que mirar a un lado y a otro antes de dar un beso, nadie tendría que acelerar el paso cuando se cruza con un grupo de chavales porque sabe que su aspecto o su identidad le ponen en peligro.
Que la portada de un suplemento de tirada nacional haya levantado ampollas es la prueba de que nuestro amor y nuestras identidades siguen molestando. Y, por lo tanto, siguen poniéndonos en peligro. Censurar la imagen de un beso entre dos chicos y un asesinato a golpes al grito de “maricón de mierda” forman parte de la misma cadena, la de la homofobia. Y contra esa cadena, no hay mejor defensa que la visibilidad. Y si nuestra existencia te parece de “mal gusto”, el problema es tuyo.