Salir a la calle con miedo es una realidad a la que se enfrenta la comunidad LGTBIQ+ en España. ¿La razón? Que en el último año las agresiones homófobas y tránsfobas se han convertido en algo frecuente e incluso normalizado por parte de un sector de la población.
La realidad a la que se exponen implica lidiar con insultos a plena luz del día, con ataques en redes sociales o, en el peor de los casos, con palizas tan brutales que llegan a costarles la vida.
Samuel, un joven sanitario de 24 años, ha sido asesinado en A Coruña el fin de semana pasado cuando había salido con sus amigos de fiesta para disfrutar del segundo día que abría el ocio nocturno en la ciudad. Antes de recibir la brutal paliza que acabó con su vida, y según confirman las amigas que estaban con él, uno de sus agresores se dirigió a él y le dijo: "O paras de grabar o te mato, maricón". No obstante, la Delegación del Gobierno y la policía no han confirmado la motivación homófoba.
Tras conocerse la noticia, miles de personas, incluidas figuras públicas y artistas famosos, han condenado este delito de odio, y muchos jóvenes pertenecientes a la comunidad LGTBIQ+ han visibilizado las desagradables situaciones con las que han tenido que lidiar en redes sociales.
“Cuántas veces las personas LGTBI hemos sentido miedo a que una discusión o malentendido acabe en violencia por el hecho de serlo. Nos hemos hecho pequeñas, nos hemos ocultado, pensando que así no daríamos motivos al tío que se pone violento. Así funciona también la LGTBIfobia”, reflexionaba en Twitter la periodista Marta Borraz.
Edu García, director de varios medios digitales, se sumaba a la reivindicación compartiendo la agresión que vivió hace 3 años, cuando un grupo de cuatro hombres le roció gas pimientas, le dieron un rodillazo en la cara y le gritaron “maricón” y “mal nacido”.
“Fui a comisaría donde puse una denuncia, aunque me preguntaron cosas como: ¿Hiciste algo para provocarles?”, recordaba en su Twitter. “No hay nada que pueda provocar una paliza, violencia, un asesinato. Y menos ser LGTBIQ+. De la denuncia no supe nada más, pero aún guardo la camiseta de aquel día, para que no se me olvide que aunque nos vendan que ser gay en España ya es normal, aún pueden darte una paliza, un día cualquiera, en pleno centro de Barcelona”.
“Yo quiero pedir perdón por no alzar la voz en su momento, fui un cobarde y me lo callé por miedo”, compartía Adrián Villa. “Desgraciadamente yo fui víctima de una agresión homófoba, fui rodeado por 5 personas, 3 chicos y 2 chicas. Me vinieron de espaldas, me empujaron, me rodearon y los chicos al verse animados por las chicas me pegaron dos puñetazos en la boca. Yo no sé cómo fue, pero en una hora yo tenía todos los datos de todos, dirección, número de teléfono y redes sociales”, explicando que, pese a toda la información, la policía le dijo que no podía hacer nada y le desaconsejaron denunciar.
The Trevor Project, una ONG que proporciona apoyo a jóvenes lesbianas, gais, bisexuales, transgénero o que cuestionan su sexualidad, ha elaborado un completo estudio sobre la salud mental de la comunidad LGTBIQ+ en el último año.
Con aproximadamente 35.000 participantes de entre 13 y 24 años, la encuesta ha desvelado que el 42% de los jóvenes LGTBIQ+ estadounidenses consideraron seriamente suicidarse en 2021. También se ha encontrado que las cifras de suicidio consumado son más altas en jóvenes nativos (31%), afroamericanos (21%) y latinos (18%) frente a la población blanca (12%), evidenciando que los jóvenes racializados LGTBIQ+ se enfrentan a una doble discriminación.
Este empobrecimiento en la salud mental de los jóvenes no es casual, ya que como los participantes afirmaron, el aislamiento derivado del Covid-19, la falta de apoyo por parte de su familia y las políticas homófobas y tránsfobas han derivado en ansiedad, depresión y, sobre todo, miedo a la hora de expresarse tal y como ellos son.
El 75% de los jóvenes han vivido algún tipo de discriminación por su orientación sexual o por su identidad, y cuando esta situación se produce en el seno del hogar las repercusiones son todavía peores, viéndose obligados a asistir a terapias conversivas, a menudo siendo menores de edad, hasta desarrollar una personalidad falsa para ocultar sus emociones, pensamientos y vivencias.
A nivel europeo los datos son similares tal y como refleja la macroencuesta realizada por la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea. Sus resultados han mostrado que la mitad de las parejas homosexuales evitan darse la mano en público y un tercio prefieren no ir a ciertos lugares para evitar algún tipo de acoso o agresión.
“De niño pensaba mucho en morirme, a veces en matarme. Me iba a la cama y me ponía a imaginarme películas en las que yo era el protagonista. Hacía la maleta, me iba de casa sin que nadie se enterase y no volvía a ver a mis padres. Otras veces analizaba cómo podía suicidarme sin que me doliese, sin que hubiese errores y luego despertase en un hospital con mis padres haciéndome sentir culpable por haberlo intentado”, confiesa Érik, un joven gay de 27 años. “Mi propio hermano me ha llegado a pegar por ser gay. He tenido moratones y la ceja partida. Mi madre lo justificaba y mi padre nunca decía nada. Creces pensando que es normal que te traten así”.
Cuando Érik comenzó la universidad, se distanció de sus padres y comenzó a vivir su propia vida. “Conocí gente con la que me sentía yo mismo y empecé a ser feliz. Es muy doloroso darte cuenta de que nunca has sido feliz del todo, como si hubieses vivido la vida a medias”, reflexiona.
Actualmente Érik trabaja como ingeniero y tiene un gran apoyo social, pero reconoce enfrentarse a la discriminación homófoba en muchas parcelas de su vida. “En el trabajo no saben que soy gay. No hablo del tema y a veces han hecho alguna broma, así que yo me calló y dejo que piensen lo que quieran. Me asusta un poco que se enteren y me repercuta. No que me echen, porque eso no pasaría, pero sí que me dejen de lado o que me traten diferente, y acabar siendo yo el que decide irse”.
Respecto a las agresiones en la calle, el joven confiesa no haber sido víctima de ninguna, pero sí haber presenciado varias. “He visto insultos, empujones, peleas que al final se quedan en nada porque una de las partes, la víctima, acaba agachando la cabeza. Es muy triste tener que callarte cuando te están llamando bujarra o maricón, cuando te dicen que te quieren partir la cara, y encima pedir perdón por existir. Agachas la cabeza, pasas del tema y ya te jode la noche”.