Como cada año, los días de carnaval nos permiten descubrir qué se siente cuando uno se viste de monja, de pirata o de astronauta. Esta fiesta abre un paréntesis en el que todos podemos jugar con telas, colores, texturas y complementos con la seguridad de que aquello que llevamos puesto es un disfraz, se quita y se pone, y por lo tanto no define quiénes somos.
El resto del año, la ropa es uno de los marcadores más estrictos de nuestra identidad: en qué llevamos y cómo lo llevamos se basa buena parte de la primera impresión que generamos en los demás, y por lo tanto escoger unas prendas u otras debería ser una elección abierta a nuestra personalidad. Bien al contrario, los cánones sociales indican de manera muy determinada la ropa que vestimos. Y dentro de esos cánones, es más férreo es el del género: la división primordial de la ropa, muy por encima de tu talla, forma o tejido, es si es 'de chico' o 'de chica'.
En las últimas semanas, dos imágenes de hombres vistiendo ropa que asociamos al género femenino han despertado fuertes impresiones en las redes sociales. La primera, elogiada y ultrarreproducida, es la de Bad Bunny en una campaña de Jacquemus. La segunda, polémica y generadora de incontables insultos, es la de Eduardo Casanova en los Goya, vestido de la marca MANS.
¿Por qué Bad Bunny es admirado por su elección de pintarse las uñas o vestir de rosa mientras a Eduardo Casanova le llaman "sidoso" y "monstruo" (según él mismo ha denunciado) por escoger una estética similar? La clave está desde qué lugar lo hace cada uno.
Que un cantante heterosexual exitoso y envidiado coquetee con la estética queer se ve como una decisión artística, más cercana al disfraz que a la identidad disidente. Carnaval o Halloween son los únicos momentos en los que muchos hombres experimentan qué se siente al llevar una falda, un tacón o maquillaje; y esa permisividad se extiende al escenario o a la sesión de fotos de un artista. Que Bad Bunny se vista así es interpretado como parte de su proyecto artístico, su estética se construye para los focos y los objetivos de las cámaras.
Por el contrario, Eduardo Casanova, abiertamente gay y cuerpo en el que – a raíz de su papel en Aída – se ha encarnado el arquetipo de marica con pluma, sí es observado como amenaza o como defecto del canon masculino. El director de 'Pieles' no se disfraza, sino que muestra su identidad a través de un look que choca con los estándares. No es un hombre con un vestido para hacer la gracia o como parte de una escenificación, es el representante de una historia y una comunidad concretas. No es mismo ser una monja que ser una persona vestida de monja.
Ni Bad Bunny ni Eduardo Casanova son pioneros. Muchos artistas, especialmente cantantes, han usado estéticas andróginas o femeninas como parte de su propuesta artística o por simple deseo personal. David Bowie, Fabio McNamara, Marc Almond, Tino Casal, Pete Burns o Boy George son influencias directas en figuras como Lil Nas X, Sam Smith o Samantha Hudson. La lista es amplia, pero ciertamente todos pertenecen al colectivo LGTBIQ+.
La novedad es que, desde hace unos años, artistas heterosexuales se han sumado a la estética queer. Harry Styles, Damiano David (cantante de Måneskin), Marc Seguí y el propio Bad Bunny se han convertido en estandartes de esa supuesta libertad que los hombres están empezando a conquistar para vestir con colores y texturas llamativos, pintarse las uñas o usar maquillaje. Son aplaudidos por su falta de prejuicios y los medios están llenos de artículos sobre sus últimos looks.
Y sí, probablemente ellos lo hacen con la intención honesta de ensanchar los límites de lo que un hombre puede y no puede llevar. Pero no viven y probablemente nunca vivirán el peligro real de desafiar la masculinidad donde este régimen es peligroso de verdad: en las calles, en los institutos, en las casas de familias que no lo entienden.
Ponerse un vestido rosa para la portada de una revista quizás puede hacer que muchos hombres empiecen a normalizar que los chicos no siempre usen la ropa que se les asigna. Pero desafiar la idea de masculinidad en el día a día, cuando te puede costar un insulto, una paliza o un puesto de trabajo, eso sí que rompe las reglas del género. Y eso lo han hecho históricamente, y lo siguen haciendo, las personas del colectivo LGTBIQ+. No deberíamos olvidar a quienes han corrido toda la maratón para centrarnos en quienes han aparecido sin más en la meta.