No seré yo cantante profesional, pero si hay un plan que a mí me gusta es ir a un karaoke y creérmelo un poco. Ahí subida en el escenario, con los focos hacia mi persona y sujetando un micrófono, ya me siento artista y más cuando suenan los primeros acordes del ‘Desátame’ de Mónica Naranjo. A partir de ahí, ya no hay retorno como tampoco vergüenza para ir una y otra vez a la barra a pedir más canciones, hasta que hay un momento en el que ya me cierran el grifo.
Ese es mi sino cuando la noche se plantea con karaoke y el de mis amigos que me acompañan y me sufren.
Pero yo siempre insisto. Otra noche más. ¿Qué no hay plan? Pues claro, ¡vamos al karaoke. Que es mi cumpleaños, lo celebro por supuesto en el karaoke y que toca improvisar, ¿para qué innovar habiendo karaoke? Exacto, yo siempre me vengo arriba cada vez que aparece en mi vida la palabra karaoke. Y si ya con cantar un par de canciones estoy feliz, imaginaros cuando puedo hacerlo todo el rato sin parar en una sala privada en la que YO me regulo los tonos y también las luces. ¡Mi fantasía hecha realidad! Y no, no es un sueño. Yo he estado allí y puedo decir que lo he vivido y eso ha sido muy grande.
Porque hay un sitio que busca intimidad a la hora de dar el cante o, por lo menos, que puedas compartir esos momentos de subidón máximo o de ridículo (según se mire) con tus más íntimos. Inspirado en un concepto japonés, BAM Karaoke Box es ese lugar ideal para celebraciones en donde solo te tienes que preocupar de cantar sin parar porque cada recital que se da allí es en sala privada y nadie desde fuera te oye.
Una solución perfecta para aquellos a los que ponerse sobre un escenario, rodeados de gente que no conocen, les da auténtico pánico y son incapaces de despegar los labios. Eso en BAM Karaoke Box, desde luego que no pasa. Allí todos cantan y no solo eso, ¡elaboran su propia playlist al gusto! Con tantos temas como se quieran, siempre que entren dentro de las dos horas que dura el concierto. Ese es el tiempo de reserva de sala para este karaoke premium.
Un concepto que ha traído ahora a Madrid Arnaud Studer, CEO de BAM Karaoke box con el fin de reinventar lo que hasta ahora entendíamos por karaoke. Su experiencia le llegó a él en Japón y quiso después volver a repetirla en París, pero allí no encontró nada parecido. ¿Qué hizo entonces? Trasladar lo que él vivió, la idea de 'Music Box' a la Ciudad de la Luz y fue así como se abrió en París el primero en 2014. Él solo tenía 30 años, pero una buena idea destinada al triunfo.
A este punto de partida le siguieron nuevos karaokes deluxe para ahora sumar tres en París y uno en Bourdeos. Pero ahí no acaban sus planes de expansión. El objetivo es abrir 15 nuevas ubicaciones en Europa para 2022 y Madrid estaba "por supuesto" entre en sus planes.
"Aquí la gente sabe cómo organizar fiestas y disfrutar al máximo la vida", me dice Arnaud y añade que "somos curiosos y dispuestos siempre para probar cosas nuevas". De ahí que no pudiera ver mejor localización que Madrid y en pleno centro de Recoletos.
Desde entonces hay una nueva puerta de entrada para los 'artistas': la que se abre en BAM Karaoke Box cada noche a los grupos que quieren probar esta experiencia.
Y esa es la que atravesamos nosotros muy dignos para pasar dos horas intensitas a base de marcarnos temazos y temazos. Unos a dúo, otros en solitario y, tanto con micrófono como sin él, (porque en ese clima cercano todos en algún momento nos animábamos a cantar a pelo y en solitario). Y, aunque ya me habían avisado de que allí siempre hay un par de temas estrella que, rara vez fallan como 'Wannabe' de las Spice Girls o 'Bohemian Rhapsody' de Queen, nosotros teníamos nuestro propio repertorio y, ¡menudos artistazos!
Fue empezar a hacer la playlist y se coló en nuestra sala David Bisbal y Chenoa, Pastora Soler, Rosalía y hasta el mismísimo Camarón de la Isla. Todo muy variadito y acompañado por snacks y cervecitas que pedíamos desde la misma pantalla en la que seleccionábamos también los temas, ¡más cómodo, imposible! Y no creáis que por estar solos, a nuestras actuaciones les iba a faltar ambiente porque para eso teníamos cantidad de efectos especiales a nuestra disposición y siempre había alguno de los nuestros, dispuesto a hacer las horas de técnico de sonido.
Esa locura estaba pasando en nuestra sala y lo mismo se repetía en la de los libros, en la que custodian los monos o en la que está llena de mapas del mundo. Allí todas son temáticas y de distintos tamaños según el grupo que entra, pero desde luego que en todas se vive una buena fiesta. Eso nos quedó bien claro, así como lo felices que podemos llegar a ser cuando nos dejan un micrófono y nos cierran la puerta. ¡De ahí, directos al estrellato!