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Los gatos siempre aterrizan de pie gracias a su capacidad de torsión en plena caída

  • Lo vemos como algo normal, pero lo cierto es que el hecho de que los gatos caigan de pie trae locos a los científicos

  • Su fisonomía, su desarrollado sentido del equilibrio o los juegos con las velocidades angulares al caer están detrás de la incógnita

Si compartes la vida con uno de ellos no pararás de sacarle virtudes y presumir de él. Tu gatete es cariñosísimo, muy inteligente, el más guapo y, además, te escucha muy atentamente cuando le hablas (aunque no entienda qué dices realmente). Pero hay una habilidad de los gatos que hemos interiorizado tanto que ya vemos como algo normal. Y la realidad es que si los humanos disfrutásemos de esta virtud sentiríamos superhéroes.

De ellos se ha dicho siempre que tienen siete vidas. Y esta frase popular tiene mucho que ver con una de las capacidades más sorprendentes que tienen los mininos: siempre consiguen caer de pie. No hace falta siquiera compartir la vida con uno de ellos, es algo que todos sabemos. Pero, ¿nos hemos parado a pensar cómo es posible?

La de por qué los mininos acaban sobreviviendo a todo tipo de caídas gracias a sus perfectos aterrizajes es una duda interesante. En Yasss estamos siempre muy preocupados por ampliar tus conocimientos, así que nos hemos puesto a investigar un poco: ¿qué es lo que provoca que los gatos siempre caigan bien?

La cuestión no es tan sencilla como podría parecer: los investigadores han estado varios siglos intentando dilucidar qué es lo que provoca que, tras un salto o una caída, un minino consiga aterrizar correctamente. En 1700, un científico francés llamado Antoine Parent ya se lo preguntaba. Y no ha sido hasta fechas recientes cuando los científicos han logrado detallar medianamente el proceso que tiene lugar cuando un gato intenta tomar tierra, aunque los motivos de por qué sucede no están todavía del todo claros.

Tras varios bandazos y contradicciones entre las teorías de los expertos que habían decidido observar los movimientos de los gatos, la comunidad científica todavía sigue experimentando con estos animales para llegar a comprender completamente el fenómeno. Y existen ciertas conclusiones a las que prestar atención.

Lo cierto es que todo comienza en un sitio inesperado: el oído. En los mamíferos este sentido permite detectar la posición que ocupa el cuerpo con respecto al centro de gravedad y, de esta manera, nos ayuda a mantener el equilibrio. En el caso de los gatos está tremendamente desarrollado. Su sistema vestibular tiene una capacidad de reacción casi instantánea (apenas una décima de segundo) desde que percibe que la cabeza ha perdido la posición habitual al tropezar o caer. Y es entonces cuando el sistema muscular reacciona.

Una de las certezas a las que han llegado los científicos tiene que ver con la fisonomía del gato. Durante años intentaron en balde intentar explicar sus movimientos por comparación con cuerpos rígidos. No fue hasta la década de los años 30 del siglo pasado cuando dos fisiólogos, G.G.J. Rademaker y J.W.G ter Braak, de origen holandés, entendieron que había que imaginar el cuerpo del gato de otra manera.

Dos cilindros: fue la idea con la que equipararon a estos animales. Con la cintura como punto de referencia, la parte superior y la parte inferior funcionan de una forma casi independiente: el gato puede moverlas separadamente y en sentidos distintos. Este movimiento, conocido como “doblar y girar” es clave en la maniobra que realiza el gatete en el aire, cuando intenta enderezarse para aterrizar.

Gracias a esta posibilidad de torsión, el animal dobla las dos partes en las que se divide su cuerpo en direcciones contrarias, y así consigue hacer posible ese enderezamiento, ayudado por la posición de las patas. Primero estira las traseras y encoge las delanteras y, una vez arquea la columna, hace el movimiento contrario: repliega las traseras y estira las de delante, jugando así con las velocidades angulares. Tal vez verlo te ayude a entender el proceso.

Pero es que además, aunque parezca increíble, en la construcción de este superpoder entran en juego otras partes de su cuerpo, como el rabo. La cola es uno de los elementos que más contribuyen a que el minino se equilibre, ayudándole a tomar la dirección deseada al moverse, o incluso a girar. Hasta las garras ayudan: le permiten agarrarse firmemente a la superficie en la que toman tierra, evitando tropiezos o resbalones que podrían causarles daños.

En cambio, en contra de algunas creencias comunes, otras partes de su cuerpo como los bigotes no sirven para que mantengan el equilibrio. Sí funcionan como herramienta sensorial táctil al ayudarles a dimensionar o medir distancias, hasta en la oscuridad, pero no tienen nada que ver con esas caídas perfectas.

Una cosa está clara: en conseguir esta destreza, además de su equilibrio o las ventajas de su fisonomía, tiene mucho que ver la increíble agilidad con la que cuentan los felinos. Y la ciencia ha encontrado mucho interés en estas habilidades gatunas, tan difíciles de explicar como potencialmente útiles. De hecho, ya hay proyectos de investigación que intentan adaptar esta puntería de los mininos al aterrizaje de robots, para que consigan posarse de pie.