Con tan solo ver las imágenes de las últimas concentraciones más multitudinarias, podemos afirmar sin mucha duda que en España hay cada vez más interés y ganas de defender tanto la lucha contra el cambio climático y la explotación medioambiental como la igualdad de género. En este contexto, parece más importante que nunca hablar de ecofeminismo, el punto de encuentro entre ambos campos de estudio. Este concepto se da a conocer en 1974 en la obra de Françoise D’Eaubonne ‘Feminismo o la muerte’, en el que la autora denunció el dominio de los hombres tanto sobre la fertilidad de las mujeres como sobre la tierra.
D’Eaubonne estableció paralelismos entre la conquista y el agotamiento de los recursos de la tierra por parte de los varones con las formas de opresión machistas que estos ejercen sobre las mujeres. En su época, esta teoría fue ridiculizada, y muchos académicos y periodistas se burlaron en público de sus teorías, asegurando que feminismo y ecologismo no tenían nada que ver entre sí.
Pero los dos movimientos sociales continuaron su desarrollo de la mano y establecieron conexiones entre el capitalismo, la desigualdad de género, el racismo, el clasismo y el cambio climático. Hoy por hoy, no cabe duda de que los riesgos medioambientales son mayores para las poblaciones más vulnerables, entre las que se encuentran las mujeres. Pero ese es tan solo uno de los puntos en los que el ecofeminismo hace hincapié.
En la actualidad, cuando hablamos de ecofeminismo no podemos hablar de una sola teoría, sino de varias maneras de acercarse al mismo sujeto de estudio. Volviendo a su origen y a las críticas que recibió D'Eaubonne, si feminismo y ecologismo se unieron fue precisamente porque tienen muchos puntos en común de los que beber. Lo explica la doctora en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, Alicia Puleo, en una entrevista con Efe, en la que cuenta que “el ecofeminismo es el encuentro entre el feminismo y el ecologismo. El feminismo tiene una trayectoria mucho más extensa que la del ecologismo, ya que puede hablarse de teoría feminista desde finales del siglo XVII, y de movimiento organizado desde la creación del sufragismo en 1848”.
La doctora, que ha desarrollado la tesis del ecofeminismo crítico, considera el ecofeminismo una redefinición de la realidad, “de quiénes somos como humanos, a partir del análisis de cómo nos determinan los roles de género y cuáles deben ser nuestras relaciones con la naturaleza en este siglo del cambio climático y la crisis ecológica”, según explicaba en la entrevista.
En su opinión, el éxito de estas teorías reside en que, a partir de los años 70 del siglo pasado, el feminismo vivió un nuevo renacer en las calles y las academias, en paralelo al ecologismo. Ambos son movimientos sociales que se cuestionan y exigen cambios y mejoras en las condiciones y la calidad de vida, y por eso no resulta extraño que se crucen y establezcan frentes y bases comunes. Durante los años 80, el ecofeminismo se expandió y se diversificó, estableciendo conexiones con otros movimientos y territorios. En muchos puntos de Latinoamérica, por ejemplo, se relacionó con los procesos colonialistas.
El ecofeminismo estudia las bases de la explotación de la tierra y de las mujeres, pero también analiza la mejor forma de producir cambios para ambos en el momento actual. ¿Cómo? Para empezar, partimos de la base de que el género lo condiciona todo, también la explotación de la tierra: en España y muchos otros países, las mujeres han estado relegadas a las tareas del cuidado y los hombres a la producción y la economía. Evidentemente, esa dualidad hace que mujeres y hombres no tengan el mismo impacto en la degradación del medio, por ejemplo.
El feminismo se encarga de este y otros muchos temas: la ordenación de las ciudades, para que sean más sostenibles y faciliten las tareas de cuidados, el sesgo de género en cuanto a la custodia del territorio y la propiedad de la tierra, los contaminantes con mayor incidencia en la salud de las mujeres, el papel de los roles y valores tradicionalmente femeninos en el cuidado del entorno y, por supuesto, el estudio de los puntos en común entre la dominación de la naturaleza y la de la mujer.
Tanto para las mujeres como para el medioambiente hay mucho en juego, y el ecofeminismo es fundamental para estudiar, aprender y construir proyectos sostenibles para ambas. No siempre es sencillo: por ejemplo, la emancipación femenina se ha apoyado en la industrialización, un proceso muy contaminante. Quizás algún movimiento ecologista abogaría por acabar con este procedimiento, pero el ecofeminismo se hace otra pregunta: ¿Cómo se puede organizar esta infraestructura sin poner en riesgo la frágil libertad de muchas mujeres, especialmente en los países más pobres?
En España, el ecofeminismo va poco a poco calando en las generaciones más jóvenes, según asegura Puleo en un artículo, en el que también llama a pensar y actuar bajo la propuesta de “libertad, igualdad y sostenibilidad”. Solo bajo esos tres postulados, explica la filósofa, podremos construir “una cultura ecológica de la igualdad”.