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La distancia entre humor y burla: ¿por qué ya no se pueden hacer chistes de mariquitas?

  • Un chiste es una historia breve que tiene un sentido narrativo, y una burla no es un chiste

  • Los chistes que contamos revelan quienes somos, porque el humor pone a prueba nuestra inteligencia

Me crie oyendo chistes de mariquitas. Es más, el primer chiste que recuerdo aprenderme de niño concluía llamando maricón a Felipe González, para gran alborozo de mis familiares. Todavía hoy, cuando veo vídeos de Chiquito de la Calzada, me sigo riendo con sus chascarrillos, en los que efectivamente hay buenas dosis de mariquitas, paletos, prostitutas o “pobrecitos” que van en silla de ruedas o no hablan bien. Pero en sus chistes, esas personas protagonizan algún suceso gracioso, tienen una salida ocurrente o forman parte de una trama mayor. Casi nunca en los chistes de Chiquito los mariquitas hacen cosas ‘de mariquita’, y casi nunca las risas llegan con su expresión de género, sino con sus salidas de tono o su ingenio.

Si las gracias de Chiquito siguen funcionando, pero el género “chistes de mariquitas” (que engloba toda la burla y el escarnio hacia las identidades sexoafectivas no cisheterosexuales) debería haber pasado ya a mejor vida, es porque en el humor hay un material para el chiste –de qué hablas, cómo lo cuentas– pero también una intención, una posición desde la que te diriges a los demás. Los chistes que contamos revelan quienes somos, porque el humor pone a prueba nuestra inteligencia: de hecho, el chiste solo funciona si sorprende, si es capaz de tomar un camino que el intelecto no ha previsto.

Cuando un cómico cishetero, porque siempre son hombres, usa la diversidad como material de su humor –y normalmente con su parte más ‘risible’ para el sistema, la de hombre femenino o afeminado– lo hace en la mayoría de ocasiones desde un profundo desconocimiento y falta de empatía hacia la comunidad LGTBIQ+. Hacia las personas que crecimos convertidas en chiste o convencidas de que nuestra identidad solo podía ser formulada en forma de chiste. Y cuando el talento del supuesto cómico es escaso, nada tan efectivo como recurrir a la burla fácil. Y sí, las burlas también hacen reír, pero no son humor.

La burla no es un chiste

Cuando Chiquito contaba un chiste de mariquitas, no cambiaba su expresión corporal, no afectaba su voz y no sexualizaba todas sus intervenciones. Exactamente al contrario de lo que se suele hacer cuando los hombres homosexuales son protagonistas de una gracieta. Nuestra identidad y nuestro modo de relacionarnos con el mundo no forman parte del chiste: lo sustituyen, son el propio chiste. Los cómicos cishetero llevan décadas ‘imitando’ a los gays, convirtiendo nuestra identidad en un estereotipo. Porque cuando los chistes de mariquitas llenaban casetes de gasolinera y horarios de máxima audiencia, no había un contraplano, un reflejo real de lo que significaba ser homosexual en España.

Hoy, para suerte de todos y gracias al esfuerzo –y a menudo a la sangre– de muchos activistas de nuestra historia, conocidos y desconocidos, sí lo hay. Los medios de comunicación, la cultura, las artes y hasta las instituciones cuentan hoy con la presencia de hombres homosexuales que, en su mayoría, muy poco se parecen a esa supuesta imitación. Y todavía más importante: los hay que sí se parecen, que son hombres orgullosamente afeminados o personas para las que el género es un campo de juego y de experimentación. Y son ellos y elles quienes hoy pueden contarnos nuestros propios chistes.

Si los cómicos cishetero no entienden por qué las mismas gracietas que 20 años se recibían con halagos se reciben hoy con críticas, es porque, aunque el chiste siga siendo el mismo, el mundo al que se dirige ha cambiado. En 2020, los hombres con pluma no son solo personajes en un chiste, son parte de la sociedad y son narradores de su propia experiencia y de su propia comedia. Es un derecho que se ha ganado todo hombre –o persona socialmente leída como tal– que, aun habiéndose criado en un mundo donde los mariquitas solo existían en los chistes, ha logrado que su voz se escuche.

Nuestra identidad, nuestros chistes

¿Tiene límites el humor? Probablemente el humor, como herramienta humana de comunicación, no los tiene. Pero no todo lo que provoca risa es humor. Durante mucho tiempo, las personas fuera de la norma nos hemos visto obligadas a reír con los chistes que nos menospreciaban. Es una estrategia básica de supervivencia: camúflate con el grupo para que no te señalen. Y si te señalan, ríete tú también y haz como que no pasa nada, para que te dejen cuanto antes en paz.

El humor, como herramienta humana de comunicación, no tiene límites

Si vas a usar mi identidad como parte de un chiste, este es el límite: que yo también me pueda reír. De lo contrario, es una burla. Es acoso, es violencia simbólica –que daña tanto como la física–. No es una cuestión de censura, es una cuestión de conocimiento, respeto y empatía. Todo humor que pretenda ser público o masivo debe usar generalizaciones y arquetipos, ese tampoco es el problema. Ningún lugar tiene más generalizaciones y arquetipos sobre gays que un espectáculo de travestis: las travestis clásicas españolas tiran de tópicos, son soeces, hacen chistes fáciles y los hacen con nosotros y para nosotros. Pero ellas forman parte de nuestra comunidad, nos conocen y aunque nos usen –y se usen a sí mismas– como material, su intención es que nos riamos los mariquitas también.

¿Puedes tú, cómico cishetero, hacer chistes o imitar a mariquitas? Si tu humor nos incluye (como hacía Chiquito, simplemente porque existimos; o como Millán Salcedo de Martes y 13, pionero en proclamarse ‘Maricón de España’) pero la broma no se basa en lo que somos, perfecto. Asegúrate de que alguien sobre el que cuentas un chiste puede reírse también, porque si no, aunque desates carcajadas, estas se basan en la violencia simbólica. Y si tienes dudas sobre si debes o no, abstente de contar ese chiste. Mejor escucha a los cómicos de la comunidad LGTBIQ+, que hay muchos y serán los primeros en reírse de sí mismos. Porque el humor ha sido, durante buena parte de la historia, nuestra única herramienta de supervivencia. ¿Te das cuen?

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